El año que viene: verla o no verla, esa es la cuestión

El tamaño del problema que se está creando Milei a solamente tres semanas de asumir es tan grande que se ve desde muy lejos. Imagen en caída y problemas en ascenso: el combo que complica los planes del gobierno.

31 de diciembre, 2023 | 00.05

“No la ven”. El latiguillo, popularizado en las redes y retomado por la comunicación oficial, e incluso por el propio presidente Javier Milei, da cuenta del carácter adolescente de este gobierno que en apenas veinte días, por cálculo o por error, se enfrentó simultáneamente a prácticamente todos los sectores de la sociedad. “No la ven”, insisten, desestimando los reclamos instantáneos y simultáneos de productores agrarios, exportadores industriales, PYMEs mercadointernistas, educadores, trabajadores de la salud, cámaras de transportes y farmacéuticas, científicos, artistas, comerciantes, jubilados, sindicatos, organizaciones sociales y un largo etcétera. Como en el viejo chiste de gallegos, el que conduce a contramano piensa que todos los autos que vienen de frente están equivocados.

Sin embargo, el tamaño del problema que se está creando Milei a solamente tres semanas de asumir es tan grande que se ve desde muy lejos. No solamente quienes tenemos algunos años más que los púberes militantes de La Libertad Avanza ya vimos los efectos que tuvieron las políticas que proponen y conocemos las dificultades y los enormes costos que trae consigo revertir esas decisiones, costos que recaen, siempre, sobre las mayorías. Los mismos fundadores de las ideas que ellos dicen defender, padres intelectuales de la ideología que creen abrazar, hace más de uno o dos siglos advirtieron los errores en los que están incurriendo, golosamente, el mandatario y sus sponsors. Son fragmentos que gozan de una actualidad asombrosa, tanto que parecen escritos antes de ayer.

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Juan Bautista Alberdi, uno de los inspiradores de la primera Constitución Nacional, es una de las figuras que más admira Milei. El presidente se ve a sí mismo como el continuador moderno de la obra del liberal decimonónico. Sin ir más lejos, su proyecto de ley ómnibus lleva como nombre “Bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos”, en una obvia y poco pudorosa cita al libro más famoso de su pretendido alter ego, las “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”, publicado en 1852. Algunos años más tarde, Alberdi escribía en una carta recogida en su obra póstuma una caracterización de “los liberales argentinos”, crítica a los gobiernos de esa época pero que goza de una indisimulable actualidad.

“Los liberales argentinos son amantes platónicos de una deidad que no han visto ni conocen. Ser libre, para ellos, no consiste en gobernarse a sí mismos sino en gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad. El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo. A fuerza de tomar y amar al gobierno como libertad, no quieren dividirlo, y en toda participación de él, dada a los otros, ven un adulterio. La libertad de los otros, dicen ellos, es el despotismo. El gobierno en nuestro poder es la verdadera libertad. El liberalismo, como hábito de respetar el disentimiento de los otros ejercido en nuestra contra, es cosa que no cabe en la cabeza de un liberal argentino. El disidente, es enemigo: la disidencia de opinión, es guerra, hostilidad, que autoriza la represión y la muerte”.

 

Alberdi, sin ninguna duda, la veía, casi un siglo y medio antes de que asuma Milei. Retrocedamos aún más, a 1776, cuando Adam Smith, el padre del liberalismo económico, publicó la obra que fundó esa escuela de pensamiento: “La riqueza de las naciones”. Allí, el británico formula una vigorosa advertencia sobre el riesgo de dejar las decisiones de un gobierno exclusivamente en manos del capital: “El interés de los empresarios en cualquier rama concreta del comercio o la industria es siempre, en algunos aspectos, diferente del interés común y a veces su opuesto. El interés de los empresarios siempre es ensanchar el mercado pero estrechar la competencia. La extensión del mercado suele coincidir con el interés general, pero al reducir la competencia siempre va en contra de dicho interés”. 

