Se oyó a alguien decir que la disputa en el interior del Frente de Todos es una disputa política. Lo dijo en tono recriminatorio, como quien dice: “a los políticos solamente les interesa el poder”. Perdón por la incorrección, pero ¿de qué otra cosa que no sea del poder se ocupa la política? De todas las otras cosas se pueden preocupar los religiosos, los artistas, los moralistas y hasta los políticos en sus ratos libres.
El Frente tiene diferencias políticas, esa es la cuestión. De proyectos políticos, formas políticas, tiempos políticos. Ahora bien, sería muy raro que no las hubiera cuando la propia fórmula presidencial, participó durante una buena cantidad de años de la vida política argentina en lugares claramente antagónicos, después de haber formado parte del mismo proceso político y del mismo gobierno. Y nadie dijo que la confluencia presuponía borrar las diferencias políticas de entonces. La fórmula que construyó Cristina traía en sus alforjas el peso de la historia de un desencuentro político profundo. ¿Era inevitable, entonces, que las viejas diferencias afloraran en el ejercicio de las funciones públicas y se tensara la cuerda hasta casi romperse? La respuesta a esa pregunta puede ser que sí o que no, lo único que tiene importancia es la conducta de dos actores que se conocen mucho entre sí. Cristina no podía esperar que Alberto presidente fuera igual que Cristina, igual que a la inversa: Alberto no podía esperar que Cristina no fuera Cristina.
El problema tampoco consiste en una cuestión de caracteres: quién tiene más paciencia, quién sabe escuchar, etc. La cuestión es cuál es el margen en que la diferencia política pueda ser sintetizada. No existe frente sin diferencias políticas, si lo hubiera no debería llamarse frente. Si hay diferencias deben ser procesadas y, en lo posible, acercadas. No fue éste el caso, como se sabe. El Frente hizo pública la diferencia y la actuó intensamente.
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Aquí aparece recurrentemente la cuestión falaz de la “culpa” por el estado de la cuestión. Quién llamó y quién no contestó…Tampoco la difusión del disenso es mala en sí misma ¿por qué no explicitar nuestras diferencias en público?, ¿por qué este tipo de cuestiones tiene que ser gestionada en grupos selectos de dirigentes y no ser conocidas por los militantes, cuando se trata de diferentes visiones sobre lo que tiene que hacer el gobierno? Para no necesitar zanjar sus diferencias en público hay que conversarlas a fondo en el interior del frente.
Hay quien impugna este tipo de consideraciones por ser “formales”, por no ir a la cuestión político-ideológica. Pero en este caso, como en tantos otros las formas no son banalidades que impiden poner los problemas sociales en el centro de la discusión política. Las formas, los acuerdos de procedimiento, lejos de impedir las discusiones fuertes en términos programáticos o ideológicos, tienden a construir mejores condiciones para desplegarlas, para negociarlas y solamente en último término romper los acuerdos. Está claro que, en términos, digamos así, tanto “políticos” como “ideológicos” hay distintas almas en el interior del frente. El dilema es sobre si esas diferencias pueden ser conversadas, negociadas, más o menos sintetizadas. La decisión correcta en la política no la manda la ideología general. El político no es un ingeniero, no es ni puede ser un “científico”. Las consecuencias de las acciones políticas dependen siempre de factores aleatorios y como tales imposibles de prever. Solamente existe algo así como un instinto político que suele ser lo que distingue a los y las dirigentes. Y aún ese instinto puede tropezar con la realidad. El príncipe es la unión de la virtud y la fortuna, según Maquiavelo.
Cualquier mirada política debería asumir que una derrota política de las fuerzas que luchan contra el neoliberalismo es una amenaza grave al futuro del país y de su pueblo. No necesitamos aprenderlo porque lo vivimos intensamente durante cuatro años. “Lo mismo, pero más rápido”, le dijo Macri a Vargas Llosa, cuando éste le preguntó cómo sería un “segundo tiempo”. Una dirección política tendría que poner esta variable y después considerar cuánto sacrificio táctico es necesario para evitar ese posible rumbo.
Todo esto, además, debería ser considerado, ante todo, en términos del pueblo al que se quiere representar. No se puede discutir las diferencias al margen del estado de cosas en el país en términos de distribución de los ingresos. Y son las propias cifras oficiales -de inflación, de salarios, de pobreza- las que muestran una realidad muy dolorosa. Y muy urgente. Si se arrancara por aquí, con un acuerdo claro y efectivo de poner esta cuestión en el centro de la discusión, sería un avance significativo. Y a partir de ese acuerdo y con la clara conciencia acerca del duro revés que significaría el regreso del neoconservadurismo al gobierno del país iniciar el esfuerzo por un acuerdo programático urgente.
Humildemente, cree este escriba que el sistema de las mutuas concesiones es una vía para explorar. Claro que siempre encontrará la valla de los narcisismos y las obcecaciones, pero es ahí, en lucha con ese enemigo donde se revela en última instancia la relevancia del ser político. Lo principal es que las urgencias sociales sean mejor escuchadas, respondidas y resueltas por el gobierno. Que esa sea una necesidad casi excluyente para los próximos meses. Y a esa meta se subordinen cuestiones que pueden ser tratadas con más tiempo. Con menos urgencia.