¿Qué país queremos los argentinos?

15 de noviembre, 2020 | 11.00

Las experiencias inusitadas e impensadas que nos ha tocado vivir este año generan grandes incertidumbres en cuanto al futuro, acerca del cual la única certeza pareciera ser que no se volverá a la “antigua normalidad”, sin que una nueva asegure un mejor vivir. En algún sentido es lícito plantearse que se abre un ciclo refundacional, que nos interpela acerca del modelo de país que mejor se ajuste una sociedad sin exclusiones ni inequidades contrarias a derechos humanos fundamentales.  

Cuestiones generacionales y etarias

Interrogarnos sobre los anhelos de un Pueblo o de la “gente”, expresión actual ésta tan connotativa como esa otra, difícilmente posibilite respuestas unívocas o admita un nivel tan amplio de generalización.

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Tampoco basta con recurrir a la Historia cualquiera sea el relato al que adhiramos, aunque no deja de ser relevante considerar el decurso que la Argentina registra, los acontecimientos más significativos que han marcado épocas o etapas, las tradiciones unidas a la conformación de la población –máxime cuando se verifican importantes corrientes migratorias de distinto origen-, la cultura estructurada a lo largo de los años y las fuertes influencias colonizantes en pugna con diferentes manifestaciones nacionalistas con signos disímiles.

Lo generacional es un dato insoslayable, tanto en cuanto a las generaciones que fueron forjando en el pasado nuestra idiosincrasia como respecto a las hoy coexistentes que interactúan en orden a valores, intereses, concepciones, segmentación social, prejuicios, creencias religiosas. 

Otro tanto sucede considerando las perspectivas etarias, que en todo tiempo y lugar muestran divergencias propias de cada una de las etapas de la vida que, a su vez, adquieren una impronta propia definida por las coyunturas históricas, las experiencias –individuales y colectivas-, los procesos evolutivos.

Mirándonos en otras realidades

Nuestro país emerge como tal hace más de 200 años a partir de una situación estrictamente colonial, que explica en cierta medida la incidencia europea no limitada a España sino que también abarca a Francia e Inglaterra, que impusieron lazos –particularmente esta última- muy estrechos de dominación o condicionamiento en el desarrollo como Nación.

Con otras motivaciones, inserciones sociales y funciones económicas provinieron de Europa inmigraciones de otros tantos países, que prácticamente duplicaron la población existente entre fines del siglo XIX y principios del XX.

Si bien todo ello explica en parte la fisonomía que suele asignársele a la Argentina, sintetizada en una exagerada –y falaz- simplificación que nos describe como “descendientes de los barcos”, mayor gravitación poseen los negacionismos derivados de la “historia oficial” que prescindió por completo de los pueblos originarios, de la afro descendencia y de inmingrantes regionales (desde Bolivia, Chile, Paraguay, Perú) e internacionales (desde el Libano, Siria, Turquía).  

La fenomenal expansión de los sectores medios en comparación con lo verificado en la mayor parte de Latinoamérica, particularmente notable desde la segunda mitad del siglo XX, coadyuvó a difuminar una caracterización identitaria nacional, tanto como a acompañar la visión prohijada por las elites locales depositando la mirada, primero, en Europa y después – también- en EEUU.

Manifestaciones en los más diversos ámbitos ofrecen acabadas pruebas de esas influencias que, a la par de generar deslumbramientos por fenómenos idealizados en esas otras latitudes, provocan concepciones menoscabantes de lo propio de este suelo.

Ese conflictivo sentir lleva a algunos a buscar –o pensar- su lugar en el mundo fuera de nuestras fronteras, con la consiguiente despreocupación del acontecer nacional como no sea en lo que entiendan conspira contra aquel propósito, o interfiera en su desenvolvimiento personal sin mayor anclaje comunitario.

En otros incide fuertemente un colonialismo cultural que les dificulta imaginar un país por fuera de categorías exógenas, alcanzar identificaciones con las propias raíces, valorar lo que les reporta su tierra, concebir positivamente las semejanzas latinoamericanas y el destino común que nos comprende.  

La llamada “clase media”, que supone más una subjetividad en la autopercepción y en la definición de su conformación como tal que una clase social objetivable,  la nutren individuos de condiciones muy distintas –que no se agotan en las descripciones precedentes-, con ciertas notas en común pero que a su vez reconocen divisiones en subgrupos dentro de los inasibles márgenes que se le reconoce como sector.    

Cualquiera fuere el parecer a su respecto o el rol que cualitativamente se le asigne, es innegable la relevancia que posee cuantitativamente en la Argentina donde aún empobrecidos o privados de cierta consideración social de que gozaban otrora, se sigue sintiendo la pertenencia a ese sector.

El trabajo, ordenador social

La movilidad social ascendente es también un elemento que distingue desde hace muchas décadas a la Argentina, sin que ello haya supuesto una continuidad o permanencia inalterable, sino una tendencia que aún interrumpida en reiterados períodos ha funcionado como catalizador para alcanzar situaciones de mayor equidad, así como para neutralizar conflictividades.

