Este miércoles, China celebra el décimo aniversario de la Iniciativa de la Ruta y la Seda (BRI, por su siglas en inglés), su principal iniciativa internacional con la aspira a crear un entramado comercial y de alianzas tecnológicas y financieras a nivel planetario, y Alberto Fernández es uno de los presidentes invitados. La cumbre, que tiene movilizada a la ciudad de Beijing, es una demostración del poder que fue construyendo en el mundo el mandatario Xi Jinping en sus diez años de Presidencia y, para su par argentino, de la alianza bilateral que se aceleró como nunca en los últimos años y que incluyó la adhesión al BRI el año pasado.
Unos 130 países enviaron representantes al Tercer Foro de la Franja y la Ruta, pero apenas una veintena son jefes de Estado y Gobierno. Xi abrió el foro, luego habló el presidente ruso Vladimir Putin y, más tarde, Alberto. Estaban presentes también el chileno Gabriel Boric, el húngaro Viktor Orban (el máximo representante europeo y referente de la extrema derecha nacionalista dentro de la Unión Europea) y varios dirigentes asiáticos y africanos, donde la iniciativa china más se desarrolló hasta ahora.
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Mientras el mundo se paraliza con la escalada de violencia en el conflicto israelí-palestino y el reciente ataque que destruyó un hospital en la Franja de Gaza y causó la peor masacre de civiles en la historia de ese territorio palestino ocupado, en Beijing nada altera los planes de Xi, quien el martes a la noche recibió a sus invitados y dejó una postal al mundo junto a Putin, su aliado que desde la invasión a Ucrania el año pasado se ha convertido en el enemigo público número uno de las potencias occidentales. A diferencia de los últimos eventos internacionales como la cumbre de los Brics en Sudáfrica y la Asamblea General de la ONU, cuando el mandatario ruso decidió no participar luego que la Corte Penal Internacional emitiera una orden de captura por presuntos crímenes de guerra en Ucrania, esta vez no dudó en viajar al país que más lo sostuvo política y especialmente económica y comercialmente desde la lluvia de sanciones de Estados Unidos y Europa.
Por eso, Beijing se movilizó para esta cumbre. Hay carteles del Foro en cada avenida y autopista. Aún los más despistados se enteraron de la convocatoria porque la seguridad se multiplicó con policías y militares con al menos seis uniformes diferentes y carpas, camiones y stands en casi todas las esquinas del centro, y los cortes sorpresa y temporarios en las veredas y las calles para dejar pasar a las caravanas son constantes en la ciudad que, a diferencia de la futurística Shanghai, muestra una extraña combinación entre potencia en ascenso y antigua nación austera, entre avenidas enormes y un monumentalismo comunista, por un lado, y costumbres minimalistas y por momentos caóticas en callejuelas muy deterioradas por el paso del tiempo.
Sin dudas, el contexto mundial de creciente belicosidad estará detrás de cada uno de los discursos que se escuchen a lo largo de la jornada en el Gran Palacio del Pueblo, el imponente edificio al costado de la plaza Tiananmen, en el que todos los años se realiza la Asamblea Popular Nacional. Ya la lista de dirigentes presentes muestra la polarización cada más fuerte entre el mundo que quiere conservar Estados Unidos y la disputa de poder que propone China. Faltan todos los aliados de Washington, con las potencias europeas a la cabeza, y los socios asiáticos que la Casa Blanca suele utilizar para contener la influencia china en esa región, por ejemplo.
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Sin embargo, la lista de dirigentes que viajaron a Beijing no describe en toda su dimensión la construcción de poder internacional que consiguió hasta ahora China en estos primeros 10 años, principalmente en África, América Latina y Medio Oriente. Eso sí, demuestra un principio básico de la estrategia internacional de Xi y una de las principales diferencia con la hegemonía ejercida hasta ahora por Estados Unidos: no hay excluidos por razones políticas. Prueba de ello es que el Gobierno talibán, que recuperó por la fuerza el poder en Afganistán en 2021, tras 10 años de ocupación norteamericana y que hoy está prácticamente aislado de la comunidad internacional por sus masivas violaciones a los derechos humanos, fue invitado y está presente.
