Trabajo y Sociedad

13 de mayo, 2018 | 06.00

¿Quiénes viven de su trabajo? Sin duda la mayor parte de la población, ya que son pocos los que viven de su capital, de posiciones socioeconómicas heredadas, de la especulación financiera, de la usura o del abuso que les permite una posición dominante.

De aquella mayoría, una inmensa proporción desarrolla su trabajo bajo una relación de dependencia formal o informal con empresas u organizaciones que les son ajenas en cuanto a su propiedad y dirección.

SUSCRIBITE PARA QUE EL DESTAPE CREZCA

Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

Una parte de los que están en tales condiciones gozan de un cierto nivel de protección legal en sus diarias labores y dentro de ese universo algunos cuentan con una tutela adicional por estar comprendidos en convenios colectivos de trabajo, contando con algún grado de organicidad gremial que favorece la defensa de las conquistas alcanzadas y la expectativa de obtener el reconocimiento de nuevos derechos.

Otros en cambio, en proporción creciente, quedan fuera de ese tipo de tutelas y forman parte del mundo laboral de la informalidad.

El sector informal

Esa denominación posee un elevado nivel de abstracción, una formulación polisémica que torna imposible homogeneizarlos en una sola categoría.

En el sector informal están los que se desenvuelven en una actividad laboral marginal autogestionada, pero también lo integran los informalizados.

Se trata en el caso de estos últimos de quienes no cuentan con registración de sus empleos, pero también de los que aun cuando figuren formalizados no le son reconocidos los verdaderos datos constitutivos de esa relación de trabajo dependiente.

Tal lo que ocurre con quienes no están inscriptos con su antigüedad completa o les es fragmentada fraudulentamente mediante sucesivas y artificiosas modificaciones del empleador. Los que son calificados como trabajadores eventuales a pesar de ocupar puestos de carácter permanente, los ficticiamente tercerizados.

Otro tanto ocurre con aquellos a los que se los registra con un salario inferior al que perciben, y deben admitir pagos marginales que no serán computados para el aguinaldo, las vacaciones, las indemnizaciones en caso de despidos o para la jubilación.

Similar situación presentan quienes son inscriptos como trabajadores con media jornada o a tiempo parcial –con menos de 36 horas semanales- aun cuando cumplen jornadas y semanas completas de labor. Irregularidades que se verifican con alarmante incremento en ciertas actividades, como por ejemplo en gastronomía, comercio, construcción.

Podría agregarse, sin agotar las variadas alternativas formales-informales a quienes se desempeñan en extensas jornadas de 10, 12 o más horas, sin percibir los recargos salariales por horas extras y a los que, en el mejor de los supuestos, se les liquida ese tiempo suplementario como horas ordinarias o mediante el pago de una suma establecida arbitraria y discrecionalmente por el empleador.

La realidad, la única verdad

La destrucción de puestos de trabajo dignos, de calidad y amparados por la normativa vigente, ha ido en aumento desde el 2016.

La creación de empleo que aduce Triaca está en las antípodas del que la OIT denomina trabajo decente.

Más del 80% no excede de meras estrategias de supervivencia, monotributistas que no son tales y trabajadores sometidos a alguna de las alternativas de informalidad más extrema.

La sociedad de trabajo

Para la inclusión social, la ciudadanía laboral es un aspecto fundamental, que define el tipo de sociedad que conformamos.

A los bolsones de pobreza e indigencia, paulatinamente se van sumando los empobrecidos y precarizados.

La inacción del Gobierno en torno a esa problemática es inexcusable, pero además implica el peligro de que se torne estructural y con ello se cristalice una absoluta exclusión, dejando a muchos sin expectativa de movilidad social y empujados fuera del sistema.

El operativo retorno

La reciente decisión de recurrir al FMI, se trate de un recurso desesperado por impericia en el manejo de la economía, del producto de la voracidad de los grupos concentrados beneficiados por Macri desde un comienzo o del paso necesario para profundizar las políticas depredadoras implementadas desde hace más de dos años, sólo puede conducir a acentuar la desigualdad y la inequidad.

Siempre que se ha apelado al FMI, los resultados han sido desastrosos para el país y los condicionamientos impuestos generaron una terrible fractura de la sociedad de trabajo.

Lo más básico que reclaman es ajuste fiscal, que importa disminución del empleo estatal, reducción de las inversiones del Estado en obra pública, salud, educación y asistencia social. Acompañado por reformas regresivas en materia tributaria, laboral y previsional.

Explicar lo inentendible

Los responsables de tanto desatino son los que conducen, por estar en sus manos resolver entre las alternativas –no únicas- que se les presentan para marcar el rumbo del país.

Pero en una sociedad democrática en la que todos podemos elegir quienes nos conduzcan, una parte de esa responsabilidad también nos comprende.

La falta de memoria, de solidaridad y de una mirada atenta de lo que nos ocurre cotidianamente, el desinterés por lo público y por la política argumentando que todo es igual y da lo mismo, termina siendo complicidad inexplicable.

La clase media, identificación social ciertamente compleja y cuyas fronteras son extremadamente difusas, ostenta una contradicción a primera vista incomprensible.

Es el sector más beneficiado en forma inmediata por las política populistas, pero también particularmente castigados cuando se asientan las políticas neoliberales.

Sin embargo reniega de los gobiernos que los favorece en cuanto superan ciertos márgenes de empoderamiento individual, pasando a dar respaldo para que accedan a la dirección del Estado aquellos que serán sus verdugos.

Una sociedad de trabajo es la que reconoce a una sola clase de personas, las que trabajan, y sin duda comprende a los sectores medios.

Esperar para reaccionar a la caída estrepitosa de su calidad de vida, que golpeará en mayor medida a los más vulnerables. A la inevitable violencia consiguiente, resultante de la violencia cotidiana que tales condiciones generan, sólo puede llevarnos a nuevas frustraciones e impredecibles acontecimientos de ruptura de toda institucionalidad democrática.

Evitarlo es posible, sólo hace falta tomar conciencia y actuar en consecuencia.