La pandemia de COVID -19 se extendió por todo el mundo, afectando al norte y al sur, a las comunidades urbanas y rurales, cobrando un alto precio en vidas y medios de subsistencia. Se pierden vidas, los sistemas de salud están al límite, las oportunidades de educación han desaparecido, las empresas han cerrado”, así lo afirma un informe de la Organización de Naciones Unidas realizado por 45 expertos en derechos humanos en este diciembre.
Obviamente, nuestro país no pudo escaparse de los efectos de la pandemia, no solo de aquellos derivados de la pérdida de vidas, sino también, a la caída del PBI, el debilitamiento del sistema productivo y el aumento de la pobreza. Por eso, a diferencia de aquellos que lo esconden, este artículo se propone contextualizar el fenómeno a partir de los recientes indicadores de un informe de resultados del Indec sobre el impacto del covid 19 en la región del Gran Buenos Aires, agosto- octubre 2020, junto a una simulación realizada por el Observatorio de la Deuda Social Argentina (OSDA) de la Universidad Católica Argentina, sobre a cuánto hubiese llegado la pobreza en nuestro país sin el fuerte rol del Estado. Es necesario ver la película completa y no quedarnos con una foto, construimos sentido para entender el horizonte político como expresaba ese gran comunicador popular Jorge Huergo.
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El informe del Indec nos dice que el 40,3% de los hogares contaban con al menos un miembro con problemas laborales (despido, suspensión, disminución de ingresos) y que el 33,8% redujeron el consumo de al menos un alimento (carne vacuna, otras carnes, verduras frescas y leche). Claro que como siempre sostenemos los números promedios esconden diferencias sociales y territoriales.
Así, de ese 40,3% de hogares con algún miembro con problemas laborales, ese número sube hasta el 45,7% para los que tienen secundario incompleto, se reduce al 37% a los de secundario completo o terciario/ universitario incompleto, y al 34,5% para los de terciario/universitario completo o más. Y eso se llama desigualdad.
También de ese 33,8% que redujo al menos un alimento, en el conurbano esa cifra se eleva al 38% y en la ciudad de Buenos Aires, se reduce al 21,2%. Y eso se llama desigualdad. Y siguiendo el informe también se indica que el 28,6% dejaron de pagar o tuvieron problemas para cubrir los pagos de servicios de la vivienda. Claro en el conurbano, ese porcentaje se eleva al 33,3% de hogares y en la ciudad de Buenos Aires se reduce, al 14,7%.
Seguramente al interior del conurbano las diferencias territoriales también marcarán sus diferencias, al igual que en la ciudad, donde seguramente la zona sur concentraría el mayor número. Y eso se llama desigualdad.
Las jefes o jefas de hogar con empleo que tuvieron disminución de sus ingresos laborales desde la pandemia involucran al 33% de los hogares. Si tomamos aquellos jefes o jefas con secundario incompleto se eleva al 41,9%, con secundario completo o terciario/universitario incompleto disminuye al 32% y se vemos lo que pasa con los que tienen terciario/ universitario completo o más, el resultado es el 23,2%. Y eso se llama desigualdad.
El 65,5% de los hogares incrementaron el tiempo dedicado a tareas domésticas. En los hogares con más de un miembro, en el 64,1% esas tareas son realizadas sólo por mujeres. Y eso se llama desigualdad, en este caso de género.
Un dato significativo para pensar el día después de la pandemia, ya que muestra diferencias sociales abismales, lo da el 30,4% de los hogares que trabajaron desde su vivienda en la pandemia. Porque los que tienen secundario incompleto sólo fueron el 10%, los de secundaria completa o terciario/ universitario incompleto el 26,9% y los de terciario/ universitario completo o más, el 59,2%. Y eso se llama desigualdad.
Para revertir esta situación, se necesita de un Estado presente, como aquel que recomienda las Naciones Unidas, que tome a la pandemia como punto de inflexión, el que es capaz de romper, o al menos iniciar el camino para hacerlo, con las desigualdades preexistentes, es el que puede brindar las herramientas necesarias para romper ese círculo perverso de la pobreza que, en cada crisis, se profundiza.
Ese Estado que, desde los inicios del nuevo gobierno, frente a la situación de aumento de la indigencia que produjo el macrismo, implementó la tarjeta alimentar para aquellas familias con hijos menores de 6 años.
Ese mismo Estado que, durante el primer año de mandato de Alberto Fernández transfirió ingresos ―como consecuencia de la pandemia― por medio del Ingreso Familiar por Emergencia (IFE), la Asistencia de Emergencia al Trabajo y a la Producción (ATP) y reforzó la Tarjeta Alimentar, la Asignación Universal por Hijo (AUH), los bolsones de alimentos y las entregas de viandas.
Ese es el Estado que el informe marca como presente, ya que el 48% de los hogares recibieron durante el 2020 al menos una prestación de las implementadas a raíz de la pandemia (IFE, ATP o bonos), es decir, que casi la mitad de la población de nuestro país recibió algún tipo de ayuda alimentaria o transferencia de ingresos.
¿Qué hubiese pasado con un Estado al estilo del macrismo? Si bien, responder a este interrogante nos llevaría a un escenario incomprobable porque los análisis contrafácticos nos enseñan infinitos desenlaces, decidimos tomarnos el atrevimiento para prevenir al lector de aquello que hubiera pasado.
En este sentido, el Observatorio de la Deuda Social Argentina (OSDA) realizó una simulación de a cuánto hubiese llegado la pobreza en nuestro país sin el fuerte rol del Estado en materia social, en el que sostiene que la misma hubiera pasado del 44,2% al 53,1% sin las prestaciones antes mencionadas. Es decir, que con un Estado al estilo del macrismo que se caracterizó por implementar recetas de austeridad y de ajuste sobre los sectores con mayores necesidades, estaríamos teniendo en este momento un piso de pobreza del 50%, y la indigencia, es decir la población que no alcanza a cubrir la canasta básica de alimentos en lugar del 10,1%, sería del 24,9%. Un cuarto de la población con hambre sin el Estado presente.
La pandemia es una oportunidad y tenemos un gobierno que cree en el Estado para igualar las condiciones, será cuestión de tiempo, de aunar voluntades, de hacernos fuertes para que, las advertencias sobre un mundo más desigual, nos afecten lo menos posible.
A algunos la pandemia le puso barbijos, a otros le sacó las caretas, y al Estado le puso la cinta de capitán.
* Antonio Colicigno es Magíster en Políticas Sociales
**Mauro Brissio es Magíster en Comunicación.