Sigue: “Eso sólo puede servir para que los empresarios, al elevar su beneficio por encima de lo natural, impongan en provecho propio un impuesto absurdo sobre el resto. Cualquier propuesta de una nueva ley o regulación comercial que provenga de esta categoría de personas debe siempre ser considerada con la máxima precaución y nunca debe ser adoptada sino después de una investigación prolongada y cuidadosa desarrollada no sólo con la atención más escrupulosa sino también con el máximo recelo. Porque provendrá de una clase de hombres cuyos intereses nunca coinciden exactamente con la sociedad, que tienen generalmente interés en engañar e incluso en oprimir a la comunidad, y que de hecho la han engañado y oprimido en muchas oportunidades”. Smith también la veía.

No la ven

El viernes por la noche volvió a haber cacerolazos en varias ciudades del país. Milei viajó a Mar del Plata a ver la imitación que de él hace Fátima Flores, dizque su novia, en un teatro que tuvo que ser rodeado por un caro y aparatoso operativo de seguridad que lo pusiera a distancia de miles de personas que se acercaron a repudiarlo. El miércoles, una marcha a media máquina convocada por la CGT juntó a más de cincuenta mil personas en el centro porteño, incluyendo a otras centrales obreras, organizaciones sociales y partidos políticos de izquierda que con la cúpula cegetista no pueden verse ni en figuritas. La convocatoria estuvo engrosada por varios miles de vecinos de a pie que permanecieron en la zona varias horas después de la desconcentración, incluso ante la injustificada represión policial.

Esa percepción de rechazo, acaso anecdótica, fue reforzada antes del fin de semana con la publicación de un estudio de opinión pública de la consultora Zubán, Córdoba y Asociados, una de las más prestigiosas en ese área y que trabaja para una amplia variedad de clientes políticos y empresariales. Allí se refleja que, a veinte días de haber asumido, el 52 por ciento de los argentinos ya “desaprueba totalmente” la gestión del gobierno nacional; el 53,4 por ciento está “muy en desacuerdo” con la frase “el ajuste de Milei lo está pagando la casta”; el 52,4 por ciento está “muy de acuerdo” con que “el ajuste de Milei lo está pagando la gente” y el 51,2 por ciento está “muy en desacuerdo” con que “el DNU que regula el funcionamiento de la economía está a favor de la gente común”. 

Además, el 54.6 por ciento dijo que iría a votar en contra del DNU en un plebiscito y el 56,1 por ciento cree que el decreto “es inconstitucional y debería ser derogado”. La imagen del presidente ya se encuentra en un 55,5 por ciento por la negativa y 44,1 por ciento positiva, casi al revés que el ballotage. El propio Gustavo Córdoba, director de la agencia, habló de “un verdadero récord” y graficó “la pérdida de casi un 1% de apoyo por día desde que asumió”. Fue “la pérdida de diferencial positivo más acelerada de la que se tenga registro” e incluso “probablemente la más acelerada en la historia de la región”. Para Córdoba, Milei “ha empezado a consumir a velocidad inusitada el favor político que obtuvo en las elecciones a partir de la errónea lectura de haber sido el más votado en democracia.”

A eso se suma que el trámite parlamentario del DNU y el proyecto de ley ómnibus parece empantanado. Miguel Angel Pichetto, presidente de un nuevo interbloque que puede tener la llave de la cámara de Diputados, clausuró la posibilidad de votar esas iniciativas a libro cerrado. Si las próximas mediciones de opinión pública replican la escena que pintó Zubán, Córdoba, y las manifestaciones de disenso callejero se extienden, resultará cada vez más costoso para el oficialismo sumar voluntades que le permitan sortear el trámite parlamentario. Y todavía no impactaron de lleno en el bolsillo las quitas de subsidios y la suelta de anclas regulatorias en mercados clave como medicina prepaga y educación privada, ni la temporada turística, que va camino a ser la peor en veinte años.

