La acción transcurrió a mediados de enero en la localidad bonaerense de San Isidro. Coordinados a la manera de un grupo de tareas, Pipo Paolucci, Mateo Servan, Ian Molina y Agustín Castiglione se convocaron para borrar un mural de Abuelas de Plaza de Mayo pintado sobre los paredones del Jockey Club. La obra celebraba la restitución de nuevos nietos y había sido realizado en un acto organizado por H.I.J.O.S. y otras organizaciones de Derechos Humanos. El grupo decidió que debía ser eliminado.
El video filmado y distribuido por los propios agresores muestra cuando descienden de un Falcon verde -el auto predilecto de la dictadura genocida- con latas de pintura blanca y rodillos nuevos. “Estamos tapando las mentiras que se dijeron durante años”, dice Agustín Castiglione en un momento del registro. Otro integrante agrega: “Acá la Libertad Avanza de San Isidro venimos a tapar la cagada que hicieron los zurdos”.
El posteo termina con Castiglione guardando los materiales en el baúl del Falcon verde y mirando a cámara con sonrisa desafiante: “Trabajo terminado”.
Los jóvenes que se dicen libertarios no hacen más que bajar al territorio las bravuconadas de su líder, el presidente Javier Milei, que se pasó la semana paseando sus proclamas reaccionarias por el mundo.
En una secuencia de descargas programadas el presidente atacó a las mujeres, prometió perseguir a los "zurdos de mierda", negó el cambio climático, despotricó contra la inmigración y calificó de pedófilos al colectivo LGBTI. La sucesión de violentas provocaciones ocurre al comienzo de una campaña electoral donde Milei busca quedarse con la representación absoluta de la Argentina conservadora, hoy distribuida entre el PRO, la UCR “dialoguista”, gobiernos provinciales y el peronismo tradicionalista. La jugada, diseñada y guionada por el asesor Santiago Caputo, busca potenciar la "batalla cultural" como carnada en caso de que la crisis económica se profundice y espante a los votantes todavía “esperanzados”.
El manotazo del ministro Luis Toto Caputo al campo da cuenta de la magnitud del problema que el gobierno afronta con el dólar. La decisión oficial de usar el tipo de cambio como ancla anti inflacionaria -y la atractiva timba que Luis Caputo diseñó para beneficiar a sus clientes y socios financieros de siempre- consumió el superávit comercial de 19 mil millones de dólares de 2024 y dejó al BCRA en rojo de cara al exigente cronograma de vencimientos de este año. Si el FMI no suelta fondos frescos rápido, y tampoco aparecen préstamos de inversores privados reactivos al Cepo, el país se encamina al default, escribió esta semana la consultora Moodys en su informe de riesgo.
El paper anotó la advertencia tras la secuencia de pagadiós protagonizados por acopiadoras y cerealeras, a las que el gobierno ahora les tiende la mano de un nuevo dólar soja temporal a cambio de apurar la liquidación de unos 6 mil millones de dólares de cosecha vieja que se mantienen retenidas. Un manotazo improvisado con final incierto: los productores, en plena cosecha, van a esperar a leer el decreto y, sobre todo, la cotización que canten las pizarras antes de desprenderse de los granos.
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La desesperación de Caputo por los dólares potenció la violencia verbal del presidente, siempre dispuesto y hábil para distribuir caramelos de madera envueltos en batalla cultural. Pero que sea pirotecnia no le resta peligro de incendio: la violencia que ejerce el presidente desde los estrados derrama en redes sociales y, como se manifestó en San Isidro, también en las calles. ¿Cuánto falta para que las víctimas de las agresiones presidenciales y su programa de miseria respondan con la misma vara?
Es natural que la primera reacción a una bravuconada sea visceral, pero en política nunca es conveniente actuar desde las tripas.
El que se enoja pierde.
La intención de Milei, como la de todo líder fascista, es fragmentar a la sociedad para que los colectivos se enfrenten entre sí y debilitar la reacción colectiva. No por obvia y repetida la maniobra deja de ser eficaz. La historia enseña que la respuesta colectiva es la reacción más útil e inteligente de los sectores populares frente a las agresiones de la élite.
La unión hace la fuerza.
Por supuesto, es probable que en el cordón sanitario se camuflen traidores y oportunistas. Pero la urgencia de la hora es frenar el sufrimiento de los miles de jubilados que perdieron sus medicamentos, las mujeres devueltas a la violencia machista, las pymes que no venden y los trabajadores que pierden sus empleos, los discapacitados que se quedan sin cobertura ni hogar, los millones que se van a dormir sin comer.
La avanzada del fascismo mileísta y su implacable transferencia regresiva de ingresos se desplaza en falcon verde.
¿Pasarán?