“Y si nos acostamos con los militares para sobrevivir a la dictadura ¿qué?”, pregunta Miriam Lewin en la reedición de Putas y Guerrilleras (Planeta). La pregunta ataca al juzgamiento machista que recibieron las mujeres sobrevivientes de los centros de detención clandestinos cuando fueron acusadas de traidoras y de acostarse con los genocidas por placer. “Los familiares de los desaparecidos me preguntaban por qué yo sobreviví y sus hijos no. La respuesta nunca la supe”, afirma Lewin en una entrevista con El Destape. Los crímenes sexuales perpetrados por los genocidas, el juzgamiento recibido por la sociedad al salir de la reclusión y el silencio de las sobrevivientes son algunos de los temas que trata el libro que se convirtió en una lectura clave para conocer los abismos del horror durante la última dictadura militar.
“No recuerdo detalles, supongo que para protegerme. Me imagino que si recordara sus manos sobre mi cuerpo me daría mucho asco, no podría soportarlo”, afirma en el libro Graciela García Romero, la negrita, sobreviviente de la ESMA que fue violada por el Tigre Acosta en Guadacanal, el departamento que los militares tenían en la calle Olleros para someter con privacidad a las prisioneras.
Putas y Guerrilleras fue publicado por Lewin y Olga Wornat en 2014. “Lo reeditamos con menos páginas para que les pibes puedan comprarlo", explicó Lewin, quien fue postulada por el oficialismo para ser la titular de la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual.
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-¿Qué cambios personales tuviste en estos cinco años en que el feminismo tuvo un rol social protagónico?
-Este libro se editó por primera vez, un año y medio antes del 3 de junio del 2015 que se hizo el Ni una Menos. Las integrantes de aquella generación del setenta teníamos cierto pudor en llamarnos feministas. A pesar de que en la militancia del setenta se decía que había igualdad, en realidad esto no era cierto. Los lugares de poder estaban reservados a los hombres, pero los riesgos los corríamos también las mujeres que teníamos tiple jornada porque trabajábamos, estudiábamos y militábamos. Un compañero que se fue enterando lo que pasaba en las reuniones que definían quién vivía y quién moría en la ESMA se enteró que algunos oficiales defendían a las mujeres al decir que estaban ahí por obediencia a sus maridos. Para ellos las mujeres habíamos nacido para ser novias, esposas y madres, además de objetos decorativos y del placer para los guerreros.
-El libro muestra que atravesados por el machismo, los hombres detenidos tenían una percepción particular de las violaciones en la ESMA
-Sí, a mí me pasó que estando en el Pozo de Banfield, el sobreviviente de la Noche de los Lápices Pablo Díaz se quebrara en el lugar donde estaba secuestrada María Clara Falcone o donde había escuchado a María Clara Ciocchinii decir “déjenme, no me toquen más”. Para los hombres que controlen el cuerpo de la mujer entra en el orden de lo intolerable, destructor de su sentido de poder y de virilidad. El mensaje va hacia la mujer violada, a su compañero o amigo, pero también a los otros represores que se constituyen como machos ante la mirada de los otros que lo ven violar.
-¿En estos cinco años cambió tu reflexión sobre lo que padeciste en la ESMA?
-El feminismo nos empoderó para decir “y si hubiéramos tenido la posibilidad de tener sexo con los represores para salvarnos ¿qué?”. Si un hombre hubiera tenido sexo para salvarse de una represora no lo hubieran defenestrado como a nosotras, hubieran dicho qué capo, que pillo. A nosotras nos señalaban como traidoras, porque decían que entregamos información para salvarnos y como putas, porque supuestamente nos habíamos acostado con represores con nuestro consentimiento.
-En el libro contás cómo fueron los momentos antes a tu caída, pero ¿cómo viviste el amor con Juan Eduardo Estevez en tiempos de clandestinidad?
-El tiempo de clandestinidad era de mucha tensión, de angustia. Los desencuentros eran mucho más angustiante, porque no había teléfono y había persecución. El hecho de que la persona no llegara a casa a tiempo o a una esquina donde tenías una cita hacía que pensaras que todo el mundo te estaba siguiendo. Todo sucedía muy rápido, había una gran desesperación por estar con el otro. Las organizaciones como Montoneros intervenían en las parejas y habían decidido que nosotros no nos podíamos ir a vivir juntos en los próximos ocho meses, pero lo que no sabían era que habíamos caído. A nosotros nos casó el yerno de la ahora Abuela de Plaza de Mayo Rosa Roisinblit y nos habló del compromiso de la pareja revolucionario. Como éramos clandestinos y no podíamos hacer nada público, el casamiento fue muy reconfortante. Vivíamos muy rápido, porque no sabíamos si nos iban a matar al día siguiente.
-En el libro mostrás la tristeza que sufriste cuando te enteraste que una compañera se tomó una pastilla de cianuro al ser capturada en un cine. ¿Cómo te reponías a esas pérdidas?
-Era angustiante ver los miércoles a quien se llevaban a los vuelos de la muerte. Nosotros no teníamos la certeza de que ocurriera, pero lo sospechábamos, porque en El Pañón que era un depósito encontrábamos las ropas de ellos y cuando preguntábamos nos decían que los llevaban a La Patagonia donde les daban ropa más abrigada. Nosotros elegíamos creer o no.
-¿Cómo te convertiste al peronismo?
-Yo comencé siendo anarquista y ahí teníamos una visión utópica del mundo donde decíamos que queríamos vivir sin jefes, ni curas, donde todos viviéramos en igualdad. Un compañero de la UES un día me dijo que si querés cambiar la realidad en la Argentina tenés que ser peronismo. Eso me quedó dando vueltas por la cabeza y un día fui a un acto con compañeros de Acindar que hacían una reunión en la FORA en Villa Constitución. Era 1974 y cuando llegamos nos dijeron que los propios delegados de Acindar se habían ido al acto de la Perón en la Plaza de Mayo, ese día 1 de mayo en que echó a los Montoneros de la Plaza. En ese momento me di cuenta que la historia pasaba por otro lado.
-Desaparecieron a tu pareja de entonces, mataron a tus amigas ¿Cómo haces para mantener la alegría después del horror?
-Una vez una psicóloga me dijo que tenía los cimientos muy sólidos, por aquello que había vivido de forma previa antes de caer. Yo creo más bien que se debió a que caí cuando tenía 19 años, si yo hubiera caído a los treinta me hubiera costado más reconstruirme. Pero además abracé el periodismo que para mí es la forma de darle voz a los que no tienen voz y poder a los que no tienen poder. Viví la mejor época del periodismo de investigación y me di cuenta que estaba modificando con el periodismo cosas que con la militancia no había podido cambiar. Podía crear microorganismo más justos dentro de la injusticia. Mis hijos indudablemente y haber formado pareja con un compañero al salir de la ESMA. Y haber podido reparar los dos asesinatos de mis dos mejores amigas : Norma Matsuyama y Patricia Palazuelos que murieron embarazadas a término que ni siquiera pudieron dar a luz a sus hijos. Yo tuve dos hijos que fue en cierta forma una reparación de los hijos que ellas no pudieron tener.