El machacado tema de integrarnos al mundo es un recurso retórico que poco revela del sentido que se le asigna a ese imperativo y, entonces, exige desentrañar a qué mundo se alude y en qué condiciones, como con qué objetivos se enuncia esa proposición para que cobre verdadero significado.
La Historia no te absolverá Mondino
El 26 de julio de 1953 con el asalto al Cuartel Moncada (en Santiago de Cuba) se registró un primer intento, fallido, de derrocar al dictador Fulgencio Batista, quien se había hecho del Gobierno por medio de un golpe de Estado el 10 de marzo de 1952 (faltando tres meses para las elecciones programadas de ese año), suspendido al Congreso y reemplazado la Constitución de 1940 por un Estatuto -con el cual pretendía entronizarse en el poder- e impuesto la pena de muerte expresamente prohibida por la Constitución cubana (art. 25).
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Unos cientos de jóvenes comandados por Fidel Castro intentaron controlar varios objetivos estratégicos, para luego reestablecer la vigencia de la Constitución e instalar un gobierno revolucionario provisional que finalmente convocase a elecciones, pero algunos errores tácticos y ciertos hechos fortuitos permitieron a las fuerzas gubernamentales frustrar ese alzamiento armado.
Las bajas en las filas rebeldes ocurridas en esa fecha, según afirmara Batista al día siguiente, fueron 29. Sin embargo, en las tres jornadas siguientes se reportaron oficialmente más de 80 sin haber existido nuevos enfrentamientos, lo que daba cuenta -como efectivamente sucedió- que esas otras muertes fueron causadas por una criminal represión que tuvo por víctimas a la población civil como a combatientes heridos o capturados sujetos a torturas brutales y ejecuciones sumarias.
Entre los sobrevivientes sometidos a juicio se contaba Fidel Castro, quien asumió su propia defensa -como abogado- en un proceso plagado de irregularidades y de una ilegalidad absoluta cuya sentencia ya estaba dictada desde el comienzo, destacándose como una pieza jurídico-política imborrable su alegato final, que concluyó diciendo:
“Termino mi defensa, no lo haré como hacen siempre todos los letrados, pidiendo la libertad del defendido; no puedo pedirla cuando mis compañeros están sufriendo ya en Isla de Pinos ignominiosa prisión. Enviadme junto a ellos a compartir su suerte, es inconcebible que los hombres honrados estén muertos o presos en una república donde está de presidente un criminal y un ladrón (…) En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no la ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa, la historia me absolverá.”
Como es sabido, seis años más tarde triunfó la revolución en Cuba liderada por Fidel Castro y no pasaría mucho tiempo para que el asedio persistente de EEUU se tradujera, entre otras tantas formas -incluidas acciones militares, paramilitares y cientos de intentos de homicidio a Castro-, en un inconcebible bloqueo económico que desde hace décadas es objeto de constantes repudios internacionales por razones humanitarias y por ser la causa de serios perjuicios a los habitantes de la Isla.
Paradojalmente, se ha cobrado recientemente una nueva “víctima”, Diana Mondino, fruto de una operación palaciega local ante una tradicional postura diplomática de nuestro país que es, a su vez, contracara del apoyo regional e internacional que recibimos en la causa Malvinas.
La echaron como a un perro malo, aunque esa comparación es injusta porque los perros son fieles a sus dueños y sólo la Patria puede adueñarse de nuestras vidas cuando la sentimos como nuestra guía y digna de brindarle absoluta fidelidad, condiciones que ni de lejos posee la ex Canciller Mondino.
El cipayismo que es la quinta esencia de quienes nos gobiernan es tan explícito, que la impudicia que manifiesta se torna pornográfica, indecente, prostibularia de caficios que se enriquecen con las miserias ajenas y a los que se le prestan incondicionales servicios.
Las relaciones internacionales están atravesadas por ideologías pero no pueden ser éstas las que determinen irreflexivamente los múltiples vínculos que se establecen entre los Estados y, mucho menos, condicionar el desarrollo soberano y los posicionamientos en defensa de los intereses superiores de la Nación, quedando sujetos a las alternativas que coyunturalmente definan los cambios de gobierno en los países con que se interactúa.
Las relaciones exteriores constituyen un núcleo indispensable como política de Estado, que exige sostenerlas en el tiempo y contar con un cuerpo diplomático formado profesionalmente para el servicio exterior, al que no puede someterse a persecuciones denigrantes al compás de los caprichos e inestabilidades emocionales de un mandatario de turno, que confunde el rol de quien ejerce, temporariamente, el Ejecutivo en una democracia republicana con una autocracia vitalicia con signos mesiánicos.
