EnREDados sin salida

03 de octubre, 2020 | 19.00

El inicio del nuevo milenio nos dio la bienvenida a un mundo que dejó de ser compartido u “objetivo”, para transformarse en una narrativa permanentemente ficcionalizada por y para los dispositivos mediáticos. Se ha pasado del encuentro de los cuerpos al encuentro virtual de las imágenes, con la promesa inalcanzable de que cada unx puede ser el creador de su propia vida. Esto tiende producir relaciones singulares y nocivas con otrxs y con unx mismx, o mejor dicho, con la imagen del otrx y de unx. A partir del confinamiento y el aumento abrupto en el uso de las plataformas las sensaciones se hicieron más perceptibles. El ritmo que proponen las redes no da tiempo ni espacio para el análisis crítico y la multiplicidad de acciones volátiles simultáneas van consolidando al cuerpo y a las biografías que para venderse ocultan las fallas, las carencias, lo humano, como si fuera una mercancía mas. Podríamos jugar a pensar que Carlos Marx lo llamaría fetichismo digital. 

Nuestro primer contacto con el mundo es el teléfono. Suena el despertador y vamos en su búsqueda. Luego automáticamente abrimos alguna aplicación para chequear si tuvimos una interacción que nos haga sentir un poco más vivos o importantes. Según un estudio de Mobile Regional Insights, en Argentina el 28% de las personas lo primero que hacen cuando se levantan es mirar su dispositivo. Una vez que ponemos en marcha el “scrolling”, se inicia un circulo vicioso del que es muy difícil salir. La jornada continúa con el teléfono siempre cerca como un miembro más de nuestra corporalidad. Llegamos a mirarlo automáticamente entre 150 y 200 veces por día. Tristan Harris, ex Google y creador del Centro para Humanizar la Tecnología (Center for Humane Technology), explica que los teléfonos celulares funcionan como máquinas tragamonedas ya que tendemos a buscar de ellos una recompensa en forma de notificación. Según un estudio de la asociación británica Royal Society for Public Health (RSPH) y Young Health Movement (YHM) de 2019  "los jóvenes que pasan más de dos horas al día en redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram son más propensos a sufrir problemas de salud mental, sobre todo angustia y síntomas de ansiedad y depresión". 

Tal como se explica en el documental de Netflix recientemente estrenado “El dilema de las redes sociales” el mismo modo de funcionamiento pondera la competencia por nuestra atención para la venta de publicidad. Las redes son gratis porque el producto somos nosotrxs y los datos que generamos en nuestra travesía diaria. Ante la preocupación por la cantidad de tiempo que gastamos en las redes sociales existen diferentes herramientas que permiten ser más conscientes de dichos hábitos. Muchas veces las mismas plataformas ofrecen datos analíticos sobre el tiempo de uso, pero además existen aplicaciones externas como Freedom u Offtime que permiten bloquear algunas funciones, y otras más ingeniosas como Forest: Stay focused que ilustra la productividad con un árbol que irá creciendo a medida que pasan las horas sin tocar el dispositivo. 

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Sin embargo aquello no soluciona ni pone un límite a la calidad de los contenidos que consumimos. Pareciera que en realidad ese es el gran dilema de las redes. La ilusión de libertad se derrumba  y nos vemos sumergidos en una cuestión de segundos en un mar de información, imágenes editadas, fake news, encuadres, filtros, publicidades y relatos. De esta manera este entorno a través del cual nos vinculamos, influye en nuestra percepción, en nuestros modos de ser, pensar, hablar, consumir y habitar. El punto central es que se nos hace casi imposible controlar dicha jerarquización o selección de datos que nos llegan y convocan, o administrar los mecanismos por los cuales los algoritmos nos ofrecen muy amablemente un hilo ininterrumpido de propuestas. 

La mediación del dispositivo permite construir un relato de lo que es y debería ser. La reiteración del mensaje, la interpelación emocional, la alimentación de fantasías estandarizadas, la ilusión de pertenencia, se repiten como deberes sociales o consignas imperativas : “Comé más saludable”; “No te olvides de la rutina de skincare antes de dormir”; “participá de este sorteo”; “esto es lo que como en un día para verme así”; “deslizá para arriba y enterate de todas las novedades”; “lee el horóscopo de tu signo para el mes de octubre”;  “anda a conocer a esta emprendedora que tiene unas carteras divinas hechas con plástico reciclado”; “comprá tu modelo favorito de Las Nubes”; “No te olvides de tomar tu colágeno con el desayuno de la mañana”; “Ya armaste tu plan para llegar al verano?”; “Ahora podés comprar estos jeans en 3 cuotas sin interés con tu tarjeta…”; “Hacé como yo y descargate esta app de ejercicios para bajar 3 kilos en una semana”; “ustedes saben que yo recomiendo solo lo que uso por eso hoy les muestro la maquinita para reducir la celulitis que me la paso en las piernas dos veces por semana y la pueden comprar deslizando para arriba”; “Yo aprendí con este curso online de ecommerce, vos también podés convertirte en tu propio empresario”; y así en loop para siempre.

