La renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque del Frente de Todos en la Cámara de Diputados causó revuelo en la oposición y un gran debate, saludable desde el punto de vista político, al interior del frente que gobierna.
Probablemente, la acción del ahora expresidente del bloque tuvo como objetivo visibilizar las divergencias y contradicciones que, no es novedad, existen en el Frente de Todxs. En este caso, Máximo Kirchner se hizo cargo de la representación política de las voces que claman y expresan insatisfacción respecto del proceso de negociación y acuerdo con el FMI.
Cada vez que en el FdT se plantea un desacuerdo, aparece el fantasma de una derrota en las próximas elecciones o de la imposibilidad de continuar con la unidad. Es necesario deconstruir ese fantasma ideológico que responde a un modo liberal de concebir la política que niega, rechaza o reprime el conflicto y concibe a las instituciones como un espacio de neutralización del conflicto. Desde la matriz liberal, el conflicto es experimentado como una falla o debilidad de las instituciones y su existencia supone un signo de deterioro de la democracia.
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Las construcciones políticas democráticas nunca son homogéneas y, en sentido estricto, habría que preocuparse no por la presencia del conflicto sino ante su ausencia. Por ejemplo, el historiador italiano Renzo De Felice, para explicar el fascismo utilizó el concepto de consenso en el sentido de masa homogénea y obediente, que excluye el conflicto.
En la misma línea, en Los orígenes del totalitarismo, Hanna Arendt definió a ese fenómeno como una nueva forma de dominación surgida en el siglo XX, diferente de las conocidas en el pasado, que implicó la destrucción de la política. Esa acción humana se expresa en el espacio público, donde interactúan y se reconocen una multiplicidad de actores plurales que plantean distintas concepciones del mundo. La política se produce entre los sujetos de habla y supone una división del cuerpo social, que no se reduce. El totalitarismo destruye esa diversidad pretendiendo imponer una comunidad monolítica, homogénea, una masa sin fisura alguna. La amenaza totalitaria hoy radica en la desaparición de la política: la antipolítica y el rechazo de “la casta política” es la receta de la ultraderecha.
Antonio Gramsci, en uno de los capítulos de sus Cuadernos de la Cárcel, se refirió al pasaje de la guerra maniobrada y del ataque frontal a la guerra de posición. El fundador del Partido Comunista italiano usó la metáfora militar de la I Guerra Mundial, dándole una traducción política. Proponía para Europa Occidental la guerra de posición o trincheras, implicando la batalla por la hegemonía en el interior de los organismos de la sociedad civil, que supone ganar poder mediante la disputa, la capacidad para convencer y lograr el consentimiento de las mayorías sociales.
Gramsci concebía la política frentista no como algo momentáneo o coyuntural, sino como una “táctica” permanente, un modo de construcción política para el campo popular. Ernesto Laclau, iluminado por el faro gramsciano, estableció en su razón populista la categoría “articulación de demandas diferenciales” como el elemento central en la construcción de hegemonía.
Continuando por el camino trazado por Gramsci y Laclau, es hora de pensar la construcción frentista en el siglo XXI no en términos de coyuntura electoral, sino como una lógica política democrática. Una construcción que hace emerger un nuevo sujeto popular y que nunca será homogénea, porque incluye la articulación y el conflicto, concebido este como un motor que no se cancela, constitutivo de las instituciones republicanas que lo expresan.
En otros términos, a contramano de la corriente liberal, es tiempo de hacer comparecer y restituir la política entendida como conflicto inerradicable que delimita un campo de fuerzas no violentas, reconociendo la relevancia que adquiere el problema de la hegemonía o de la construcción de poder nacional-popular.
El Estado, la democracia, son categorías en disputa y los distintos actores políticos poseen el derecho de luchar, acumular poder y construir hegemonía para determinar el modelo y la orientación institucional. Bienvenido el conflicto y su visibilización.
Estamos en un momento geopolítico de reconfiguración global, atravesando una lucha hegemónica por la imposición de un relato político a nivel regional, nacional y al interior del F de T; de cómo se imponga el modelo dependerá la vida en los próximos años.