Hace unos días, el ex Presidente Federico Pinedo se vanaglorió porque “el déficit del Estado Nacional antes de pago de deuda bajó un 72% en 2019” y afirmó que esa “es la base de la estabilidad que debemos conseguir.” Es un comentario asombroso, aún para el estándar generoso de Cambiemos. Equivale a jactarse de tener mucho dinero porque no se ha pagado la tarjeta (y luego de haber aumentado exponencialmente ese gasto a crédito).
Vanagloriarse de reducir el déficit primario (es decir, el que no incluye el pago de la deuda) significa, además, felicitarse por gastar menos en gasas, escuelas, vacunas, jubilaciones o rutas, y más en enriquecer a bonistas y fondos de inversión. Es por eso que nuestros economistas serios siempre hablan de reducir el déficit primario y nunca de limitar el déficit total, que sí incluye la deuda creciente, cuyos intereses pasaron de representar el 5,5% del gasto total al 20% durante el reinado del mejor equipo de los últimos 50 kalpas.
Lo paradójico es que, a la par que lo desfinancian cuando forman parte del oficialismo, los políticos serios como Pinedo lamentan que el Estado no esté a la altura de sus expectativas. Son jugadores de toda la cancha.
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Leemos que del otro lado de la Cordillera, el presidente Sebastián Piñera pasa por su peor momento. Según una encuesta reciente, apenas el 6,6% de los chilenos aprueba su gestión, luego de 3 meses de crisis. Luis Almagro, titular de la OEA, debería recomedrale que se dé un autogolpe con el asesoramento técnico y logístico de Jeanine I, Emperatriz del Beni, Terror de los ateos, marquesa de Potosí, Defensora de las Santos Evangelios, Tigresa de los Llanos, Zarina de Cochabamba, Hoguera de los agnósticos y Presidenta autoproclamada del Séptimo Día. A veces la defensa de la democracia requiere de medidas drásticas.
Uno de los grandes misterios de la Humanidad, junto al Yeti, la Atlántida y el helado de crema del cielo, es el destino de la deuda astronómica que Mauricio Macri nos legó a nosotros y a nuestros hijos. En efecto, pese a que Nicolás Dujovne, con regularidad de metrónomo suizo, se felicitaba por endeudarnos cada día un poco más- hasta que el mercado ya no compartió su optimismo y el ministro que vivía en un baldío tuvo que recurrir a nuestro prestamista de última instancia, el FMI- lo cierto es que nunca supimos en qué se gastó esa pequeña fortuna que hoy representa casi el 90% del PBI del país.
Una pista posible sobre el destino de ese maná nos la ofrece el Banco Central. Según la institución hasta no hace mucho presidida por el Toto de la Champions, un genio de las finanzas propias, la fuga de capitales en el 2019 fue de unos 27.000 millones de USD, quedando muy cerca del récord histórico que, vaya sorpresa, ocurrió apenas un año antes, en el 2018. No sabemos si por culpa de la pesada herencia de Cristina o por temor a que volviera.
En los 4 años de Cambiemos, el total de dicha fuga, una actividad que según nuestros economistas serios es un derecho humano y como tal no debe ser regulada, fue de 90.000 millones de USD, una cifra similar al aumento de la deuda en esa divisa. No salimos de nuestro asombro.
Al final, al contrario de lo que muchos pensaban, Cambiemos sí relanzó las economías regionales: Bahamas, Luxemburgo y Panamá, entre muchas otras.
Desde esta columna exigimos que, para emular decisiones como la de bautizar una represa o un centro cultural con el apellido Kirchner, algún jardín de infantes de Luxemburgo, una ruta de Panamá o al menos una reposera de Bahamas lleve el nombre de Mauricio Macri.