La producción de subjetividad esta enmarcada en un continuo de condicionamientos y mandatos que ya no solo provienen de la publicidad tradicional, sino de lxs usuarixs devenidos empresarixs, influencers, emprendedorxs, etc.  Se produce entonces un micro clima de mercado que alienta al consumo y la competencia por alcanzar trascendencia desde valores como el reconocimiento y la aprobación social. El modelo comercial busca resaltar una cierta espontaneidad y frescura pero usando la espectacularización de momentos de la vida para promocionar marcas y productos inaccesibles que no necesitamos. Nos acostumbramos a cosas y comportamientos que se presentan como posibles y legítimos, y llegamos a vivir la propia existencia a través de las vidas ajenas. Ahí es donde lo que parece una interacción inofensivo se vuelve un canal de frustración, ansiedad, tristeza, incomodidad y emociones negativas frente a la percepción de la propia realidad socio económica y el mundo finito de posibilidades. 

A partir de ello entre usuarixs comienzan a surgir nuevas tendencias que buscan evitar la permeabilidad de los mensajes contaminantes y la generación de espacios digitales más amables. Lo primero en multiplicarse es la práctica de la “limpieza” de nuestros dispositivos y sobre todo de los muros. Así como se hace limpieza semanal de los espacios físicos y se selecciona lo que ya no cumple una función, el hábito de higienizar aplicado a las redes permite tener un mayor registro de lo que se consume y poner límites a lo que unx elige para ver. El ejercicio implica desde la eliminación de aplicaciones que no usamos, hasta el famoso “unfollow”, dejar de seguir, a perfiles que generan emociones negativas sobre unx, o marcas y emprendimientos que no nos identifican. 

Las primeras iniciativas en este sentido surgieron desde cuentas que militan el respeto por la diversidad corporal y de género. La propuesta es alejarse de los mensajes que reproducen valores hegemónicos, cuerpos híper sexualizados, modelos normativizantes  y consumos inalcanzables montados de forma tal que parecieran otorgarle más valor  una persona. Esto alcanza a Íconos de belleza que solo usan su imagen como ventana; perfiles que promocionan rutinas de ejercicios militares o dietas híper estrictas perpetradas por el mandato de alcanzar el cuerpo legítimo; millonarixs que solamente muestran sus vidas lujosas; marcas que eligen solamente cuerpos ultra delgados para sus campañas; o famoses cuya única propuesta es la del canje y la promoción de marcas que ni siquiera usan. En lo individual no se trata de cancelación o una reacción contra alguien o algo, sino la simple tarea de humanizar las redes, volver a elegir los vínculos, y propiciar un espacio más amable y asertivo. En lo colectivo podría ser el comienzo de un potencial viraje hacia un  cambio simbólico y de narrativa alejado del "termómetro" de la aprobación social.

MÁS INFO
Fabiana Solano

Mi nombre es Fabiana Solano y tengo 34 años. Soy socióloga egresada de la UBA y casi Magister en Comunicación y Cultura (UBA). Digo ‘casi’ porque me falta entregar la bendita/maldita Tesis, situación que trato de estirar con elegancia. Nunca me sentí del todo cómoda con los caminos que me ofrecía el mundo estrictamente académico. Por eso estudié periodismo, y la convergencia de ambas disciplinas me dio algunas herramientas para analizar, transmitir, y explicar la crisis del 2001 en 180 caracteres. Me especializo en culturas y prácticas sociales, desde la perspectiva teórica de los Estudios Culturales. Afortunadamente tengo otras pasiones. Me considero una melómana millennial que aprovecha los beneficios de las múltiples plataformas de streaming pero si tiene que elegir prefiere el ritual del vinilo. Tengo un especial vínculo con el rock británico (siempre Team Beatles, antes de que me pregunten), que se remonta a mis primeros recuerdos sonoros, cuando en mi casa los domingos se escuchaba “Magical Mistery Tour” o “Let It Be”. Además soy arquera del equipo de Futsal Femenino de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), rol que me define mejor y más genuinamente que todo lo que desarrollé hasta acá. Por supuesto que la política ocupa gran parte de mi vida y mis pensamientos. Por eso para mi info de WhatsApp elegí una frase que pedí prestada al gran pensador contemporáneo Álvaro García Linera: “Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino”.