Es conmovedor el espectáculo del nacimiento de un nuevo movimiento de opinión en nuestro país; podría llamarse “solidaridad argentina con Estados Unidos”. La vanguardia del movimiento la ejercen los medios de comunicación más poderosos, a través de periodistas especializados en la desinformación.
El detonante del estallido de este movimiento fueron las palabras del presidente argentino a su homólogo ruso poniendo en cuestión la exagerada dependencia de nuestro país respecto del FMI y de los Estados Unidos. Las consignas solidarias con el país del norte se construyen sobre el dudoso pilar conceptual que gira alrededor de la “defensa de la democracia” en el mundo. ¿Cuáles son los países democráticos en el mundo? Según los agitadores de este nuevo movimiento son los países amigos de Estados Unidos, mientras que sus adversarios antidemocráticos son, de modo igualmente automático sus enemigos. Es decir, la comunicación dominante de Argentina opera como difusora de los intereses geopolíticos de ese país.
Y la propaganda pronorteamericana tiene como principal soporte ideológico lo que Raúl Alfonsín supo denunciar haciendo referencia “al diario Clarín”: el trabajo sistemático para bajar la autoestima de los argentinos. Esto arrecia cuando hay en nuestro país un gobierno díscolo con los intereses norteamericanos, pero no se detuvo cuando la casa rosada fue ocupada por el macrismo, ni por el menemismo, ni por la salvaje dictadura cívico militar triunfante en 1976.
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La generación de una autopercepción del propio país como un fracaso histórico se complementa con su explicación por las tendencias “populistas” que operan en su interior. O, a veces, por la naturaleza igualmente populista de su historia política. Es un argumento muy extraño en un país con la historia de dependencia ideológico-política de los dos grandes imperios capitalistas de los últimos siglos (Reino Unido y Estados Unidos) que atraviesa a la Argentina moderna. Pero, claro, los estereotipos son absolutamente inmunes a las evidencias de la realidad. Fueron largamente construidos. Sus vehículos principales no son la reflexión histórica, ni el estudio de la realidad, sino las certezas emitidas por el cine de Hollywood, que nos dice, por ejemplo, que el triunfo en la guerra contra el nazi-fascismo fue obra de las fuerzas armadas de Estados Unidos.
¿Cuál es el rasgo específico del accionar de las fuerzas pronorteamericanas en esta etapa? Sin duda el aspecto actual de su comportamiento tiene el sello de la cuestión geopolítica central de esta etapa del mundo: el tránsito -incompleto, pero en pleno desarrollo- del predominio de Estados Unidos en el orden mundial al de China. Y en esa disputa, una cuestión clave para la casa blanca es el control de los acontecimientos en su histórico “patio trasero”. Después de lo que en 2015 parecía la época del regreso a la “normalidad política” en la región, nuevos acontecimientos regionales explican la desconfianza estadounidense en la evolución de nuestros países. Es interesante saber que esa preocupación no es secreta: la transmite sistemáticamente cada uno de los personeros de la potencia que visitan el país. No es un asunto menor que quien acaba de ser puesto en funciones como embajador de EE.UU. en nuestro país -mr. Stanley- no se haya abstenido, antes aún da asumir, a la hora de hacerle “recomendaciones” a nuestros gobernantes en materia de proyecto económico-político.
El movimiento solidario con Estados Unidos ha ido haciendo girar su discurso en sus direcciones más delirantes. Algunas de sus afirmaciones asombran por el hecho de que marcan una escalada en la dirección a un “neo-macartismo”, que no se frena ni siquiera ante la equiparación del actual presidente de Rusia con sus antecesores del partido comunista soviético. Por otro lado, mientras en el mundo antimperialista se discute si la República Popular China merece ser caracterizada como socialista o comunista, los opinólogos de Magnetto y de Macri no encuentran diferencias entre Xi Jin Ping y Mao. “La verdadera política es la política internacional” dijo Perón hace varias décadas. Hoy está muy claro entre nosotros: una política de desarrollo justo y soberano de la Argentina es absolutamente inseparable de un rumbo político (es decir, “geopolítico”) de ensanchamiento de nuestra independencia respecto de cualquier potencia extranjera. Desde ese punto de vista, las palabras de Alberto Fernández en su reunión con Putin adquieren una connotación histórica. El presidente dijo que Argentina “tiene que dejar de tener esa dependencia tan grande que tiene con el FMI y con Estados Unidos” y que Argentina puede ser la puerta de entrada comercial de Rusia a la región. Es imposible divorciar este tipo de afirmaciones de las tensas conversaciones que se desarrollan entre el FMI y el gobierno argentino sobre el tratamiento de la colosal deuda dejada por el macrismo. Como nadie conoce un texto con pretensión definitiva de acuerdo entre el país y el fondo, la discusión sigue abierta. En la situación mundial actual está en plena maduración un tipo de orden mundial distinto al que nació con la caída del muro y la implosión soviética, es decir un mundo cuyo centro decisorio excluyente está en Washington.
El marco ideológico-político del discurso internacional del gobierno argentino no es el de cambiar una afinidad ideológica por otra sino de colocar al país en condiciones de ejercer en plenitud su soberanía política y económica, que constituye la base material de un país más justo para todxs sus habitantes. Y eso es lo que significa finalmente la política: el antagonismo en la disputa sobre cómo se distribuyen los recursos materiales y morales en un determinado territorio, evitando que ese antagonismo desemboque en el fracaso de todo intento de vida en común y en la consecuente descomposición de la comunidad política.
Otra vez, vuelve al centro de la escena la cuestión de la dependencia, la cuestión nacional. Cristina dijo hace no mucho que el problema principal de Argentina era el carácter bimonetario de su economía, lo que es hablar -en otras palabras- de su dependencia económica y política. Es esa dependencia, con distintas formas a través del tiempo, lo que está en la base de las crisis de nuestro país, lo que llevó al largo empate en la Argentina posperonista entre las fuerzas nacional-populares y sus adversarios. Es lo que llevó a las luchas de principio de los años setenta y a la respuesta cívico-militar terrorista.
Lejos de estar cerrado el capítulo de la catastrófica política endeudadora del macrismo, estamos solamente en sus comienzos. Ningún acuerdo con el FMI puede ser un buen acuerdo. No es eso lo que se está jugando sino los grados de libertad que pueda conservar y/o recuperar el país para desarrollar políticas a favor de las mayorías populares. Por supuesto que el resultado de esa tensión se define en las luchas políticas internas, pero una posición internacional de independencia para mejorar nuestros márgenes de negociación es una premisa insoslayable para ejercer nuestra soberanía política.