La fórmula presidencial del Frente de Todos tuvo un cierre multitudinario, desbordante, en la ciudad de Rosario. Alberto Fernández y Cristina Kirchner hablaron media hora frente a una enorme masa heterogénea, que los organizadores estimaron en 80 mil personas, con participación de organizaciones pero de muchos ciudadanos autoconvocados, en un acto emocionante, vibrante, que le puso el broche a una campaña luchada y turbulenta.
Por la mañana, como ya repasó este portal, Alberto tuvo una agenda cargadísima. Ya desde las 15, mientras todavía se firmaba el acuerdo con los gobernadores en la Facultad de Derecho de la UNR, empezó a congregarse gente en torno al escenario que tuvo una estructura de recital de rock internacional. Una marea humana comenzaría a rodearlo poco a poco mientras se acercaba la hora de los discursos. El grueso, que ya no podía llegar a las primeras filas, se ubicó en el Parque de la Bandera, sobre el pasto, tendiendo manteles y mate en mano, como si se tratara de un picnic
Durante la espera, los bombos de los gremios y movimientos sociales marcaban el tono de una convocatoria al estilo peronista, una mezcla de fiesta, peregrinación y ritual. Se veían muchas remeras identificatorias de organizaciones sociales, movimientos cooperativos, desocupados -sigue sorprendiendo ver a la CCC, brazo territorial del Partido Comunista Revolucionario, en un acto del justicialismo- y entidades diversas de la sociedad civil. También de todas las fuerzas políticas y espacios que forman parte del Frente de Todos.
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En tanto, los sindicatos -que como siempre montaron su propia seguridad para evitar disturbios- se desparramaban frente al escenario con sus pancartas y pecheras de múltiples colores vivos, recordando a los participantes del programa australiano de juegos Supermatch, que la generación de este cronista veía por televisión en los años 90 en forma de refrito con un doblaje argentino.
Por fuera de los organizados, hubo una gran masa espontánea: un tropel de gente concurrió con la bandera argentina y remeras celestes y blancas, obedientes al pedido de los candidatos en aras de que la foto del encuentro no fuera la de un acto puramente PJ. Muchos fueron vestidos con ropa de trabajo, algunos de ellos con una intencionalidad política. Se pudo ver a varios maestros, enemigos elegidos por las administraciones de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal, orgullosamente vestidos con sus guardapolvos en un claro mensaje de lucha.
Junto a los militantes y grupos organizados, había familias, parejas con sus niños, amigos de todas las edades, compañeros de estudio o de trabajo que decidieron ir juntos para ver a sus candidatos y participar de una suerte de festejo electoral previo a la competencia, desbordada mixtura de fiesta popular y demostración democrática.
El clima acompaño la cita: el sol se desplegó hasta entradas las 18 y entibió a la multitud. Lo que muchos militantes describirían, parafraseando a los Beatles, como “el anochecer de un agitado día peronista”. Dentro de esta liturgia, no faltaron los puestos de venta de choripanes, de merchandising y hasta del libro de la ex Presidenta, Sinceramente, junto a ejemplares del Nunca Más. "Con Macri, la patria está de duelo", rezaba el cartel que portaba un joven que se paró al lado del librero, formando un sugerente metamensaje entre los títulos.
Los discursos
Con el Monumento a la Bandera totalmente iluminado de fondo, un símbolo poderoso para los argentinos pero en especial para los rosarinos por su significancia histórica en la lucha independentista, se desarrollaron los discursos de los dos únicos oradores, los candidatos de la fórmula. El resto de la dirigencia, aspirantes al Congreso y a la gobernación de algunos distritos, se ubicaron en un palco adyacente al escenario principal. Los mandatarios provinciales electos y en mandato que firmaron el acuerdo estratégico por la tarde -con Axel Kicillof, y los santafesinos Omar Perotti y Alejandra Rodenas en un lugar privilegiado- se pararon detrás de ambos mientras hablaban.
