El pasado viernes 30 de septiembre Vladimir Putin anunció la anexión de cuatro regiones ucranianas a la Federación de Rusia: Donetsk, Lugansk, Kherson y Zaporiyia, luego de la realización de consultas populares en dichos territorios. Las consultas, realizadas entre los días 23 y 27 de septiembre, fueron catalogadas como falsas por Joe Biden. La Unión Europea, por su parte, dictó el octavo paquete de sanciones para Rusia y Ucrania y anunció que firmará una solicitud de adhesión acelerada a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Durante la ceremonia en la que consumó la integración de tales territorios a Rusia, Putin pidió a Kiev “el cese de las hostilidades y la guerra que desencadenó en 2014, y que vuelva a la mesa de negociaciones”, y afirmó enfáticamente que su país no está dispuesto a discutir “la elección de la gente en Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporozhie”. También criticó el discurso de “triple rasero” de occidente, que “deja en ruinas a países enteros que no aceptan ceder su soberanía a EE.UU”, y expresó que “Occidente no escatima medios para preservar el sistema neocolonial que le permite parasitar, y, de hecho, robar al mundo mediante el poder del dólar y el dictado tecnológico, cobrar un verdadero tributo a la humanidad, extraer la principal fuente de riqueza no ganada, la renta hegemónica. La preservación de esta renta es el motivo clave, genuino y codicioso”.
El anuncio de Putin y las respuestas que recibió, escalaron aún más el conflicto, confirmando las presunciones geopolíticas de 2013-14, luego del “Euromaidán” y la anexión de la península de Crimea, de que en Ucrania se dirime la disputa por el dominio de una territorialidad global, entre oriente y occidente, con un tablero que hoy se encuentra transitando profundos cambios en los modos en que se concentra y se distribuye la riqueza y el poder mundial.
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Ucrania aparece como un escenario principal, en el marco de una conflicto mayor, en la que dos proyectos estratégicos de poder enfrentados, representados aquí por Estados Unidos y China, se disputan la conducción del siglo XXI, tal y como anunciara Biden en su primer discurso ante el Congreso estadounidense el año pasado.
En ese marco, es posible interpretar el rol que ha venido cumpliendo Estados Unidos al extender su influencia sobre Europa, ejerciendo presión para desconectarla económicamente de Rusia, en lo concreto, y de China, en lo estratégico. Desde este punto de vista, la finalización del gasoducto Nord Stream 2, pudo verse como un casus belli para los Estados Unidos.
Tal situación fue confirmada el pasado 27 de septiembre, día en el que también cerraban los referéndums, cuando se detectaron 4 fugas en los ductos de gas en la zona del Mar Báltico.
En un informe que presentaron Suecia y Dinamarca al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, se comunicó la detección de explosiones de una magnitud de 2,3 y 2,1 en la escala de Richter y se las asoció a actos provocados de manera intencional.
Un recorrido histórico del conflicto
Las acusaciones entre Rusia y Estados Unidos, fueron mutuas. En ese cruce, María Zajárova, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, recordó las declaraciones vertidas por Biden en febrero, cuando dijo que “si Rusia invade, y eso quiere decir tanques y tropas cruzando la frontera ucraniana, entonces dejará de haber un Nord Stream 2, le pondremos fin”. Ya en mayo de 2021, Antony Blinken, Secretario de Estado de los Estados Unidos, había dado cuenta de la postura del gobierno estadounidense, indicando que “nuestra oposición al Nord Stream 2 es inquebrantable”.
El gasoducto Nordstream 2, finalizado en septiembre del 2021, nunca fue puesto en funcionamiento porque la certificación para hacerlo andar fue suspendida el pasado 22 de febrero por parte de Alemania. Apenas dos días después Rusia anunció el inicio de su operación militar especial en Ucrania, argumentada en una probada violación de los Derechos Humanos de la población rusa en las zonas fronterizas del Donbas, de acuerdo a lo que la propia Federación de Rusia contempla en su Doctrina de Defensa.
