A pocos días de las elecciones en Brasil se destacan tres hechos.
Primero, Jair Bolsonaro, que lidera todas las encuestas, hace campaña desde su lecho de convaleciente después de haber sido acuchillado en un acto público.
Segundo, Fernando Haddad, el candidato del Partido de los Trabajadores (PT), no es el verdadero candidato sino el reemplazante de Luiz Inácio Lula da Silva, preso e inhabilitado de participar por una sentencia del judicial en su contra.
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El tercer elemento, que cobra más fuerza día a día, es el pánico que se apoderó del establishment político ante el posible triunfo de un hombre que, hasta hace poco tiempo, era marginal y mirado despectivamente por casi todos los políticos brasileños.
Los mismos que alentaron la destitución de la presidenta Dilma Rousseff apenas ella asumió su segundo mandato en enero de 2015 para impedir la continuidad en el poder del PT y el regreso de Lula a la presidencia en 2019, ahora caen en cuenta de que generaron un estado de situación de cuyas entrañas salió un monstruo que no saben cómo frenar.
En 2013, el expresidente Fernando Henrique Cardoso aseguraba que el sistema político desde la finalización de la dictadura se había acabado, e incluso lo comparó con el fin de la cuarta república francesa antes de que el general Charles De Gaulle inaugurara una nueva era con la fundación la quinta república en 1958.
En ese momento, Cardoso estaba muy entusiasmado por las movilizaciones masivas contra Dilma Rousseff, y afirmaba que había que poner "manos a la obra" porque las crisis parían los cambios profundos.
Tal vez pensó que la destitución de Rousseff -que él mismo alentó pidiendo que renunciara- llevaría a su partido a jugar un rol determinante para encauzar la crisis a través de la formación de un gran frente junto a fuerzas políticas de centroderecha y centroizquierda, con la exclusión, claro está, del PT.
En ese hipotético escenario, Michel Temer -compañero de fórmula de Rousseff en las elecciones de 2014- podría culminar el mandato presidencial sin grandes sobresaltos. En teoría. Pero las sociedades no son tubos de ensayo en un laboratorio y por eso no apareció ningún De Gaulle, sino su antítesis.
El juicio político y posterior destitución de Rousseff no solo afectaron al PT sino a todo el establishment político. Varios de los que impulsaron el juicio a la presidenta terminaron desfilando ante los tribunales mientras se develaban algunas de sus cuentas millonarias en el extranjero enlodando al conjunto de sus pares.
Frente al crecimiento de Bolsonaro en las encuestas, el mismo Cardoso ahora advierte que en momentos de profundas crisis económicas y morales suelen aparecer los "salvadores de la patria", como afirmó en su última carta pública del 20 de septiembre.
Justamente, Bolsonaro se presenta como el único que no pertenece a la política tradicional, como alguien fuera del sistema, como el "antiestablishment", al que ahora todos señalan con el dedo, y en gran medida eso explica porqué lidera las encuestas.
Mirado retrospectivamente, se puede pensar que la clase dirigente brasileña que impulsó el juicio político contra Rousseff en 2016 pensaba que su destitución no los afectaría ya que se apegaban a los cánones de la institucionalidad: asumía el vicepresidente electo y se seguía con el calendario electoral establecido para octubre de 2018.
Ahora, algunos de los que festejaron su destitución se dan cuenta de que crearon el contexto político para que naciera "un monstruo grande que pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente", como dice León Gieco en su famosa canción "Sólo le pido a dios". Y ya no saben cómo frenarlo.