El largo adiós: morir en los tiempos de la peste

¿Cómo reelaboramos la muerte cuando no tuvimos aquel último encuentro con quien se nos va y ya no regresará jamás? ¿Qué lugar ocupa la despedida en las relaciones humanas? La muerte genera preguntas. Quizás, por eso escribo: para alejarme un poco de la angustia, para sentirme un poco menos solo.

03 de mayo, 2020 | 00.05

El mundo del entretenimiento (y de los cuentos infantiles) nos enseñan que todos los finales deben ser felices. Sin embargo, en la vida misma, las cosas no siempre terminan bien. La muerte nos llena de vacío. Un vacío diferente al de la angustia existencial que nos enfrenta ante el sinsentido de la vida. Cuando llega la muerte intentamos encontrarle un sentido. Pero no. No todo lo tiene. Y seguir viviendo con este vacío que es agujero, con esta (nueva) ausencia que duele sin remedio, es sólo el comienzo de una etapa en nuestras vidas. Nos llega un tiempo en la más profunda soledad. Ya no se trata de un sentimiento. Somos solos cuando muere quien es parte de nuestros días, de nuestras noches. La ilusión de completud vuelve a golpearnos la cara cuando vemos la mitad vacía de la cama, la silla desocupada en la mesa, las perchas del placard con esa ropa colgada que ya nadie volverá a vestir.

Una vez mi abuela me dijo “ser solo en el mundo es no ser”. Entonces, en estos tiempos de aislamiento obligatorio, de distancia social, de imposibilidad de contacto y encuentro real con los otros, me pregunto: Dejar de ser solo, ¿qué es? Morir solo, ¿es no morir? Si no construimos un último adiós, ¿cómo se cierra la historia con aquel ser que ha muerto? ¿Qué relación tiene la muerte con el olvido?

Estas semanas no he podido dejar de pensar en quienes les ha llegado la muerte en tiempos de coronavirus. En ellos y en sus seres más queridos. No dejo de recordar al Negro Fontova, a Marcos Mundstock, a Carlos Regazzonni. También pienso en el papá de Florencia Peña, en Goldie, la gemela de Mirtha Legrand. Como el virus, la muerte no discrimina género, condición social, ni siquiera edad. Sumo a esta lista dolorosa a quienes han sido asesinadas en estos días. Tamara, una mujer trans que a los treinta y seis años apareció muerta en un zanjón de Pablo Nogués, y tantas otras, como Cecilia Basaldúa, asesinada en Córdoba. El ciclo de la vida y la muerte, por causas naturales, por homicidios, o enfermedades, no se detiene. Sin embargo, morir en esta época implica algo así como una final que se juega a puertas cerradas. Cada uno, cada una de todos ellos se habrán ido de la vida sin tener su último adiós. Con suerte les habrá tocado ser despedidos por dos o tres familiares cercanos, quienes habrán experimentado una soledad aún mayor ante la imposibilidad de recibir el pésame de sus familiares y amigos. Y si bien de la muerte nada sabemos, el abrazo de los nuestros es lo único que nos ayuda a sobrellevar la pérdida. Hoy, ni eso nos permiten los tiempos de la cuarentena.

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Quienes mueren se llevan un pedazo de historia, y nos dejan recuerdos que nos acompañarán en su ausencia. Pero, ¿qué hay detrás de las ceremonias y reuniones alrededor de un cuerpo que yace inerte? Eso. La posibilidad de recordar lo vivido. De compadecernos relatando anécdotas, contando chistes, reencontrándonos con quienes vemos solo en los velorios y en los cumpleaños. Las noches de vigilia en las casas de sepelios se debaten entre el bullicio y la introspección. Cuando la vida y la muerte se dan la mano, cada uno hace lo que puede. Algunos maldicen y lloran sin encontrar consuelo, otros agradecen los momentos compartidos.

Cuando todo esto pase, ya no estarán nuestros muertos en tiempos de Coronavirus. Pero los artistas nunca se van del todo. Del Negro nos quedan sus canciones, sus personajes, sus reflexiones, sus broncas y sus anécdotas más desopilantes. De Mundstock el sonido de su voz. Ese inconfundible tono aterciopelado, ese gesto austero, esa sonrisa cómplice. De Regazzonni su arte hecho de chatarra, su polenta en carretilla, su desenfado.

Nada sabemos de la muerte. Poco aprendemos desde que nacemos hasta que nos vamos de gira. Para muchos, esta época será recordada por la sensación de vivir un tiempo sin tiempo, por el encierro y el hastío. Para otros, el fin del verano y el comienzo del otoño traerán un nuevo aniversario del día más triste de sus vidas.

 

Edgardo Kawior es psicoanalista, productor y director de teatro. Autor de “El enigma de la verdad” (ensayo en tres actos sobre Psicoanálisis y Teatro). Junto a Marianne Costa Picazo lleva adelante el proyecto “Estoy en casa”. Mail: licenciadokawior@gmail.com

Ilustración: RO FERRER (instagram.com/roferrerilustradora/).