La crisis en desarrollo y la falta de respuestas políticas

16 de abril, 2023 | 00.05

Las crisis nacionales son siempre políticas. Pueden nacer por causas económicas, sociales, jurídicas o militares; pero su emergencia consiste en que la política legalmente instituida no está en condiciones de dominar la situación. Es decir, se produce un vacío en el lugar del pacto que une a los estados con la población y el territorio sobre los cuales ejercen el poder. Las crisis, cuando adquieren intensidad y dramatismo, son las que abren determinados “ciclos políticos”, signadas por el surgimiento de “élites” capaces de recuperar capacidad de dirección estatal sobre los acontecimientos. Nuestra actualidad es emergente del estallido social crítico de fines de 2001, la que, a su vez fue el resultado del desmadre de la “solución” de la crisis de 1989 -la de la hiperinflación- por el camino del plan de convertibilidad.

La expresión “kirchnerismo” remite a la emergencia de la candidatura y el triunfo electoral de Néstor Kirchner en 2003. En 2008, la amplísima coalición que sostenía su gobierno desde el origen se rompió: el principal monopolio de la información -el grupo Clarín- terminaría el tiempo de su apoyo al gobierno y pasaría a coordinar el “frente ideológico-político” que no ha dejado, desde entonces, de intensificar su sabotaje a la experiencia iniciada en aquel 2003. Todo indica que hoy se insinúa un nuevo episodio político crítico en nuestro país. No es necesariamente la repetición mecánica de la crisis de 2001 ni de ninguno de sus antecedentes. Tampoco es la periodicidad un poco mágica que algunos opinólogos parecen haber deducido de estos episodios. ¿Dónde y cómo se inició este ciclo crítico? La mayor parte del coro mediático atribuye este frente de tormenta a la experiencia del Frente de Todos desde 2019 hasta hoy; no es una atribución inocente, más bien pretende inducir una conducta social en las cercanas elecciones favorable a una nueva “alternancia”, a un nuevo triunfo de los enemigos del kirchnerismo. En este caso se insinúa una querella interior en la derecha: en la fuerza de ese porte que ganó por primera vez una elección mostrando su identidad de tal desde que en Argentina el gobierno empezó a disputarse a través de los votos.

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El país está yendo a una nueva crisis. La idea de que la actual situación económico-social puede ser resuelta con el manual de estilo del gradualismo y la moderación llevaría a quienes la defiendan a un completo aislamiento. Por lo pronto para empezar a pensar en cuál tiene que ser el rumbo a seguir es necesario pensar seriamente en cuál fue el origen de la crisis. El origen, no tanto en el sentido de los plazos largos que adjudican al “estatismo” o a la “restricción externa” los males endémicos de nuestra historia económica, sino en el de una mirada más inmediata: ¿fueron su origen las “políticas populistas” del kirchnerismo, el debilitamiento producto de las políticas neoliberales del macrismo o la tibieza del actual gobierno actual?

Parece que el territorio electoral de octubre no estará signado por la competencia entre dos coaliciones sino entre tres. Lo que se suma es la “novedad” de la antipolítica que para surgir como tal novedad necesita borrar la huella de la historia argentina de muchas décadas a esta parte. Porque antipolíticos fueron los golpes de estado contra Yrigoyen y contra Perón. Fueron igualmente anti políticas las épocas de los gobiernos elegidos por medio de la proscripción del peronismo y ni hablar de la experiencia del terrorismo de estado. Incluso el menemismo, que fue la captura del peronismo por los aires de la “globalización”, impulsó intensamente la cultura antipolítica, con los tecnócratas de la economía como sus divulgadores principales. En este caso, la antipolítica se presenta como la lucha contra la “casta política”. El territorio se divide en dos: están los que trabajan y producen y son los que serían víctimas del estado depredador, por un lado, y sus antagonistas, los que viven a costa del estado, desde los que reciben ingresos de subsistencia hasta los más grandes y poderosos empresarios. El uso de la cuestión de la clase política remite a las movilizaciones españolas de mayo de 2011 y sigue siendo utilizada por quienes construyeron sobre la base de ellas la experiencia de Podemos. A ese menú podría agregarse el sector que se identifica en plenitud con la experiencia del actual gobierno; en este último caso está por definirse si es posible la unión del frente de todos en esta elección o sus referentes virarán hacia algún tipo de “pan-peronismo” no kirchnerista. Por ahora, la estrategia de la “coalición del 70%, públicamente auspiciada por el Departamento de Estado de Estados Unidos, (siempre tan prescindente y respetuoso de las instituciones argentinas), no aparece viable...pero la crisis está en pleno desarrollo.  

El telón de fondo de este período es el de la intensificación de la presión geopolítica del gobierno norteamericano de Biden cuya síntesis parece ser “no hagan acuerdos con China y cumplan religiosamente con las indicaciones del FMI”. La cuestión, como en todas las crisis es, para las fuerzas políticas nacionales y populares la de la adecuada caracterización de esta encrucijada, la elaboración de una alternativa que sea a la vez viable y enérgica en su ejecución. Claro que el Frente de Todos no coincide en su conjunto en la caracterización de esta etapa convulsiva. Hace poco la “mesa” del frente había llegado a una mirada compartida y muy interesante del momento, pero ese acuerdo nunca fue más allá de un papel -muy apropiado en su redacción pero de nula importancia política posterior- sin que ninguna de las corrientes internas saliera en defensa de tan interesante y prometedor documento. 

En estas condiciones el factor tiempo empieza a tomar una relevancia central. Por ahora, la coalición de gobierno sale elegantemente -y acaso un poco inocentemente- del paso, con la remisión del problema con el recurso de “las PASO”. En la actualidad, no hay ninguna otra explicitación de la conducta futura de la coalición de gobierno que no sea esa. Ciertamente, la gravedad de la situación merecería otro enfoque. Por el actual camino iremos acercándonos al “día D” en el contexto de la penuria social, la indefinición política y algo así como una fe religiosa en la omnipotencia de las primarias abiertas. Y en ese caso, volviendo al comienzo, habrá que contar con la posibilidad de que lo que hoy podría ser una línea de movilización organizada y pacífica devenga un nuevo episodio de respuesta social espontánea en la que algunos de los actores mencionados -y aún otros que hoy no están a la vista- se preparen para convertir a la profunda crisis que está en desarrollo en el escenario de nuevas aventuras antipopulares.