El instrumento para dolarizar sin dolarizar

02 de julio, 2022 | 23.55

Como reseñaron las cartas de renuncia de los ministros que dejaron sus cargos durante o a partir de los discursos de la vicepresidenta, hay muchas cosas que están bien en la economía en materia de crecimiento del producto, inversión y empleo. Sin embargo, también existen severos límites estructurales para la continuidad de estos buenos datos, como la restricción de divisas y la inflación.

Todos quienes hasta las cuatro de la tarde del sábado estaban pensando en la cosa pública y, en particular, en el devenir de la economía, tenían presente que una inflación en torno al 70 por ciento anual es “un bicho” muy distinto a una en torno a los 30 puntos. Una suba generalizada de precios tan elevada pone en marcha procesos de retroalimentación muy conocidos en la historia económica local, básicamente una aceleración de la inercia. Por eso, si bien se seguían debatiendo las causas de la inflación, el grueso de los economistas habían comenzado a revolver las estanterías de los “planes de estabilización”.

En la historia reciente sólo hubo dos planes de estas características implementados a partir de procesos de muy alta inflación, el Austral, diseñado por Juan Vital Sourrouille y su equipo durante el gobierno de Raúl Alfonsín -actualizado en el imaginario social a partir de los relatos en primera persona de Juan Carlos Torre en su reciente e imperdible libro- y la Convertibilidad menemista, indisolublemente asociada a su creativo creador, valga la redundancia, Domingo Cavallo. Ambos planes debieron ocuparse de desindexar la economía. Las herramientas fueron distintas pero en ambos casos involucraron a la moneda. Sourrouille creo un nuevo signo monetario, el Austral que le dio nombre al plan y le quitó cuatro ceros al devaluado peso, y Cavallo ideó atar la valuación del peso al dólar, el peso convertible. Ambos planes consiguieron “inicialmente” frenar la inercia y aportaron gobernabilidad en momentos que esta se diluía. Y lo consiguieron a pesar de haber partido de fuertes devaluaciones, pero los contextos no son comparables.

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No es casual, entonces, que en el actual escenario haya aparecido la siempre peregrina idea de la dolarización. Es una idea obvia, los procesos de alta inflación destruyen las funciones de la moneda. Básicamente la moneda local deja progresivamente de ser reserva de valor, porque se devalúa aceleradamente, y deja también de servir como unidad de cuenta, porque los precios varían constantemente. Que se busque otra unidad de referencia y de valor cae por su propio peso. En la economía local la referencia espontanea fue siempre el dólar. El bimonetarismo no es un arcano, es simplemente el resultado del proceso de la progresiva degradación de la moneda que se inició tan lejos como a partir del rodrigazo de 1975 y que, desde entonces, reaparece y se profundiza en forma de crisis recurrentes vinculadas al ciclo externo de la economía. Esta problemática volvió a formar parte del debate público a partir del primer gobierno de Cristina Kirchner, allá por 2008, los tiempos de la disputa contra las patronales agropecuarias por las retenciones móviles. El tema, que ya fue largamente tratado, es el de la aparición de la restricción externa luego de períodos más o menos largos de crecimiento. La economía se queda sin dólares, se vuelve necesario devaluar y se dispara la inflación.

De estas cosas habló la vicepresidenta con el economista ultraneoliberal Carlos Melconian. Está muy bien hablar con todos, es una actitud necesaria cuando se tiene una oposición destructiva y siempre furiosa, pero el grueso de los economistas son como los canales de televisión, ya se sabe lo que se va escuchar según que se sintonice. ¿Qué puede decir de nuevo Melconian que ya no haya repetido ad infinitum? Nada. Pero sintonicemos a Cristina: con “el pobre Melconian”, que al parecer fue fulminado por los suyos por el sólo hecho de dialogar con la vice, “tuvimos una coincidencia, la economía bimonetaria”. Según el diagnóstico más reciente de la vicepresidenta “fui de las que comenzó a impulsar que este era el problema principal que tiene la argentina y que causa el fenómeno inflacionario… No creo que (el déficit fiscal) sea la causa de la inflación estructural, desmesurada y única en el mundo que tiene la argentina”. CFK no se refería a que sea el bimonetarismo per sé lo que genera la inflación, entiende que se trata de un subproducto de la restricción externa. Lo que está diciendo es otra cosa: que “el bicho” particular de la muy alta inflación se retroalimenta con el bimonetarismo que deriva de la destrucción de la moneda propia. Y el punto es que sin moneda simplemente no hay capitalismo.

Ahora bien, interesa resaltar algo que también agregó la vicepresidenta, que muy probablemente no haya llamado la atención, pero que sin embargo fue un momento clave de su alocución: “No hay posibilidad de resolver estos problemas (del bimonetarismo) si no hay un gran acuerdo… respecto de determinadas normas, tenemos que encontrar… un instrumento que vuelva a encontrar una unidad de cuenta, una moneda de reserva y una moneda de transacción en la republica argentina. Si no hacemos esto estamos sonados, sonados venga quien venga".

Con esto, CFK confirmó las versiones sobre lo hablado no sólo con Melconian, sino también con un gobernador y con dirigentes sindicales. Aunque en Ensenada negó con la cabeza cuando le cantaron “Presidenta, Cristina presidenta”, la vice dijo en privado que será candidata y que su plan económico se basará en una suerte de oficialización del bimonetarismo. Según quienes hablaron con ella su idea es precisamente que exista una unidad de cambio fija y otra con libre flotación y que los consumidores definan como quieren pagar. Aquí se abren dos opciones, o que la unidad de cambio fija sea el mismo dólar o bien un “instrumento” atado al valor del dólar, mientras que el valor del peso seguiría flotando. El objetivo general es volver a tener una unidad de cuenta y de reserva de valor. 

Si se vuelve a recordar los planes Austral y de Convertibilidad se entiende la persistencia de los problemas de fondo y también la creencia de que se resuelven a través de “instrumentos” y no de la política económica, que es monetaria y fiscal. La conclusión preliminar es que antes o después se necesitará un plan de estabilización para recuperar las funciones de la moneda. En la parte más importante de su carta de renuncia Martín Guzmán señaló, en forma de deseo para su sucesor, otro problema clave, en este caso no estructural, sino bien coyuntural: “...considero que será primordial que (el nuevo ministro) trabaje en un acuerdo político dentro de la coalición gobernante para que ... cuente con el manejo centralizado de los instrumentos de política macroeconómica”.

Según pudo saber El Destape, antes de renunciar el ahora ex ministro había pedido el control del Banco Central y del área energética, es decir, aquello que le permitiría lo que le deseó a su sucesor: “El manejo centralizado de los instrumentos de política macroeconómica”. Fue la negativa a estos dos pedidos lo que desencadenó su renuncia. El ejercicio del cargo durante 30 meses le enseñó también que para que tal manejo coordinado exista resulta indispensable un “acuerdo político dentro de la coalición”. Por eso la carta de renuncia la dirigió al presidente, pero, dado el “timing”, le renunció a la vicepresidenta. Y también por eso su salida del gobierno, junto con el grueso de su gabinete, entraña una crisis, en tanto cualquier nuevo equipo que entre, con prescindencia del plan, siempre tardará en arrancar.