Alberto Fernández vuelve de la gira europea con un bien preciado en su valija: tiempo. Recibió el apoyo de los jefes de Estado de Portugal, España, Francia e Italia en su negociación con el FMI y la promesa de la titular del organismo de analizar su propuesta de ampliación del plazo de pago de la deuda contraída por el gobierno anterior. Al haber sido un préstamo político, el gobierno considera que la solución debe ser también política, no técnica. Desde la Argentina, algunos periodistas serios manifestaron su disconformidad con esa postura.
Con un rictus de tránsito lento, Cristina Pérez se ofuscó con el presidente ya que “está pidiendo algo que no está en el estatuto del organismo”. Asombrosamente, la misma Cristina Pérez no percibió que el aporte de campaña disfrazado de préstamo de 45 mil millones de dólares que recibió Macri tampoco respondía “al estatuto” del organismo. Un olvido, sin duda. Aunque debemos reconocer que la defensa apasionada de los intereses de los acreedores es una tradición de nuestros medios serios. Cuando Néstor Kirchner inició la negociación para lograr un canje de bonos con una fuerte quita a favor del país, nuestros periodistas manifestaron con total independencia su más profundo repudio. Fernando Laborda escribió en La Nación en enero del 2004: “A medida que se acelere la recuperación económica, más irrisoria les parecerá a los acreedores la propuesta de quita.” Otro gran visionario.
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Por su lado, Román Lejtman, un periodista serio alimentado en el generoso feedlot de canapés de la Embajada, consideró que pocos funcionarios del gobierno tienen “formación académica e idiomas” para estar a la altura de las negociaciones que el mundo actual requiere. En ese sentido, recordamos que el entonces ministro de Hacienda Alfonso Prat Gay hablaba tan bien el inglés que le pagó a los fondos buitre más de lo que pedían. Por otro lado, debemos reconocer que las presidencias de gente con poca “formación académica e idiomas” como las de Evo Morales o Lula han sido atroces para sus pueblos mientras que la de Sebastián Piñera, quien habla inglés y tiene un posgrado en Harvard, cuenta con la sólida aprobación del 14% de sus conciudadanos.
Justamente, del otro lado de la Cordillera nuestros vecinos chilenos elegirán este fin de semana a los 155 delegados de la Convención que redactará su nueva Constitución, la que reemplazará a la que el país heredó del dictador Augusto Pinochet.
A diferencia de la dictadura argentina- que colapsó luego de haber asesinado, secuestrado y enriquecido a quienes quiso asesinar, secuestrar y enriquecer- la dictadura chilena logró preservar su modelo económico en democracia e incluso el propio Pinochet se transformó en senador vitalicio, un cargo legislativo que no requería del fastidio de las urnas.
Durante años, Chile fue el sueño húmedo de nuestros políticos y economistas serios. No había fundación o sello de goma que no venerara esa continuidad entre una izquierda mesurada y una derecha sin complejos. Es cierto que a diferencia de sus pares argentinos que cada vez que gobiernan incendian el país, los miembros del establishment chileno lograron establecer un modelo injusto pero sustentable que se dio el lujo de reducir la pobreza manteniendo una feroz inequidad estructural. Como escribió Rafael Gumicio en el diario The Clinic: “Chile tiene una distribución tribal de la riqueza”.
Ese sueño húmedo estalló en mil pedazos a partir de la suba del boleto de metro de Santiago en 2019. Fue una nimiedad, apenas 30 pesos chilenos. “No son 30 pesos, son 30 años”, repitieron miles de manifestantes en las marchas multitudinarias, reprimidas con violencia por los Carabineros, esa fuerza de seguridad también modélica.
Nuestros analistas políticos independientes vieron la larga mano de Venezuela en ese hastío popular, como la ven hoy en las protestas de Colombia. Venezuela parece estar en todas partes, salvo en Venezuela. La segunda explicación, un poco más sofisticada, fue que el modelo chileno sucumbía a su propio éxito: las clases medias querían viajar a Miami o ir a esquiar a Aspen. En realidad, las clases medias y bajas quieren tener una mejor vida, acceder a una curva social ascendente, llegar a fin de mes sin estar agobiadas por las deudas con bancos o financieras, contar con una Educación terciaria sin endeudarse a 20 años. Tener una buena vida pese a no haber tomado la precaución de nacer en Las Condes o Vitacura.
Como explicó alguna vez la escritora Hebe Uhart en ese mismo diario The Clinic: “A Chile le falta peronismo”. A diferencia de nuestro 17 de octubre, hoy no hay del otro lado de la Cordillera un liderazgo político que pueda canalizar el reclamo masivo de cambio que nadie vio venir, en particular la propia izquierda que ya había aceptado el modelo heredado como una fatalidad inmodificable.
Falta peronismo, esa obstinación argentina.
Imagen: Un oficial chavista acciona el dispositivo para crear protestas en Chile y Colombia (cortesía Fundación LED para el desarrollo de la Fundación LED)