Desde que fuera electo como jefe de la iglesia católica, Jorge Bergolio (hoy Francisco) despertó una gran ola de entusiasmo en todo el mundo. Sus posturas heterodoxas en temas religiosos y sus puntos de vista sobre cuestiones terrenales le aseguraron una popularidad casi inmediata. Tanta, que las cuentas pendientes por su involucramiento en la represión de curas progresistas durante la última dictadura militar fueron rápidamente olvidadas. Para destacar el papel de Francisco, incluso voces izquierdistas posponen hoy toda crítica a la Iglesia, poniendo entre paréntesis el hecho de que sigue desempeñando un papel funesto en varias áreas de la vida social, desde las relaciones de género y la sexualidad, hasta la educación, el derecho al aborto y la psiquis humana en general.
Es cierto que el Papa ha tenido posturas progresivas en varios frentes. Es el primer jefe de la Iglesia en tomar medidas concretas contra la práctica de la pedofilia, muy difundida entre los sacerdotes. Ha tenido una actitud cálida hacia los divorciados y alguna que otra palabra de reconocimiento hacia los gays. En términos más generales, sus declaraciones apuntan a que la Iglesia se comprometa más con los pobres. En todas estas áreas Francisco representa un viraje respecto de los papas anteriores.
Respecto de los asuntos terrenales, Francisco viene criticando los abusos del capitalismo y lanzando alertas por la crisis ambiental. También habló en defensa de los refugiados, reclamó la democratización de la ONU y de los organismos financieros internacionales, condenando los "sistemas de préstamos opresivos". Antes de eso, y desafiando la oposición israelí, firmó un tratado de reconocimiento de Palestina; también desempeñó un papel central en el acercamiento entre Cuba y EEUU. No hay dudas de que, comparativamente, Francisco es más progresista que sus predecesores.
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La gran mayoría de estos rasgos positivos, sin embargo, ha permanecido en el terreno simbólico. Francisco viene siendo generoso en gestos, palabras y declaraciones, pero en términos de cambios reales, su desempeño no está a la altura del aura de "Papa reformador" que supo ganarse. Después de todo, sigue sosteniendo las posturas tradicionales de la Iglesia en todos los puntos espinosos, como la ordenación de las mujeres, el celibato, el aborto, la homosexualidad y el control de la natalidad. Las recientes declaraciones de Francisco en apoyo a la funcionaria norteamericana que se niega a casar parejas gay revelan la hostilidad manifiesta que siente por los homosexuales, que permanece inalterable más allá de alguna que otra expresión benevolente que se permitió hacia ellos. Hasta ahora no hemos visto nada comparable, por ejemplo, a las profundas reformas que viene atravesando la iglesia Anglicana, que ya permitió la ordenación de las mujeres (hoy hay varias que alcanzaron la jerarquía de Obispo) y acepta, al menos en algunas regiones, el casamiento entre personas del mismo sexo y los sacerdotes abiertamente gays.
Cierto, el ataque a la pedofilia y la limpieza en las sospechosas finanzas vaticanas significan medidas concretas y reales, no sólo palabras. Sin embargo, incluso si resultaran exitosas, representan poco más que el cumplimiento de leyes básicas que todos los estados respetan desde hace décadas. Por supuesto, podemos alegrarnos de que el Vaticano deje de tolerar la pedofilia y el lavado de dinero, pero esos difícilmente puedan considerarse logros revolucionarios. En el único ámbito en el que el Papa tiene autoridad directa (incluso poder absolutista e infalibilidad) –la doctrina de la Iglesia y su organización– el papado de Francisco está lejos de representar una ola de cambio.
En las cuestiones terrenales los cambios tampoco han sido tan dramáticos como parecen. Los papas vienen criticando al capitalismo, al consumismo y al liberalismo en sus encíclicas desde fines del siglo XIX. La preocupación discursiva y gestual por los pobres también estaba presente en tiempos anteriores. Las posturas de Francisco en temas más pedestres –como la democratización de la ONU, la protección de los refugiados, el embargo a Cuba y la opresión de Palestina– sí son más idiosincráticas y representan un giro positivo. En estos temas, sin embargo, Francisco no hace otra cosa que sumarse a la gran mayoría de los líderes del mundo, que vienen apoyando todas esas causas en la ONU desde hace años.
Por supuesto, los gestos públicos y las críticas que formulan los líderes religiosos son importantes. Incluso si permanecen en el terreno simbólico, sirven para agregar legitimidad para reclamos y propuestas políticas concretas que presenten otros actores. Sin embargo, no debe perderse de vista el hecho de que el establishment político mundial se siente perfectamente a gusto aprobando, incluso celebrando, las buenas intenciones morales de los líderes religiosos, sin que ello los mueva un ápice de sus políticas habituales. El hecho de que el Papa haya sido aplaudido fervorosamente en el Congreso norteamericano tanto por Demócratas como por Republicanos es un indicio de que sus palabras y gestos no representan ningún peligro para los poderosos. De hecho, el entusiasmo de Obama con el Papa sugiere más bien lo contrario.
Así y todo, existe un área en la que Francisco se ha ubicado al frente de otros líderes mundiales, empujando el debate en una nueva dirección. Esa área es la de las políticas ambientales. Obviamente, este asunto viene siendo objeto de preocupación pública desde hace décadas. Pero es justo reconocer que la encíclica Laudatio Si' ha llevado el debate a un registro más radical y profundo, al poner en circulación ideas y críticas que hasta ahora no formaban parte de la agenda de los líderes mundiales y que confrontan con las supuestas "soluciones verdes" engañosas que ellos vienen presentando.
El mejor ejemplo en este sentido es el horizonte del "decrecimiento" económico como única salida para la actual crisis planetaria, el elemento más destacable de los que contiene la nueva encíclica. La idea de decrecimiento apareció a comienzos de la década de 1970, pero hasta ahora había sido debatida sólo por activistas y algunos economistas heterodoxos. Al incluirla en su Laudatio Si', Francisco es el primer líder mundial que la introduce en el plano de la alta política internacional.
El potencial anticapitalista del horizonte del "decrecimiento" no debería pasar inadvertido entre quienes buscan trascender el capitalismo. De más está decir que es improbable que otros líderes mundiales tomen en serio esa parte de la encíclica papal. Pero posiblemente ayude a que los movimientos sociales y las organizaciones políticas de izquierda que sí la toman seriamente ganen visibilidad en el debate público.