Milei produjo la última semana una escena fundamental. Escribió un texto en el que insulta de modo directo a las personas que no comparten su punto de vista político, los puso en el lugar del crimen y los enlaza como su enemigo principal. El caso se menciona con diferentes nombres pero fácilmente se entiende: se trata de “la casta”, la parte de la población que establece un diálogo “amable” con el poder. En las poquísimas palabras que les dedicó los colocó en el lugar más oscuro: el de “creyentes del régimen”. Es una declaración de guerra que se verificará o no en los tiempos que vienen: el presidente sueña con un régimen político que no le cree restricciones legales y que suspenda las que están en vigencia según lo dicen los abundantes “recortes” que llegan a la mano de cualquiera.
Lo que Milei acaba de poner en discusión es su posición frente a las clases privilegiadas. Hay abundantes datos a favor de la impresión de que la incondicionalidad de los sectores de más altos ingresos a favor de Milei ha entrado en un cono de sombras. Lógicamente, el antiperonismo es la bandera común de la grey que apoya la política del gobierno. Pero eso no significa que rendirse ante los poderosos se haya convertido en una referencia política ideal. Y lo cierto es que la evidencia de que Milei se ha rendido a los poderosos podría justificar unas cuantas páginas. Al mismo tiempo hay que decir que las fronteras en términos de ideas políticas son muchísimo más complejas que lo que este sobrevuelo insinúa. Las identidades, las historias personales, la experiencia laboral y moral son un soporte esencial de la personalidad; la política ocupa su propio lugar.
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Detengámonos en el fenómeno que fue la respuesta espectacular del presidente, que golpea de modo brutal cualquier conciencia moral: “los vamos a ir a buscar” dijo Milei. Y en ningún momento precisó a quiénes se refería, cuanto menos claro se es en estos casos, más se evidencia la intención manipuladora. El mensaje de Milei a propósito del affaire Musk invadió el territorio de lo políticamente correcto, como lo invade repetidamente.
“Saltar por encima de lo políticamente correcto” no es un asunto cualquiera. No lo resuelve la contratación de personas que diseñen la imagen del personaje. Ni se logra con la lectura obsesiva de los focus groups. Finalmente hay que reconocer que la política es un género en sí mismo. Complejo. Contradictorio. Variable. En cualquier caso, de lo que se trata es de la corporeidad de la política. Algo así como lo que el gran pensador del siglo pasado, Max Weber, llamara con lenguaje bíblico el “carisma”.
Es en este terreno en el que estamos obligados a pensar nuestro pasaje político actual. El uso de la palabra y el uso del cuerpo pasan a ser cuestiones centrales de la actividad política. Claro que las formas no son neutrales. El mundo de la propaganda política ha ido adoptando un estilo que, según dicen sus beneficiarios, “beneficia a la política, la hace accesible al “gran público”. Sin duda que es así, pero la doctrina extrema de la centralidad del acting en la política produce preguntas muy difíciles de contestar en términos políticos democráticos.
La cuestión que produce desconcierto es que el presidente, de alguna manera, se presenta él mismo como el objeto de una conjura. En la práctica, la entrada del episodio de Musk en la escena argentina es el resultado de una “operación de prensa” armada desde el lugar de la presidencia. Si se pone en duda esto, estamos muy complicados para seguir la conversación. Como también, si se ignora el sentido político del episodio: la instalación de la figura del presidente como objeto de una conjura. El por qué del episodio termina apareciendo como una conjura, como un sabotaje contra el presidente.
El operativo cierra exitosamente, por lo menos en forma provisoria. “Hay un sector político que está trabajando para desestabilizar a Milei”. Es un sector que todavía no adquirió un nombre específico, pero aparece junto con cualquier “ataque” contra Milei. Ahora el problema es que la historia tan ingeniosamente pensada podría plantear, por su lado, otro problema para Milei, el de la sensación de vulnerabilidad de su gobierno.
La descripción del “enemigo” es una de las apariciones más amenazantes de los últimos tiempos democráticos en Argentina: la existencia de una fuerza que viene a desestabilizar, en este caso al régimen “liberal” desde el interior de ese mismo régimen. El peligro es mayor aún porque no aparece ningún nombre que corporice el peligro: es un peligro vago, tan vago como ubicuo, de tal modo que la conspiración podría ser la etiqueta de cualquier modo de protesta contra el gobierno.
En esta etapa, todavía no aparecen los nombres propios que podrían “identificar” a los conspiradores. El itinerario dice que primero hay que identificar al enemigo y desde esa identificación preparar la defensa. Si esto no es más que una payasada como tantas otras, pronto sabremos en qué dirección se orienta la persecución.