El penoso desempeño de la Sra. Mondino al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores, donde fue designada sin contar con pergamino alguno a la altura de las responsabilidades que se le confiaron, estuvo jalonado por numerosas inconsistencias y actos de inusitada gravedad que justificaban su eyección, sobresaliendo las inconcebibles concesiones en detrimento de una causa nacional emblemática como es la reivindicación de nuestra soberanía en Malvinas e Islas del Atlántico Sur, que se coronó exhibiendo su identificación como “Falklands” en una página oficial del Gobierno argentino.
Sin embargo, su abrupta salida resultó de una votación en Naciones Unidas (ONU) -coherente con más de 30 años de diplomacia argentina- junto a 187 países que condenaron el bloqueo norteamericano a Cuba, que lleva más de 62 años, y en la que sólo se registraron los votos contrarios de Estados Unidos e Israel.
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¿A qué mundo queremos integrarnos y cómo?
La visión planetaria de Milei es tan anacrónica como la que postula para nuestro país cuando propone retrotraernos a fines del siglo XIX, con su fantasmagórica permanente evocación de un mentado “comunismo” que endilga a toda expresión de disenso con su libertarismo y atribuyéndose el rol de paladín del “mundo libre”.
El “mundo libre” que se erigió en contra del “Eje” -el otrora eje del mal- conformado por Alemania, Italia y Japón, y le puso fin a la Segunda Guerra Mundial -cuando en realidad virtualmente ya estaba sellada su suerte- mediante la atroz acción de lanzar dos bombas atómicas en Japón en sitios que no constituían objetivos militares, sino, que se trataban de ciudades (Hiroshima y Nagasaki) donde residía población civil. El Pesidente Harry S. Truman declaró a la prensa: “Los japoneses comenzaron la guerra desde el aire en Pearl Harbor. Ahora les hemos devuelto el golpe multiplicado. Con esta bomba hemos añadido un nuevo y revolucionario incremento en destrucción a fin de aumentar el creciente poder de nuestras fuerzas armadas. En su forma actual, estas bombas se están produciendo. Incluso están en desarrollo otras más potentes. [...] Ahora estamos preparados para arrasar más rápida y completamente toda la fuerza productiva japonesa que se encuentre en cualquier ciudad. Vamos a destruir sus muelles, sus fábricas y sus comunicaciones.”
¿Qué fue el después del triunfo del “mundo libre”? En tiempos en los que ya no se contaría a la URSS que, a poco del “fin de la guerra”, no se consideraba como parte de ese conglomerado de países libertarios y, “guerra fría” mediante, el belicismo seguía su curso a través de Estados vicarios entre los que se producían las conflagraciones y deparaban nuevos negocios para los que estaban detrás de la escena y, claro está, no eran los que ponían en juego cuerpo y alma.
Se inicio por entonces el llamado proceso de “descolonización”, principalmente en Asia y África, dando paso a su transformación en enclaves neocoloniales y a la ostensible injerencia de las potencias centrales en los procesos políticos de las antiguas colonias.
Francia ensayando en Argelia nuevos sofisticados métodos de tortura, extermino y desaparición de personas que, años más tarde, enseñarían a sus aliados norteamericanos en la “Escuela de las Américas” (Panamá), en donde se formaban los domesticados militares latinoamericanos.
Por esos mismos años 60’ del siglo XX, el gobierno de Bélgica junto con agentes de la CIA incursionaron en la República Democrática del Congo promoviendo la guerra civil y encargando el brutal asesinato y desaparición del cuerpo de su Primer Ministro Patrice Lumumba, héroe de la Independencia de quien quedó (como trofeo en poder de uno de los sicarios) un diente con corona de oro del líder congoleño, que las autoridades belgas devolvieron en el año 2022 disculpando -hipócritamente- la responsabilidad de su país en aquel magnicidio.
También en aquella época se produce la devastadora y criminal intervención norteamericana en la guerra de Vietnam, que terminó en derrota pero convirtió en un infierno ese país mediante un derroche de “napalm” (400.000 toneladas), agente naranja y otros herbicidas (75 millones de litros) y bombas clásicas (más de 6 millones de toneladas), junto a masacres indiscriminadas de la población civil.
En los años 70’ nuestra región tuvo sobradas muestras de qué tipo de “libertades” y “democracias” impulsa el imperialismo norteamericano, sin hacerle asco a nada en materia de violaciones de derechos humanos, cambiando -en general- la intervención directa de sus “marines” por la conversión de las fuerzas armadas de nuestros países en ejércitos de ocupación nativos en línea con la “Doctrina de la Seguridad Nacional”.