La región sobre la que avanzó Rusia, se encuentra asediada por un violento conflicto que se agudizó con la proclamación de la autonomía Donetsk y Lugansk, dominados por prorrusos. A partir de allí se desató en el territorio una verdadera guerra de baja intensidad, con ejércitos irregulares fomentados por el propio estado y financiados desde el exterior por la Unión Europea y Estados Unidos. La violencia a partir de una cultura de cancelación étnica, ha producido en 8 años, más de 15.000 muertos civiles, de los que la prensa occidental no habla.
Luego de la caída del muro de Berlín, el bloque de poder occidental aprovechó la balcanización de la URSS para extender su dominio a través de la OTAN. La década de los años 90 sirvió para el avance de la cultura occidental en la región con la consecuente liberalización de economías y el achicamiento de los estados.
A partir del conflicto desatado en 2014, luego del “Euromaidán”, se declaró la República de Crimea como Estado soberano e independiente de Ucrania. Tal independencia no es reconocida por la OTAN y sus aliados. En la base de Crimea se encuentra la Flota del Mar Negro de Rusia, y es su principal salida a las aguas cálidas del Atlántico. Crimea también es sede del mayor complejo industrial naval de la ex URSS, en la ciudad de Sebastopol. A esto se suman sus considerables reservas de hidrocarburos, que significan para Rusia una fuente importante de energía para abastecer a Europa.
A partir de investigaciones publicadas por Bellingcat, el sitio web de inteligencia de fuentes abiertas, se conoció en profundidad la manera en que opera uno de estos ejércitos conocido como el “Batallón Azov”. Fundado en 2014 por Andréi Biletski, un ex-líder de un viejo grupo neonazi ucraniano, el mismo constituye una unidad militar que actualmente pertenece a la Guardia Militar de Ucrania, y que durante casi una década llevó adelante una guerra sucia, de baja intensidad, en la región del Donbás, constituyéndose en una especie de empresa para la guerra, que permite el reclutamiento irregular, la utilización de grupos de mercenarios y contratistas, operando en beneficio por inyecciones de dinero estatales.
Otro hecho que da cuenta del tono de la disputa puede observarse en el reciente atentado dirigido hacia Aleksandr Duguin, el filósofo creador del euroasianismo, en el que resultó muerta su hija. El hecho denota la manera en que se expresa la concepción estratégica del conflicto en el plano de lo que algunos podrían denominar “lo cultural”.
El anuncio del 30 de septiembre, un peldaño más en la escalada del conflicto por la región del Donbás implica la anexión a la Federación rusa no sólo de ésta región compuesta por las repúblicas de Donetsk y Lugansk, sino también de las provincias de Jersón y Zaporiyia. En conjunto, estos territorios se ubican estratégicamente en un corredor que comunica Rusia con Crimea y representan el 19,4% del territorio ucraniano. En el Donbás se ubica la cuenca industrial de Ucrania, en Zaporiyia está la mayor central nuclear del país y en Jersón una prolífera zona agrícola y su correspondiente puerto. Además, las regiones contienen importantes reservas de minerales estratégicos.
La guerra en Ucrania en el marco de un teatro mayor
La constante búsqueda de escalar las tensiones en Taiwán y el mar meridional para intentar que China, por parte de Estados Unidos, aparece como una expresión de que Ucrania tan sólo es marco de un gran teatro de conflicto mundial.
El concepto de guerra multidimensional arroja luz para explicar la trayectoria de los hechos, en tanto se edifica como una maquinaria que incluye ejércitos regulares e irregulares, medios de comunicación, empresas transnacionales, think tanks, gobiernos y organismos supranacionales, jugando sus intereses en el tablero mundial.
La reciente movilización de guerra que definió Rusia como respuesta a una segunda contraofensiva de Ucrania y la OTAN han puesto al conflicto en el Donbas en otro nivel. La escalada del conflicto, de mínima, está validando las previsiones de recesión económica global, y juega a favor de la idea de que la Casa Blanca está apostando por desindustrializar la Unión Europea como un mecanismo de recapitalización en su disputa de fondo, es decir, con China.