En el gobierno, evidentemente, no la ven. Las internas en el gabinete y el desorden en el equipo de comunicación presidencial, cuyo amateurismo sólo es superado por el de la canciller Diana Mondino, se cobró una nueva víctima esta semana: la secretaria de Medios, Belén Stettler, fue reemplazada por el filatelista Eduardo Serenellini. Stettler respondía al asesor estrella Santiago Caputo, cuyo rápido ascenso puso en guardia a la celosa Karina Milei, que comenzó raudamente a desarmar sus posiciones en la primera línea del gobierno. Serenellini es experiodista de LN+ y tuvo sus quince minutos de fama hace pocos días cuando sugirió al aire que el ajuste debe hacerse entre todos: “unos recortarán la plataforma para ver películas” y “otros harán una comida por día”. Premio y provocación.

Si no hay pan, que coman torta

Este es, evidentemente, un gobierno sin temor a la reprobación de las masas. La diferencia entre ser estúpido y temerario está en el éxito, podría decirse, parafraseando al villano de James Bond al que Milei le gusta citar. La casta, evidentemente, no tiene miedo. Ese miedo a las mayorías populares (y las concesiones que allí nacen) ha sido, históricamente, uno de los pocos factores que equilibraron la balanza de poder en las sociedades sin necesidad de revoluciones sangrientas. Cuando los ricos tuvieron miedo, cedieron. Cuando dejaron de tener miedo, apretaron más fuerte. La edad de oro del capitalismo, esos 20 años que siguieron a la posguerra y moldean las aspiraciones y anhelos de nuestra sociedad, fue un pacto solventado en el temor muy concreto a la revolución.

Así fue que, en algunas partes de occidente, incluso la Argentina, durante casi un cuarto de siglo, el capital aceptó otorgar a los trabajadores niveles de dignidad, acceso al consumo y márgenes de decisión política inéditos en la historia de la humanidad. Eso vino de la mano de un rol muy activo del Estado para brindar servicios públicos de calidad, de un rol muy activo de las organizaciones gremiales para garantizar condiciones de trabajo favorables y salarios altos, de un rol muy activo de la sociedad civil a través de organizaciones religiosas, de partidos políticos, de clubes y de otras formas de organización que tenían un peso en la toma de decisiones que hoy sería impensable. ¿Qué pasó desde entonces? Pasó la caída del muro. Pasó que los ricos dejaron de tener miedo y el resto dejamos de tener poder.

Así fue que comenzó un proceso inédito de concentración no solamente de la economía sino también de poder político. A comienzos de los noventas, el ránking de las principales fortunas de Forbes lo encabezaba Sam Walton, el dueño de Walmart; ahora, entre los magnates digitales tercia Bernard Arnault, director ejecutivo de LVMH, el mayor conglomerado de marcas de lujo del planeta, dueño de Luis Vuitton, Möet & Chandon, Christian Dior, Bvlgari entre varias decenas de etiquetas de primera línea. La conclusión es evidente: hace treinta años era más rentable venderle mucho a muchas personas, ahora es mejor negocio especializarse en el nicho de los megamillonarios. En el año 2000 había menos de 500 fortunas valuadas en más de mil millones de dólares. Hoy son más de 2700. 

Ese proceso comenzó con la caída del muro, se aceleró después de la crisis financiera de 2008, cuando salieron ganando las grandes corporaciones a expensas de la enorme mayoría de los trabajadores, y terminó de definirse durante la pandemia, que significó otra inmensa transferencia de recursos de abajo hacia arriba a nivel global. Semejante concentración de riqueza vino acompañada, lógicamente, con más concentración de poder. Muchísimas potestades que eran estatales fueron privatizadas a manos de grandes corporaciones; en simultáneo, el margen de la voluntad popular a la hora de condicionar la toma de decisiones o indicar el camino a través de las instituciones democráticas se fue achicando dramáticamente por el peso del capital en la política y los medios.

