Esta semana la administración libertaria eyectó de la dirección del Conicet a un representante de la Sociedad Rural. Claramente el desplazado no fue ningún “kuka, kircho u orco”, solo un funcionario que se quejó internamente por la aplicación de filtros ideológicos sobre la producción científica. Que un científico sea vetado por razones ideológicas habría sido un escándalo hasta ayer nomás ¿Tanto cambio la sociedad?
Acerquemos la lupa. El sistema científico, como parte del sistema educativo, se encuentra bajo asedio económico. Podría escribirse, por ejemplo, que el sistema universitario y, asociado a él, el sistema científico-tecnológico, “están en pie de guerra” frente a los violentos recortes presupuestarios al que los somete el gobierno de Javier Milei. Pero siendo rigurosos, es mentira, lo que le cabe en particular al Conicet. Sucede que buena parte de los investigadores, especialmente los que todavía permanecen dentro del sistema, aunque con su poder adquisitivo recortado, todavía creen que pueden habitar sus micromundos sin ser afectados por lo feo del afuera. Les alcanza con que los dejen trabajar tranquilos en su ciencia. En particular, esto sucede con quienes no pertenecen al área de las ciencias sociales, la apuntada por inútil por la actual administración.
Poner el análisis sobre la agencia de ciencia y técnica puede servir como síntesis de lo que ocurre con muchas agencias del Estado, una disociación entre la propia actividad y su financiamiento. Todas y cada una de las áreas del Estado son hoy alcanzadas por los recortes con diversas excusas, lo que pone en primer plano que lo que realmente está en debate, en el caso del Conicet, es anterior a la discusión por el modelo científico. La discusión es por plata, punto que los propios científicos descuidaron. Hoy, cuando el mileísmo viene por ellos con la excusa de que investigan “el ano de Batman”, descubren tardíamente que a la sociedad le importa poco. “El hombre común” parece no advertir la relación entre la producción científica pública, el desarrollo económico y bienestar general. De nuevo, no debería sorprender, ya que buena parte de los científicos tampoco lo advirtieron.
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Durante el gobierno precedentes, es decir en tiempos de una administración nacional y popular, en una publicación financiada por una universidad estatal se publicó un artículo cuyo título era “El PIB ha muerto”. No importa detallar el contenido de aquel texto, pero el título sintetizaba un microclima de época, una apología del decrecimiento económico en línea con las corrientes del falso ambientalismo profusamente financiadas por ONGs europeas. Si alguien se para en Europa, en sociedades mayormente opulentas que ya explotaron y sobreexplotaron sus recursos naturales, estas visiones pueden tener algún sentido. Si en cambio la mirada es desde un país donde la pobreza es un problema y existen abundantes recursos naturales sin explotar, la perspectiva es, como mínimo, absurda. Se destaca que, si bien la cuestión ambiental es un emergente, no es el punto de debate. Lo verdaderamente absurdo fue la proliferación del discurso “anti PIB”, por llamarlo de alguna manera, financiada con dineros públicos.
Buena parte de la militancia peronista insiste en ver al período 2003-15 como una era dorada. En el camino, se niega como ajeno el período 2019-23. La operación no sólo es intelectualmente deshonesta, sino que rompe deliberadamente el continuum sistémico y mete un corte en 2015 para hacer cherry picking, es decir para destacar picos de indicadores sociales que efectivamente reflejaron una etapa de indiscutible mayor bienestar, pero sin que quede en evidencia la insustentabilidad económica de largo plazo del modelo. Y el dato clave, permite dejar de lado la razón principal por la que gobierna Milei: el estancamiento del PIB desde el año 2011. Y no solo eso, si el PIB se estanca y la población sigue creciendo significa que el ingreso per cápita se contrae, quiere decir que hace más de una década que el ingreso de la población cae.
Hablar de una sola razón explicativa es menos atractivo intelectualmente que detallar las transformaciones del capitalismo tecnológico en el mundo del trabajo, o el desencanto con los resultados de la globalización, o el auge de las nuevas derechas extremas y la reacción anti “woke”. Seguramente se podrá decir también que el problema no es de ingresos, sino de distribución. Sin embargo, es pensamiento mágico pretender mejorar el ingreso de las mayorías al mismo tiempo que se produce cada vez menos. No es así como funcionan las economías. Los países que mejoran los ingresos de su población son los que crecen, con prescindencia de cómo distribuyen. No significa que la distribución no importa, solo que aumentar la producción es una condición necesaria indispensable. Parece chiste, pero en tiempos de posverdad los economistas debieron volver a explicar que la producción, la productividad y las exportaciones importaban.
Puede parecer “cienciacentrista” y, peor, “reduccionista” hablar de una causa única para explicar un fenómeno complejo, que encima ni siquiera es estrictamente local, pero se necesita seguir la secuencia lógica. Como no aumentó la producción, tampoco aumentaron las exportaciones. Luego, si el PIB se contrae y el gasto estatal por voluntad política se mantiene constante significa que aumenta como porcentaje del Producto, lo que significa más presión impositiva sobre una economía que se achica y la predecible suma de déficit interno, fiscal, y externo, de cuenta corriente. El resultado, ahorrándose toda la descripción ortodoxa o heterodoxa de los procesos intermedios, es un modelo insustentable. Y es lo que ocurrió y lo que ayuda a entender el resultado electoral de 2015 y, especialmente, el de 2023. La sociedad no se volvió repentinamente de derecha, solo se hartó del estancamiento, de la caída de ingresos, de la incertidumbre de la alta inflación y de la “casta” responsable de estos resultados, por eso votó a un outsider que en sus actos de campaña reproducía imágenes de explosiones apocalípticas. Solo una sociedad harta vota un Milei.
¿Y qué tiene que ver el complejo de ciencia y técnica con todo esto? Que cada vez que en años recientes aparecieron reacciones contra el desarrollo de nuevas actividades productivas aparecía siempre el acompañamiento de científicos del Conicet. Integrantes del Conicet-Cenpat, por ejemplo, lideraron la oposición anticientífica a la minería en Chubut. Científicos que firmaban con pertenencia al Conicet se opusieron al desarrollo de los hidrocarburos no convencionales en Vaca Muerta, a la explotación petrolera off shore en las costas bonaerenses, a la instalación de granjas porcinas de alta tecnología para exportar carne a China y a las inversiones en la explotación de litio en los salares del NOA, solo por citar los casos más destacados. El grueso de los firmantes, además, solían ser del área de ciencias sociales. Cuando se señalaban estas incongruencias, voces del organismo sostenían que no podían hacer lo que hoy se hace, control ideológico sobre los investigadores. Sin embargo, no era control ideológico, era cuidar la marca, como se hace en cualquier empresa, era entender que la ciencia sirve e importa para apuntalar el desarrollo, que ese es su rol estratégico y que para eso el conjunto de la sociedad financia organismos de ciencia y técnica. Era entender, sobre todo, que si el PIB se achica, también se achicará la parte que les toca a los científicos, que debajo de la torre de marfil también pasaban cosas