En ese sentido el trabajo ha operado como un factor ordenador, ligado a los derechos que son inherentes a las personas que trabajan y proveedores de la dignidad que el desempeño laboral exige.

Los embates que las políticas neoliberales han dirigido al mundo del trabajo encontraron una férrea resistencia, en la cual cumplieron un rol esencial las organizaciones sindicales, que impidió el grado de desarticulación de garantías que sí se alcanzó en otros países. Por lo cual, aún conservamos –a pesar de las regresiones sufridas- la legislación más protectiva del subcontinente.

La tensión en ese campo sigue constituyendo una cuestión central, tanto por las pujas distributivas como por los intereses contrapuestos entre quienes pretenden incrementar la discrecionalidad empresaria –que impacten en la disponibilidad patronal con miras a una mayor productividad y competitividad- y los que bregan por la democratización de las relaciones laborales, acrecentando la participación obrera y la ampliación de derechos que brinden más equilibrio en un vínculo desigual por antonomasia.

El empleo, no cualquier tipo de ocupación sustituta; una estabilidad que proporcione una razonable previsibilidad para un proyecto de vida; una suficiente cobertura en materia de salud y seguridad social; la alternativa de desarrollo personal y profesional; continúan definiendo el modelo de trabajo humanamente enriquecedor.  

Algunas coincidencias básicas

Nuestra sociedad expresa una multiplicidad de demandas, aspiraciones, fórmulas propositivas y rechazos que no permiten amalgamarlas en un todo que represente una voluntad única, que delinee un sólo modelo de país.

Sin embargo, sí es factible encontrar determinadas líneas directrices comunes a la mayoría de la población, que no se reduce a las que pudieran expresarse en una elección respecto de una determinada oferta partidaria sino que la excede, abarcando incluso ciertos niveles de antagonismo político.

La clara inclinación por una gobernanza democrática, que se proyecte como reguladora de las conductas deseables y aceptables en cualquier ámbito (público o privado), es una idea fuerza que se sostiene desde 1983 determinando el período más extenso de continuidad institucional.

La defensa de los derechos humanos, consolidada en el repudio a la dictadura genocida de 1976 y la reivindicación de Memoria, Verdad y Justicia, que se ha ido extendiendo más allá de ese ámbito específico para reclamar por la efectiva vigencia de otros derechos fundamentales, participa de aquello que expresa un punto de encuentro general.

El creciente empoderamiento de las mujeres, las nuevas concepciones acerca de las identidades de género, la deconstrucción de un sistema patriarcal, si bien con matices de distinto grado, forma parte de un pensamiento crítico que concita debates que se entienden necesarios para la reformulación de una sociedad más igualitaria.

Los derechos de expresión y a la información, integran valores comunes a pesar de las disidencias que emergen en cuanto a los mecanismos más aptos para garantizarlos.

El acceso al trabajo como medio para la realización personal, pero también como bien social imprescindible para un mejor desarrollo comunitario, que impone asegurar condiciones dignas y dignificantes para las personas que trabajan, forma parte de esas coincidencias.

Esperanzas y temores

Transitamos una época sin precedentes que ha puesto en evidencia la necesidad de fortalecer los lazos solidarios, la importancia de lo comunitario y el irremplazable rol del Estado para organizar la vida en común con absoluto respeto a la pluralidad y la diversidad.

Los desafíos que nos presenta generan renovadas esperanzas de acceder a un futuro mejor, que afiance los valores  más trascendentes que reconocemos como sociedad permitiendo una convivencia más justa y equitativa.

La Democracia constituye el marco sistémico indispensable para hacer posible alcanzar esas metas, en cuya defensa debemos comprometernos más allá de las diferencias y legítimas disputas, que no supone “tolerar” las disidencias sino aceptarlas en tanto manifestaciones propias de aquélla y entendiendo que el afán por llegar a consensos es tan válido como la persistencia de disensos insuperables que, en definitiva, deben encontrar su cauce con total apego a las reglas democráticas y al respeto por la voluntad de la mayoría popular.

Reconocer un núcleo general de coincidencias que permita reconocernos en un modelo de país, no implica desdeñar las acechanzas que resultan de sectores minoritarios cuyos intereses son esencialmente contrarios a los de la Nación, ni admite minimizar las recurrentes operaciones desestabilizadoras que pretenden instalar alternativas abiertamente antidemocráticas.

En Democracia, es la Política la herramienta de transformación y el terreno en el cual tienen cabida todos los debates, propuestas y resolución de los antagonismos aún los más extremos, cualquier menoscabo democrático sólo puede retrotraernos a los tiempos más oscuros, intolerantes y de desencuentros que tanto daño ha generado para la Argentina.   

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Álvaro Ruiz

Abogado laboralista, profesor titular de derecho del Trabajo de Grado y Posgrado (UBA, UNLZ y UMSA). Autor de numerosos libros y publicaciones nacionales e internacionales. Columnista en medios de comunicación nacionales. Apasionado futbolero y destacado mediocampista.