La agenda argentina
Tras los discursos iniciales, Xi y Alberto compartirán un panel con otros líderes como Boric sobre la importancia y los desafíos de la tecnología digital. No se esperan más interacciones a lo largo del foro, pero sí cuando éste termine. Cuando empiece a oscurecer en Beijing, Fernández y su par chino se verán cara cara en una bilateral que incluirá a al menos parte de la comitiva argentina, entre ellos el titular del Banco Central, Miguel Ángel Pesce, quien un poco antes también tiene pautada un encuentro privado con su par chino.
Este encuentro generó expectativa por una posible firma de la activación del segundo tramo del swap de yuanes. Ya la semana pasada, fuentes del Ministerio de Economía se habían mostrado muy optimistas de que el acuerdo era casi una realidad.
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Asimismo, el último cara a cara oficial entre Alberto y Xi también un nuevo respaldo a la lista de obras de infraestructura y específicas para el sector energético que se discuten luego del ingreso de Argentina a la Iniciativa de la Ruta y la Franja el año pasado. La intención, adelantaron a este medio, es darle un último empujón para que las negociaciones con las empresas chinas avancen y los proyectos comiencen a hacerse realidad. Además, se renovará por cinco años otro mecanismo que el país comparte con China para acordar millonarias inversiones para proyectos de desarrollo.
Qué es la Iniciativa de la Franja y la Ruta, cómo nació y en qué mutó
Cuando Estados Unidos decidió virar su atención de Medio Oriente a Asia y comenzó a preocuparse y ocuparse seriamente por el crecimiento económico de China, durante el Gobierno de Barack Obama, el gigante asiático decidió lanzar su política más agresiva en materia internacional hasta ahora. Con apenas unos meses como presidente, Xi Jinping presentó en 2013 lo que por entonces se conoció como Una ruta, una Franja y hoy se transformó en la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Originalmente se trataba de un esfuerzo por relanzar la histórica ruta terrestre de la seda, que conectaba comercialmente al territorio con Europa a través de toda Asia, a la vez que un camino similar pero marítimo que incluya también otras regiones como África y América Latina.
La idea fue que, con el Estado chino como promotor y aprovechando el excedente que ya producía para ese momento la economía -de infraestructura, financiamiento y tecnología- las empresas chinas comenzaran a firmar proyectos para construir rutas, vías férreas, represas, ductos para transportas gas y petróleo y todo lo que pudiera potenciar el comercio, primero, con los países vecinos o más cercanos.
Pero con el avance y la victoria de China en el plano comercial en casi todas las regiones del mundo -en América Latina, por ejemplo, ya no es solo el principal socio comercial de Argentina, sino que desplazó a Estados Unidos en la mayoría de la región- esta iniciativa fue ampliando su concepto original para incluir otras regiones, otros sectores como el tecnológico y el vinculado a la transición energética y sumó otras herramientas, como la fundación del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) del Brics.
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El NDB, que incluye también como accionistas a otras potencias regionales como India, Brasil, Sudáfrica, Rusia y Emiratos Árabes Unidos, apunta a convertirse en una fuente de financiamiento distinta a las creadas bajo la influencia de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, más orientada al llamado a los países de renta media del Sur Global, que pueden ser atraídos por la propuesta de préstamos sin condiciones políticas, con monedas que no son el dólar y, quizás en un futuro cercano, que puedan servir no solo para el desarrollo, sino también para enfrentar problemas de liquidez. Esto explica porque Alberto Fernández firmó el martes una carta para pedir el ingreso formal de Argentina.
La mutación de la iniciativa china en esta primera década también reflejó la creciente polarización entre Beijing y Estados Unidos y sus aliados. Por eso, lo que comenzó con la intención de unir Asia con Europa, en un intento por debilitar la alianza atlántica creada en la posguerra, fue virando a una estrategia en la cual el Sur Global fue ganando más relevancia y el continente europeo, menos. En otras palabras, todo indica que Xi apuesta a construir su andamiaje institucional financiero y comercial alrededor del núcleo duro de la alianza atlántica y no intentando quebrarlo. En ese esquema se puede entender la inclusión, por ejemplo, de los países más endeudados con el FMI -Argentina y Egipto- a los Brics o de un país asfixiado por sanciones norteamericanas y europeas como Irán; o la creciente presencia de proyectos en países de Medio Oriente, además de un rol político más activo de Beijing en esa convulsionada región.