Rodolfo Liberman es ingeniero graduado en la UBA, tiene una tintorería industrial en San Martín y es vicepresidente de Apyme, Asamblea de Pequeños y Medianos Empresarios. Su vínculo con el sistema científico tecnológico nacional viene desde hace mucho. Fueron investigadores argentinos los que lo ayudaron a desarrollar y teñir hilado, lo que le permitió trabajar para una firma francesa de altísima exigencia. Ahora, ya no están, producto de los recurrentes embates contra la ciencia local.
Después de haber quebrado con una empresa previa durante los noventa, Bernardo González creó y dirige Open Computación, que ofrece servicios de desarrollo de software. “En 2001 volví a montar una empresa; en este caso, de sistemas. No quiero fabricar nada más –cuenta–. Por ahora, me va bien, pero de casualidad, porque tengo dos o tres clientes que me siguieron pagando. Pero si hubiera trabajado para organismos del Estado, ya hubiera cerrado hace dos meses, esa es la realidad. La gente está preocupada porque no sabe qué va a pasar. En la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT), que tenía 20 personas en sistemas, quedan cinco. También están vaciando lugares que brindan soporte para los servidores, administración… No sabe qué va a pasar la semana que viene, si vamos a cobrar o nos van a dar un bono”.
Liberman y González son dos de los empresarios e industriales que enviaron cartas al jefe de Gabinete de Ministros, Nicolás Posse, al secretario de Innovación, Ciencia y Tecnología, Alejandro Cossentino y al presidente del Conicet, Daniel Salamone, adhiriendo al reclamo de políticas que garanticen el mantenimiento de la excelencia del sistema científico-tecnológico de nuestro país que promueve la Red de Autoridades de Institutos de Ciencia y Tecnología (Raicyt). Sus empresas y muchas otras interactúan diariamente con el sistema científico público en la búsqueda de soluciones tecnológicas a problemas que surgen tanto en el ámbito estatal como privado.
Las historias de estos dos emprendedores es un retrato del país que corre peligro. La compañía de Liberman está ubicada en San Martín, un distrito tecnológico por excelencia. Allí, en pocas cuadras, se encuentran el INTI, la Universidad Nacional de San Martín, la Fundación Argentina de Nanotecnología… “Con el INTI, trabajamos en eficiencia energética, instalando paneles solares para calentar agua, y estudiamos y mejoramos diferentes procesos –cuenta el empresario–. Pudimos desarrollar productos con altísima exigencia para la empresa francesa de ropa deportiva Decathlon que de otra manera no hubiéramos podido lograr”.
Decathlon tiene 170 sucursales en Francia, y 60 o 70 en España, y varias en otros países. Es algo así como un shopping de deportes que vende desde equipos de esquí o trekking, a buzos, remeras o zapatillas de buena calidad, pero a precios muy competitivos.
“Esta gente se instaló en la Argentina para fabricar prendas y necesitaba algodón acrílico, pero no había quien lo hiciera, porque nosotros usábamos mucho algodón poliéster –recuerda Liberman–. Con la ayuda del INTI pude fabricar el hilo, tejerlo y teñirlo. Darle el color era un proceso muy especial y muy difícil. El acrílico tiene la particularidad de tener más volumen, ser liviano y muy abrigado para esquiar, por ejemplo. Entonces pudimos desarrollarlo y darle un teñido perfecto”.
Para hacerse una idea del control de calidad que hacían, baste con mencionar que las especificaciones venían impresas en un folleto de 50 páginas. “Era un nivel de exigencia muy alto. Solo no lo hubiera logrado –reconoce–. Yo soy ingeniero mecánico de la UBA, pero se necesita equipamiento y, sobre todo, personas preparadas. La tolerancia de color era muy baja. Nosotros, por ejemplo, no teníamos un espectrofotómetro propio. Con cada baño de tintura, tenía que ir al INTI para hacer la medición de color. Hoy, si tuviéramos que hacerlo, no tendríamos el recurso humano, porque en 2016 hubo numerosos despedidos. Muchos se acogieron al retiro voluntario, porque, claro, los sueldos eran bajísimos… Ahí, uno se da cuenta de que si uno pierde un equipo, puede comprarlo, pero una persona formada, con experiencia en transferencia de tecnología, no se consigue en dos días, uno no va a un mostrador y la compra. Es una construcción de mucho tiempo. Mi caso tiene que ver con la industria textil, pero me interesan otros rubros y leo, por ejemplo, lo que está pasando en el área nuclear, con el Carem, el pequeño reactor modular [cuya construcción se detuvo]. Es terrible”.