Empezaba a caer la noche minutos antes de las 19, cuando comenzó Cristina, que se subió bailando un tema de Fito Paez muy identificado con Rosario. La muchedumbre se extendía con el Río Parana a sus espaldas como límite. En un semicírculo de varias cuadras, el mar de gente rodeaba la proa del Monumento. La multitud en tomaba el ya clásico "vamos a volver", y el novedoso “se siente, Alberto presidente”. Había gente emocionada hasta las lágrimas. "Estoy tratando de no llorar", decía con cara de puchero una mujer de 40 y largos que estaba junto a su hija adolescente. Otros agitaban el libro azul como una bandera.
La expresidenta desplegó toda su capacidad de oratoria ya archiconocida. Jocosa, con un gran dominio del público, caminó la pista de un lado a otro mientras decía que su objetivo es “que los argentinos vuelvan a ser felices”. Al mismo tiempo que destacaba los logros de los gobiernos kirchneristas, lanzaba dardos contra el gobierno de Cambiemos, que definió como “esto tan feo que estamos viviendo”.
Cuando criticó, Cristina fue implacable, pero intentó mostrarse por momentos medida y conciliadora, y hasta retó a la militancia cuando insultó al presidente. “Quiero pedirles que no peleen y hablen”, les encomendó con modos de madre. También intentó darle volumen y carnadura política a la construcción de unidad que hizo el peronismo para estas elecciones. Y agradeció el amor de sus seguidores, que no pararon de gritarle muestras de cariño durante toda su intervención.
El discurso de Alberto tuvo la enjundia de un candidato que se sabe con chances de ganar, pero que también se esmera en dar una imagen de autoridad hacia dentro y hacia afuera de su fuerza política. Arrancó con un tono jovial y cercano, casi juguetón, como un tío que se apresta a contar un chiste en un asado familiar. Pero pronto apeló a la emoción y apuntaló la explicación del reencuentro con CFK. “Nunca más me voy a pelear con Cristina”, dijo para tranquilizar al núcleo duro. Aprovechó para destacar también a los gobernadores, en especial a Perotti, con quien parece tener gran sintonía.
Pero poco a poco fue pasando a un modo más severo. Como queriendo despejar esos fantasmas invocados desde la maquinaria mediática oficialista que lo quisieron mostrar como un títere. "Ya habla como presidente", le comentaba, entre sorprendida y admirada, una joven del Evita a un compañero de militancia mientras miraba hacia el escenario, en donde Fernández desguazaba los números del fracaso de la economía cambiemita. “A mi no me ponen vallas para separarme de ustedes”, lanzó como chicana a Macri.
Al igual que en toda la campaña, esta noche en la retórica de Fernández, durante toda la exposición, se sobrepusieron esos dos registros: el amable, moderado, convocante y unificador, para ensanchar la base electoral; y el vigoroso, encendido, casi como un rugido, que deja en claro que el será el presidente en caso de obtener la victoria. “¿Qué país queremos construir”, disparó una y otra vez durante su alocución, en un tono cada vez más hastiado. Será preciso ver el resultado en las urnas el domingo, y lo que quede luego hasta octubre para saber si fue una decisión estratégica correcta.
Calculadamente, el discurso terminó con un apelación al futuro y a los ciudadanos. “Vamos a salir todos de esta situación”, prometió. Durante la desconcentración, monumental por el tamaño de la concurrencia, más de uno se habrá ido pensando en convencer a un vecino, un amigo o un familiar de cambiar su voto a Cambiemos. Una vez más quedó claro que no hay en el país otra fuerza viva de la política capaz de desplegar una movilización de masas de esta magnitud, y en absoluta paz. Fue el broche de oro de una campaña difícil, sucia, y algo desorganizada. Y una demostración cabal de que el peronismo va a dar pelea, y está más vivo que nunca.
*Nicolás Maggi es corresponsal de El Destape en Santa Fe.