Saben de qué se trata, resta saber si quieren

12 de marzo, 2022 | 19.00

En política, nada se rompe para siempre. Antes de pasar a ser socio privilegiado de Cristina en una fórmula impensable que lo catapultó nada menos que a la presidencia del país en 2019, Alberto Fernández había sido el jefe de campaña de dos rivales encarnizados de ella que, aunque lo intentaron de múltiples modos, no habían podido desplazarla de su lugar de liderazgo.

Astilla cualquier bola de cristal querer pronosticar qué va a ocurrir ahora, en unos meses o el año que viene con el Frente de Todos, herramienta unitaria que aseguró la derrota de Mauricio Macri cuando muchos suponían -Donald Trump incluido- que la derecha se quedaba en el gobierno hasta el 2023.

Es evidente que el acuerdo con el FMI agudizó las contradicciones -que siempre existieron- al interior de la coalición. Pero sin caer en el dramatismo improductivo, es lógico desorientarse al observar que Máximo Kirchner, Hugo Yasky y Carlos Heller, tres indudables referencias del amplio universo kirchnerista, votan distinto en una jornada parlamentaria de tanta relevancia.

Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

Por lo tanto, decir que todo está bien sería mentir una paz inexistente. Con más detalle, incluso, es hasta doloroso comprobar que dos apellidos directamente asociados a la materialización de la ley de Aporte Solidario Extraordinario de las Grandes Fortunas, que consiguió recaudar el 0,6 del PIB e hizo recaer sobre los sectores más opulentos de la sociedad el financiamiento directo de becas estudiantiles y hasta gasoductos en los tiempos más bravos de la pandemia, adoptaron roles antagónicos en la sesión especial.

Sesión que terminó convirtiéndose en el impiadoso pogo dialéctico de una oposición que no ahorró ningún adjetivo descalificador para con la política de desendeudamiento que encabezaron desde sus gobiernos Néstor Kirchner y Cristina Kirchner, mientras un grupo de violentos a control remoto aprovechaba una “zona liberada” para descargar una pedrada infame sobre el despacho de la actual vice.

Increíblemente, después de “deuda” o “FMI”, la palabra más escuchada en el recinto no fue “Macri”, al fin de cuentas, el responsable de contraer el empréstito en condiciones ruinosas para el país, retornándolo a una situación de intolerable dependencia, sino el “déficit” fiscal.

Término que encierra toda una definición política, más que económica. Porque resume el problema de la Argentina a que el Estado gasta más de lo que recauda. Por desgracia, esta definición es seguida de una solución con aires de toc que la derecha local propone invariablemente: hay que ajustar más.

No quieren discutir la evasión fiscal, ni la fuga de divisas, que son prácticas de acumulación de riqueza bastante extendidas entre los sectores que representan. Nada de eso: quieren poner en debate cuántos ministerios deben ser eliminados para saciar su impulso mutilador. En definitiva, pretenden hacer más eficiente su saqueo.

La base social que votó al Frente de Todos para ganarle a Macri y su modelo, asentado sobre esos supuestos ideológicos que terminan justificando bajas salariales o tarifazos, asiste un tanto perpleja al corrimiento de propósitos que se viene dando en la coalición, cuyo gobierno todavía no alcanzó a resolver el alza de los precios de los alimentos o la inflación que carcome el poder adquisitivo y, sin embargo, parece distraer su energía en pleitos intestinos.

Volviendo al debate, no se trata de ser hinchas fanáticos de “deportivo subsidio”, pero si enemigos de la lógica del ajuste, que cuando se impone como “racionalidad transversal” se traduce en la profundización de políticas que lo único que garantizan es un crónico subdesarrollo económico y en una cada vez más vergonzosa exclusión social.

La impresión es que las diferencias expuestas por el acuerdo con el FMI no son tanto económicas, donde el margen de movimientos que dejaron las dos pandemias es escaso -nadie quiere el default, tampoco el camporismo; además, el mismísimo acuerdo es impracticable, hay una guerra que trastocó todas las hipótesis del equipo negociador del gobierno y del staff del FMI-, sino más de orden político.

Ahí radica el principal déficit, que no es el fiscal, entonces, sino la ausencia visible de una coordinación que administre efectivamente las expectativas de las diferentes corrientes, desde las más robustas a las más exiguas en materia de adhesión, que existen en el seno del FdT, de cara a la rendición de cuentas del año que viene en las urnas.

Aunque es verdad que la alteración de la jerarquía clásica distrajo al lawfare, lo suficiente como para desairar a los que promovían la eternización de Macri, cuando se aceptó que la figura aportante del mayor caudal de votos iría segunda en la fórmula y no al revés, hubo algo que no encajó en la lógica tradicional de los roles que demanda la acción política. Más aún, en un régimen presidencialista como el argentino.

Solo una enorme dosis de confianza mutua, terrenos de actuación nítidamente delineados y una comunicación no interferida por otros factores de poder podrían lograr que el agua se convierta en vino o el Mar Rojo se abra para ser atravesado, es decir, que lo que había servido para ganar una elección anómala por ocho puntos sirviera, además, para gobernar de manera idílica uno o dos mandatos presidenciales.

Irrumpe el conflicto ahora, pero se incubaba desde entonces. Nadie puede fingir sorpresa. La posibilidad estaba latente desde el vamos. Se descalabró el frágil instrumento creado hace dos años y medio porque estaba destinado a ser tratado con delicadezas no suficientemente entrenadas en la escena del poder.

Hasta el traspaso presidencial de Néstor a Cristina en 2007 fue turbulento. Si entre dos que se querían volaron platos, ¿qué queda para una sociedad política armada sobre una emergencia electoral?

Muy pocas personas conocen, de verdad, qué cosas se prometieron Cristina y Alberto antes de comunicar en público que él sería presidente y ella vice en una fórmula imposible de imaginar tan sólo cinco minutos antes.

Se sabe, la relación está en un paréntesis difícil, con el agrio disgusto de las partes a la vista. La unidad está en una crisis severa. ¿Pasará a terminal? Depende. Aunque tiene muchos de los ingredientes de lo irreversible, nada está escrito.

Hay poca gente capaz de hacer posible lo imposible de creer. La única ventaja es que Cristina y Alberto ya lo hicieron una vez.

Saben de qué se trata, resta saber si quieren.

MÁS INFO
Roberto Caballero

Roberto Caballero es periodista argentino, fundador del diario Tiempo Argentino y la revista Contraeditorial. Autor del bestseller Galimberti, de Perón a Susana, de Montoneros a la CIA, entre otros libros de investigación periodística. Conduce Caballero de Día de 6 a 9 en El Destape radio.