Entonces, el contrato social que llamamos democracia, que le garantizaba a las mayorías cierto nivel de dignidad, de acceso al consumo y de márgenes de decisiones, se está rompiendo, de arriba hacia abajo. Los ricos ya no tienen miedo. No solamente no existe el fantasma del comunismo recorriendo Europa, ni ninguna parte del globo, y la concentración de riqueza y de poder inclina la cancha de tal forma que se vuelve cada vez más difícil revertir el proceso, sino que el avance de nuevas tecnologías permiten reemplazar la fuerza de trabajo humana por hardware y software que lo hacen mejor y más barato. El capital ya casi no necesita al trabajador y además dispone de herramientas de vigilancia y disciplina que hacen empalidecer a buena parte de las pesadillas distópicas del siglo pasado.

El experimento Milei

A partir de 2016 procesos como el de Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil auscultaron los límites de resistencia de las democracias vaciadas de sentido. En la Argentina esa exploración está dando un paso o varios pasos más allá. Cuando Milei habla, desde sus convicciones ideológicas, de destruir el Estado desde adentro, debe leerse en realidad destruir la democracia desde adentro. No es liberalismo: es plutocracia, el gobierno de los ricos para los ricos, que termina de despojar a la voluntad popular de resortes institucionales. El Congreso, órgano de representación del pueblo de la nación y de las provincias, es reemplazado por un decreto manufacturado en los más exclusivos buffets jurídicos y un proyecto para otorgarle al presidente la suma del poder público.

La amenaza concreta es el fin de la política, entendida como instancia de mediación entre los pocos de arriba y los muchos de abajo, como única alternativa a la brutal opresión. Por supuesto, eso es posible no solamente por los errores pasados, que vaciaron de sentido la democracia al punto de que más de la mitad de la sociedad argentina votó a una red flag envuelta en una campera deportiva, sino también por el fracaso a la hora de proyectar un futuro mejor. Porque quienes debían proteger a la sociedad se enfrascaron en la defensa de un status quo que no conformaba a nadie y de derechos altisonantes que en la práctica sólo alcanzaban a unos pocos. El peronismo, en particular, se volvió un movimiento conservador, en el peor sentido posible de la palabra.

La tarea, ahora, apurada por la velocidad a la que el experimento Milei entra en estado de descomposición, es reconstruir esos lazos de representación volviendo a constituirse en ese mediador que atenúa la voracidad opresora de una oligarquía sin miedo y animarse a pensar, con creatividad, soluciones políticas e institucionales que comiencen a revertir el camino recorrido en los últimos años. De la crisis de la democracia no se sale con menos democracia sino con más. Del vaciamiento de la política no se sale con un gobierno de ricos para ricos sino con nuevos mecanismos para empoderar a la sociedad. Cada cual desde el lugar que le toca: los gobernadores e intendentes cuidando a sus vecinos, los sindicalistas a sus trabajadores, los diputados y senadores, representando a quienes los eligieron.

Sólo así, cuidando, proyectando y proponiendo, se podrá reconstruir la confianza rota, la capacidad de escucha, la credibilidad, la potencia de la política ante la ofensiva arrasadora de la plutocracia. Sólo el poder construye más poder. Sólo la autoestima abre las puertas para que una sociedad sea artífice de su destino. Sólo la dignidad lleva a una vida mejor. Es una tarea sutil, pero concreta, que se lleva a cabo de a poco, pero todos los días. Y es el deber de cualquier dirigente democrático. De lo contrario, la Argentina se habrá convertido en la vanguardia de una avanzada reaccionaria global que no sabemos si tiene vuelta atrás, porque cada año que pasa, cada mes que pasa, cada semana que pase, la cancha está más inclinada para el lado de quienes nos oprimen.

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