El Consenso de Washington en los años 80’ deparó la imposición de un neoliberalismo que exaltó los rasgos más salvajes del Capitalismo, hundiendo las economías de los países emergentes agravando su subdesarrollo a fuerza de endeudamientos y re endeudamientos seriales, cuyos efectos se acentuaron en las dos décadas siguientes.
A pesar de las aisladas resistencias más o menos exitosas, pero efímeras en definitiva, la financiarización de la Economía y las asimetrías en los términos del intercambio resultantes de la globalización han llevado a una concentración impúdica de la riqueza sin precedentes, en que los multimillonarios que representan el 1% de la población mundial se apropian de una porción equivalente a la del 95% y han llegado a constituirse en un poder superior al de los Estados-Nación.
En las guerras que actualmente ocupan el principal foco de atención mundial (en Ucrania, en la Franja de Gaza y el Líbano), los costos de los misiles y la cantidad que se disparan cobran más relevancia que lo que ocurre en los lugares a los que están dirigidos, que las víctimas (fatales o no) de esos continuos bombardeos, que la sistemática destrucción de ciudades enteras y las migraciones forzadas de millones de personas.
Las guerras y los crímenes de guerra no nos pueden ser indiferentes, pero eso no implica que nos embarquemos como carne de cañón en las aventuras imperialistas de cualquier signo. Hoy, quizás más que nunca, cobra mayor sentido postular los fundamentos de la Tercera Posición que proclamara Perón y bregar por el multilateralismo, fortaleciendo un inquebrantable nacionalismo y propendiendo a un bloque regional en defensa de intereses homogéneos o convergentes de los países expuestos a la voracidad corporativa transnacional.
Tenemos Patria, el tema es reconocerla y defenderla
El alineamiento servil e incondicional de Milei con EEUU e Israel, favoreciendo una unipolaridad mundial sin destino ni correspondencia con los intereses nacionales, comprometiendo la soberanía y la seguridad interior de nuestro país anclado a una estrategia que no es ajena, tanto en objetivos como en los frutos que puedan cosecharse para la Argentina, es más que inconveniente francamente contraria a los mismos mandatos constitucionales a los que -mal que le pese- está sujeto en la función que ejerce al frente del Poder Ejecutivo.
Si la Patria está primera, si el país federal es prioritario, si todo eso es una verdad sentida y con lo cual existe verdadero compromiso, ni un minuto puede demorarse en retomar el diálogo y el debate indispensable, principalmente entre quienes hoy se depositan las mayores esperanzas de recuperar las fuerzas necesarias y construir un espacio político consistente para confrontar con el proyecto colonial de Milei y sus apátridas auspiciantes.
En aquel alegato de Fidel Castro, entre muchas citas al derecho de los pueblos a resistirse a la opresión de los gobiernos despóticos, se contaba la siguiente:
“Sostenemos que estas Verdades son evidentes en sí mismas: que todos los Hombres son creados iguales, que su Creador los ha dotado de ciertos Derechos inalienables, que entre ellos se encuentran la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad. Que para asegurar estos Derechos se instituyen Gobiernos entre los Hombres, los cuales derivan sus Poderes legítimos del Consentimiento de los Gobernados; que el Pueblo tiene el derecho de cambiar o abolir cualquier otra Forma de Gobierno que tienda a destruir estos Propósitos, y de instituir un nuevo Gobierno, Fundado en tales Principios, y de organizar sus Poderes en tal Forma que la realización de su Seguridad y Felicidad sean más viables. La Prudencia ciertamente aconsejará que Gobiernos establecidos por bastante tiempo no sean cambiados por Causas triviales y efímeras; y como toda Experiencia lo ha demostrado, la Humanidad está más dispuesta al sufrimiento mientras el Mal sea soportable, que al derecho propio de abolir las Formas a las que se ha acostumbrado. Pero cuando una larga Sucesión de Abusos y Usurpaciones, todos ellos encaminados de manera invariable hacia el mismo Objetivo, revelan la Intención de someter a dicho Pueblo al absoluto Despotismo, es su Derecho, es su Deber, derrocar a tal Gobierno y nombrar nuevos Guardianes de su futura Seguridad.”
No era a ningún manifiesto comunista al que aludía el líder cubano, sino a la “Declaración de la Independencia del Congreso de Filadelfia” del 4 de julio de 1776, que ligaba luego a la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” del 26 de agosto de 1789, ambas curiosamente fuentes fundantes del liberalismo, que permiten con su sola lectura demostrar que en nada se condicen con el libertarismo “anarco-capitalista” que, día a día, pone de manifiesto su esencia totalitaria contraria a las libertades más elementales, cuya efectiva realización impone combatir las desigualdades sociales y erigirse como Nación soberana para forjar un destino común y solidario para la felicidad del Pueblo.