¿Se puede hablar de la salida de Matías Kulfas sin quedar hundido en el barro de la interminable interna de la coalición? Muy posiblemente no, pero las líneas que siguen buscan ser un intento de análisis sobre lo que el ex ministro de producción representaba en términos de contenido programático, es decir de política económica, algo que es esperable que su “potencial” sucesor Daniel Scioli siga representando. En suma, este texto pretende pensar el futuro.
Como se escribió muchas veces y este fin de semana se encargará de recordar a coro el conjunto de la prensa opositora y también eso que se denomina el “ala dura del kirchnerismo”, el encono de una parte de la coalición con Kulfas era personal y devenía del mal recibimiento que en su momento tuvieron las tenues críticas plasmadas en el libro “Los tres kirchnerismos”, en el que el ahora ministro saliente recopiló lo que a su juicio fueron las limitaciones de los últimos años de los gobiernos nacional populares que precedieron a la recaída neoliberal endeudadora.
Sin entrar en mayores detalles, lo cierto es que buena parte de la crítica que allí se expresaba también fue asumida, tiempo después, por los propios criticados. En algún reportaje durante la noche macrista la propia ex presidenta asumió en modo de “autocrítica” que quizá su gobierno no fue lo suficientemente a fondo con “la transformación de la estructura productiva”. Esta historia también es bien conocida, a partir de 2003 el kirchnerismo representó el período más largo de crecimiento con inclusión social y suba de los ingresos de los trabajadores de las últimas décadas, pero a partir de 2011-2012 el ciclo expansivo comenzó a frenarse.
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La razón del freno fue que reapareció una vieja conocida de la economía local, la restricción externa, la escasez relativa de divisas que suele conducir a devaluaciones, aumento de la inflación, caída de la demanda y, en consecuencia, freno de la evolución del PIB. Dicho de otra manera, sin transformación de la estructura productiva el crecimiento provoca que las importaciones crezcan más rápido que las exportaciones y se produzca el estrangulamiento externo. La conciencia de este problema fue lo que motivó ideas como la de la “sintonía fina” en el segundo gobierno de Cristina y el intento fallido de volver a los mercados internacionales de deuda para seguir financiando la expansión, un proceso vetado por el capital financiero internacional a través de los fallos buitre. Fue una retaliación contra un gobierno que se mostró díscolo con las finanzas globales a partir de la renegociación dura con los acreedores del default de 2001-2002 y el progresivo desendeudamiento en divisas, proceso tan bien reseñado esta semana por CFK en el 100 aniversario de YPF.
Aquí es necesario volver a pararse en 2015, cuando Cristina fue inéditamente despedida con una plaza llena. Por entonces los dos candidatos que fueron al balotaje, el inesperado vencedor Mauricio Macri y el ahora ministro Daniel Scioli, tenían previsto volver a los mercados voluntarios de deuda, se sabía que la restricción externa era un hecho y que tomar deuda era una transición hacia su resolución. El macrismo creyó que la sola consolidación de un gobierno “pro mercado” daría lugar a una inminente “lluvia de inversiones” que conjuraría la restricción a mediano plazo, por eso en la transición se dedicó a tomar deuda desaforadamente despreciando los gigantescos déficits de la cuenta corriente del balance de pagos. No fue solamente que hayan sido ineficaces o malintencionados, sino que el macrismo tenía un pésimo diagnóstico.
El proyecto del sciolismo de entonces, que se plasmó en su momento en los trabajos de la Fundación DAR (Desarrollo Argentino), cuya cabeza técnica, entre otras, fue la del actual vicepresidente del Banco Central, Sergio Woyecheszen, también era tomar deuda, pero impulsando en el camino el trabajo incompleto de la transformación de la estructura productiva. Por el lado de la oferta se trataba de transformar la estructura para aumentar exportaciones y sustituir importaciones con el objetivo claro de que no reaparezca la escasez de divisas, es decir aquello que frenaba el crecimiento y, por extensión, la inclusión y la mejora de ingresos de los trabajadores. Y por el lado de la demanda, siguiendo la jerga de DAR, de lo que se trataba era simplemente de sostener “una demanda pujante”. Para financiar este proceso se necesitaban dólares que se conseguirían regresando a los mercados internacionales durante la transición.
