El intento de reducir la multimillonaria demostración de festejo popular del último martes a una “noticia deportiva” fracasó de modo contundente. Ya había fracasado la prensa oligopólica y la oposición de derecha al decreto presidencial que disponía que ese día sería feriado. Los problemas de organización (era difícil prever el volumen de la presencia popular y más difícil establecer qué medidas eran las aconsejables) no pueden empañar lo que sin duda constituye un hecho histórico como el ocurrido ese día.
Lo que politiza de modo rotundo a esa movilización es su carácter popular (inédito en esos volúmenes) y su carácter nacional (el equipo al que se celebró no es representativo de una parcialidad, es de todos, es nacional). Por eso en esa movilización no puede dejar de verse una conflictividad política muy representativa del escenario político actual, en el que se recorta nítidamente la presencia de una coalición político-mediático-judicial para la cual lo nacional-popular es el invento de un sector político y no un “humor” que tiene millones de personas tras de sí. Claro que no se trata de absorber el significado del hecho en la clave del triunfo de un sector político sobre el otro; tranquilos que la grieta permanece, que el mundial no le pertenece a ningún sector, que lo nacional-popular no significa el unanimismo autoritario, que estamos hablando en términos no termo-cefálicos sino analíticos.
Ese análisis podría intentar colocar la movilización futbolística nacional en una mirada política no reduccionista. El “humor” al que hemos hecho mención es la idea de patria, la idea de comunidad (que es lo único que puede habilitar una pasión común, como la que estamos relatando). Construir una política a partir de esto es completamente válido y valioso. Porque el sentimiento de patria no es un sentimiento políticamente neutro. Tiene sus críticos feroces que todos los días nos atosigan con conclusiones de que Argentina no existe, que Argentina es un fracaso histórico. Y dicen además que van a privatizar lo que sobrevivió de la orgía neoliberal de los años 90 más lo que fue incorporado (o reincorporado en años posteriores). Es decir “lo nacional” no le pertenece a ningún sector, pero tampoco es neutro: es político. Presupone una mirada del mundo y de la nación en él. Una mirada que incorpora la historia (la proclamada y la oculta). Y esa historia no es solamente la de los manuales del caso: incorpora deseos y pasiones, amores y rencores, dolores…y muchas muertes. No es lo mismo festejar un triunfo de la selección que un triunfo del propio equipo: para festejar lo común hay que reconocer lo común y éste es un paso necesariamente político. En eso consiste la puja histórica en nuestro suelo. Ya no es como era hasta hace un tiempo la querella historiográfica sobre cuáles son las fuentes de nuestra nacionalidad; hoy es la querella entre quienes sostienen que la historia de nuestra patria tiene relevancia y quienes más bien prefieren “arrancar de cero”, de la eliminación de una vieja, profunda y cambiante interpretación del mundo y la imposición de una “nueva cosmovisión” cuyos perfiles colonialistas desbordan cualquier intento de disimularlos.
Hay que aclarar que lo que aquí se propone no es un proyecto de adueñarse de modo partidista de la movilización a favor de Messi y sus muchachos sino de interrogarnos por algo que la inédita movilización puso en acto: la existencia de un pueblo (heterogéneo y difuso, pero pueblo al fin). Que sigue creyendo en la existencia de una patria como sustrato de una acción política capaz de preguntarse por la historia como sentido, como componente de la vida “aquí y ahora”.
No hubo reunión del equipo campeón con el presidente de la nación. Y no se trata de un hecho menor porque la democracia argentina tiene incorporado el ritual del encuentro en la casa de gobierno. Un ritual, hay que decirlo, que fue inaugurado nada menos que en medio del terrorismo de estado. En la práctica, en este punto, ganó la movida del periodismo canalla y de la oposición política (en este caso sin calificativo). Más allá de la variedad y densidad de rumores que adjudican esa carencia a la pelea interna en el frente de todos -algunos realmente verosímiles- esa ausencia de ceremonial político no es gratuito ni es menor. Es una concesión lamentable a la antipolítica argentina, sistemáticamente alineada con la derecha política. Es una postura refleja de temor respecto de los “abusos del peronismo” que, en este caso, hubieran consistido en el reconocimiento simbólico e institucional del valor espiritual que tiene la tercera copa mundial de fútbol para la inmensa mayoría del país. El encuentro del presidente con los campeones expresa eso, debió expresar eso. Ni más ni menos que eso.
“Casualmente” ocurrió que en las mismas horas en las que el triunfo argentino en la copa mundial sacudía al país en su conjunto se dio a conocer el fallo de la corte suprema que manda al gobierno nacional a entregarle al gobierno de la ciudad autónoma el equivalente al que Macri le asignara por decreto, poco después de asumir la presidencia de la república. El aparato que ejerce el poder real -mediático-judicial-imperial-gran empresarial- puso en marcha su maquinaria. Hoy los medios hablan menos del mundial ganado que del conflicto de poderes que ha emergido. “Conflicto de poderes” es el nombre demoníaco que ha adoptado la lucha por el poder en la Argentina.
Pero la decisión temeraria de la temeraria corte suprema (decisión que se toma cuando aún estamos atentos a la investigación del escándalo de las coimas que involucran “en el mismo lodo” al principal monopolio mediático, a una cantidad de jueces federales, y a funcionarios del gobierno de la ciudad, entre otros) abrió un capítulo central de la política argentina. Porque en la cuestión de las dádivas de Puerto Escondido están inevitablemente involucrados los componentes del poder fáctico que funciona como régimen político real. Y porque era (y es) muy difícil encontrar una estrategia adecuada para cerrar el escándalo. El fallo de la corte puede, tranquilamente, ser interpretado como un intento por redefinir los marcos del conflicto político, desplazarlos desde la contundente evidencia de la colusión mafiosa en defensa de los grupos mafiosos de la Argentina hacia un conflicto institucional entre el gobierno nacional y la CABA. Y el nuevo conflicto, además, es de mucha mayor complejidad interpretativa que los abusos corporativos que se hicieron absolutamente evidentes en el hotel del sur.
Claramente la corte se está defendiendo. E inteligentemente se defiende atacando. Tal vez confiando en la “prudencia” del actual gobierno, cada vez que se trata de la colisión con el bloque de poder político real en la Argentina. Pero en este caso se produjo el primer “no” del presidente Fernández. Y no es una reacción emocional o improvisada. Tiene el aval de un grupo grande de gobernadores que desborda la geografía peronista y saca a flote uno de los grandes problemas irresueltos de la democracia argentina: la cuestión federal. Una cuestión que había sacado del medio, con particular ingenio, el bipartidismo neoliberal de los años noventa que de modo “inocente” estableció el consenso constitucional de que el pacto federal para organizar la distribución de los recursos debería establecerse “en acuerdo entre la nación y las provincias”. Es decir, se constitucionalizó la imposibilidad de un régimen de coparticipación: pasaron 28 años sin ese acuerdo, y “pasarán más de mil años”. La reforma de 1994 es un hito de la supremacía porteña y la inexistencia de un verdadero estado federal.
La suerte que corra el “no” del gobierno nacional y de varios gobernadores parece crucial para el futuro. No el futuro de la elección sino el futuro de la república.