La historia de Liberman no es única ni inusual. Recuerda, por ejemplo, la de otro socio de Apyme, esta vez de la localidad de La Playosa, en el interior de Córdoba, que tenía una empresa de unas 600 personas y no lograba finalizar el desarrollo de un tractor liviano (como los que se usan para cortar el pasto), que en el país se importaba. “Con el apoyo del Departamento de Mecánica del INTI terminó de fabricarlo y ahora lo venden a todos los municipios –explica–. A mí me pasó de ir con una barra de un acero especial que no podía importar a ver a un profesional [de ese organismo] y que se diera vuelta, abriera una biblioteca, sacara un librito y me dijera ‘Acá se puede hacer así’. Me propuso reemplazarlo por una extrusión plástica en frío. La extrusión es un proceso como el de una maquinita de picar carne, pero cuando es en frío se requieren presiones muy altas. Usando la mezcla de polímeros adecuados se pueden lograr resistencias superiores a la del acero. No se trataba de tener un equipo o una tecnología. Había gente que sabía dónde buscar. Gente preparada”.
Y continúa: “En el centro textil tienen un equipo para fabricar nanofibras muy finitas (100 nanómetros [es decir, 100 mil millonésimas de metro] de diámetro exterior), pero huecas, que se pueden rellenar con distintos polímeros. Por ejemplo, para hacer hilado que sea repelente de mosquitos o antibacteriano. El profesional que se especializó en esto y tendría unos 30 años hoy vive en Italia. Y no tenemos a nadie capacitado para utilizar ese equipo de investigación y desarrollo.
“Es muy preocupante que desaparezca el INTI o que se lo desfinancie –concluye–, porque los profesionales que quedan, si tienen oportunidades, se van a ir”.
González encabeza una compañía especializada en software libre de unas 55 personas que se dedican al soporte de infraestructura. “Mantenemos, servidores, equipos, máquinas... En algunos lugares trabajan solamente 50 personas y en otros, 5000 personas y hay mil computadoras –explica–. También tenemos un sistema de ‘tickets’, que hace el seguimiento de todo eso, porque en la mesa de ayuda, cuando llama alguien para hacer una reparación, hay que dejar asentado quién está a cargo, cómo se hace la compra, cómo se desarrolla un proyecto. Usamos un software libre con un código desarrollado en Francia; se puede modificar y nosotros cobramos las horas de implementación. Acá, en la Argentina, tenemos grandes clientes que seguimos atendiendo, como [el laboratorio] Casasco o el Banco de Córdoba, porque los clientes chicos están knock out. La mayoría de los que trabajan con el sistema de gestión (que se llama GLPI) son estudiantes de tercero o cuarto año de la Universidad, de Quilmes, la UTN de Avellaneda, la UBA. Están un tiempo con nosotros y después se van, porque no podemos ofrecer los valores que reciben afuera. Hoy, los sueldos para una persona que trabaja para el exterior están en los 2000 o 3000 dólares mensuales como mínimo”.
Según cuenta González, la semana pasada en una reunión convocada en Bariloche por la Cámara de Empresas de Software y Sistemas Informáticos (CESSI), y hubo mucha gente preocupada. “Los que son proveedores del Estado están desesperados –destaca–. A nosotros, por ejemplo, el INADI, ACUMAR, el Instituto de Previsión Social de la provincia Buenos Aires y algún municipio nos cerraron los contratos a fin de año. Además, algunas empresas grandes nos dejaron una seña y nos pidieron que les diéramos dos meses porque tenían que bajar los gastos. Se está frenando el trabajo”.
González subraya que su idea siempre fue trabajar en el mercado local, porque siente que su tarea debería ser incorporar tecnología a Pymes que generan valor agregado y exportan. Pero que en las condiciones actuales se vio obligado a buscar socios comerciales en el extranjero y abrir cuentas en el exterior para poder ofrecer servicios en Uruguay, Paraguay, República Dominicana…
Padre de dos graduados en la UBA, tampoco escapa a sus preocupaciones la crisis en las universidades nacionales. “Es un desastre”, resume. “En la época de Menem tenía una empresa de fabricación de equipos para autos y para curtiembres, y tuvimos que cerrarla en dos meses porque empezaron a entrar equipos importados con un montón de facilidades –dice–. Terminé instalando cámaras de video y sistemas contra incendios. También vi ingenieros nucleares de Invap que tuvieron que ponerse un mantenimiento de software de gestión, ingenieros nucleares de primer nivel haciendo trabajo de técnicos recién recibidos”.
Como advierte la carta firmada por la Raicyt: “El desarrollo científico y tecnológico es esencial para el progreso y el bienestar de las sociedades, y desempeña un papel crucial en el crecimiento económico de un país. Convencidos de que el ajuste brutal que está sufriendo el sistema científico tecnológico nacional atenta contra su propia existencia, lo instamos respetuosamente, una vez más, a tomar medidas inmediatas para evitar su destrucción. El compromiso con la ciencia y la tecnología es fundamental para garantizar el futuro del país, no solo en términos de avances científicos y tecnológicos, sino también en el ámbito económico y social”.
No es una teoría y los estragos ya se están produciendo. “Hasta hace dos meses, yo tenía 155 empleados en la tintorería –lamenta Liberman–. En marzo, despedí a 49 y para los que quedan no sé cómo inventar trabajo. No quiero despedir a nadie más”.