Lo que pasó fue bien diferente, el macrismo tomó deuda, pero no para financiar el alejamiento de la restricción externa, sino para reconstruir los lazos de dependencia con el poder financiero global. A fines de 2019, tras la virtual cesación de pagos a los privados y el mega préstamo del FMI el que sería el nuevo gobierno sabía que la triste tarea de sus primeros años sería renegociar pasivos. A diferencia de 2015 ya no se trataba de buscar deuda para financiar la transición, sino de postergar la salida de recursos propios. Así, mientras el ministerio de Economía se abocó a esta tarea, el de Producción conducido por Kulfas retomó el conjunto de ideas de la fundación de quien hoy es su potencial sucesor y posible continuador y se convirtió en el “ministro de la oferta”. Kulfas fue quien se dedicó a llevar adelante la transformación de la estructura productiva propuesta por DAR en 2015 desarrollando tareas para aumentar las exportaciones y sustituir importaciones, tareas que consiguió a pesar de la pandemia y la guerra.
Kulfas deja el ministerio en un contexto en el que la industria crece porque reapareció la política industrial, y no solo por el derivado del aumento del gasto en infraestructura que promovió las ramas vinculadas a la construcción, sino porque se protegieron sectores existentes, se promovió la sustitución de importaciones y la composición nacional, por ejemplo en el sector automotor, y se impulsaron sectores nuevos, como el hidrógeno verde y la electromovilidad, el cannabis medicinal, la industria del software, y especialmente la minería que, junto con los hidrocarburos, será uno de los dos nuevos principales proveedores de divisas en la economía que viene. Es una infidencia, pero en Producción estaba en construcción el proyecto de una nueva empresa minera nacional que le permitiría al sector público participar e impulsar esta actividad.
Kulfas fue una suerte de último materialista. Fue quien rescató la tradición de la izquierda pre caída del muro de Berlín de desarrollar las fuerzas productivas materiales como paso necesario para cualquier transformación. Aquí se destaca algo que suele señalar el economista Eduardo Crespo, la caída del muro de Berlín fue igual de destructiva para los progresismos y las socialdemocracias que vieron caer los Estados benefactores que para el viejo comunismo, que mutó y siguió su camino en otras latitudes. La izquierda occidental, en cambio se desentendió de las demandas de transformación material y se volcó a demandas inmateriales, como los necesarios derechos de las minorías o el verdaderamente dañino falso ambientalismo antidesarrollo y antiexportador, ese que pide anular nada menos que a los dos sectores con capacidad de transformación de la economía. Alcanza con ver quienes son los que saludaron con más fervor la salida del ministro para saber que el camino de Kulfas era el correcto. Las críticas que recibía también venían notablemente de un palo al que perteneció, del área de economía y tecnología de Flacso y sus teorías erradas sobre la inflación oligopólica, como si la inflación fuese algo que se resuelve en el ministerio de Producción y no en el de Economía. Pero quizá la crítica más insólita a Kulfas, proveniente del interior de la misma coalición, haya sido por “tener un proyecto exportador opuesto al mercado interno”. La sola crítica de semejante desatino económico llevaría varias páginas y se deja para tiempos más propicios.
Producida la salida de Kulfas se entiende la necesidad del presidente Alberto Fernández de preservar por todos los medios la integridad de la coalición de gobierno, pero el rápido ofrecimiento como reemplazante al mentor de la fundación DAR significa que habrá un cambio de nombres, pero no un renunciamiento programático.
Finalmente, las razones de fondo de la salida de Kulfas remiten a problemas que para el gobierno son bastante más complejos. La sola sospecha de mala gestión en áreas clave, como la que motivó las demoras en la obra del gasoducto que permitirá profundizar el desarrollo de Vaca Muerta, traen al primer plano uno de los problemas más graves heredados por el lawfare o guerra judicial, el temor paralizante de muchos funcionarios de ser perseguidos judicialmente por sus actos de gobierno, algo que no solo será aprovechado por la oposición, ahora por adelantado, sino que demandará una profunda revisión oficial dadas las urgencias de ejecución para lo que resta del actual período de gobierno.