La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura calculó que el año pasado, cuando se suponía que el mundo comenzaría a recuperarse de la pandemia que paralizó la economía global, cerca de 40 millones personas se volvieron pobres. De nuevo, la esperanza se puso en la recuperación de 2022, pero cuando aún faltan seis meses para terminar el año ya suman 71 millones los nuevos pobres, según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, y las causas son claras: la invasión rusa a Ucrania y las inéditas sanciones económicas, financieras y políticas que las potencias occidentales impusieron a Rusia provocaron un desabastecimiento de los mercados internacionales de energía y combustibles que, sumado a una fuerte especulación, derivó en una inflación global como no se veía en décadas. El golpe fue tan dramático que los gobiernos no están pudiendo contener la reacción social: crisis políticas, reveses electorales, ola de huelgas y protestas en los cinco continentes.
Crisis políticas
Las imágenes de una multitud de manifestantes rodeando la residencia del presidente de Sri Lanka y luego tomando por completo el control de la mansión, su piscina, su gimnasio y su cocina dieron vuelta al mundo en las últimas horas y desnudaron la versión más extrema de la crisis económica que se está viviendo en muchas partes del planeta y de lo que puede suceder cuando las autoridades no responden.
El presidente Gotabaya Rajapaksa ya anunció que renunciará y todo indica que el país asiático se encamina a nueva transición institucional. En cambio no está tan claro cómo o si enfrentará los problemas de fondo de esta crisis: hace meses que una mayoría de los 22 millones habitantes sufren cortes de electricidad, largas filas de espera para comprar combustible y un alza de precios récord. En abril pasado se declaró en default con el FMI. La situación se había vuelto crítica con la pandemia y el congelamiento del turismo, un sector central de su economía, y tocó fondo este año arrastrada por el contexto global y la inacción del Gobierno.
En Ecuador la crisis no llegó a la caída del Gobierno, pero sí paralizó a la mayoría del país y puso en jaque al Ejecutivo durante varias semanas. El movimiento indígena, el actor social más poderoso desde hace décadas, convocó a un paro nacional. El reclamo más visible era bajar los precios de los combustibles, pero en el pliego de los manifestantes también había pedidos para recuperar lo perdido en la pandemia o, al menos, ayuda del Estado para comenzar a hacerlo en medio de un contexto nacional e internacional extremadamente adverso.
El presidente Guillermo Lasso primero reaccionó con represión y tratando de deslegitimar a la cúpula indígena. Sin embargo, ante el creciente desabastecimiento y violencia las presiones del resto de los sectores de poder lo forzaron a hacer algunas concesiones y sentarse a negociar. El movimiento indígena y el Gobierno se dieron 90 días para buscar una salida y, pese a que el mandatario dio por terminada la crisis, aún es imposible pronosticarlo.
En América Latina no fue el único caso. Una situación con algunos puntos en común se vivió en abril pasado en Perú, cuando el presidente Pedro Castillo respondió con represión y hasta un toque de queda en la capital a las protestas de transportistas por el aumento de los combustibles. Corrió sangre como en Ecuador y, aunque finalmente dio marcha atrás, su decisión terminó de aislarlo de sus aliados de izquierda y marcó un quiebre con su electorado en algunas de las regiones más pobres del país.
La desestabilización política que provoca la inflación global también se está sintiendo en Europa.
Hace un mes, la primera ministra de Estonia, la dirigente de derecha Kaja Kallas, rompió con su socio de Gobierno, el Partido de Centro, una fuerza más moderada, porque esta pedía un aumento del gasto público y de las políticas sociales para los sectores de la sociedad que no están pudiendo enfrentar los aumentos del costo de vida, una propuesta que chocaba con la estricta política fiscal de Kallas. El quiebre significó la caída del Gobierno, pese a que la premier parece haber conseguido formar una nueva coalición oficialista y así sobrevivir hasta las elecciones generales de marzo próximo.
Menos evidente fue el trasfondo económico en la caída de Boris Johnson en Reino Unido. La mayoría de los medios destacaron la ola de escándalos, como las fiestas realizadas en la sede del Gobierno durante la cuarentena de la pandemia, por ejemplo; sin embargo, otros líderes del oficialista Partido Conservador han sobrevivido a escándalos mucho peores. Pero a diferencia de ellos, Johnson no estaba controlando -y algunos dicen que no hizo más que empeorar- la crisis que se venía construyendo desde la ejecución del Brexit, la salida de la Unión Europea: largas colas de camiones en las fronteras, desabastecimiento, escacez de mano de obra en algunos rubros y, este año, una creciente inflación.
MÁS INFO
Tampoco pudo gestionar el clima de conflictividad sindical que comenzó a ganar fuerza el mes pasado, especialmente en el sector del transporte. En junio una primera huelga de tres días de trabajadores ferroviarios paralizó gran parte del país y ahora otro gremio del sector amenaza con otra medida de fuerza similar para las próximas semanas, en plenas vacaciones de verano. Se trata de las huelgas más importantes de las últimas décadas.
La aerolínea de bandera British Airways también había convocado una huelga pero hace unos días la canceló luego que la empresa cediera y mejorara su oferta salarial. En todos los casos, el reclamo es el mismo: con la inflación el poder adquisitivo de los trabajadores cayó y necesita recuperarse. En mayo pasado, la organización benéfica The Food Foundation reveló que unos 6,8 millones de adultos, es decir 12,8% de los hogares en Reino Unido, habían reducido el tamaño de las porciones o dejado de comer por completo porque no podían pagar u "obtener acceso a los alimentos" .
En Nigeria, en tanto, la difícil situación no desató una crisis política, pero cada vez son más las voces que advierten que ese desenlance está más cerca. Hace meses que el principal productor de petróleo y el país más poblado de África vive larguísimas colas de hasta ocho horas para cargar nafta, además de un mercado negro enloquecido, en el que el combustible ya sale un 300% más.
En noviembre pasado, el Gobierno nigeriano decidió quitar todos los subsidios a la nafta y dijo que lo reemplazaría como una ayuda mensual para los más pobres. Los distribuidores boicotearon la decisión y dejaron de vender, lo que obligó a las autoridades a dar marcha atrás. Sin embargo, el suministro nunca se normalizó ya que la guerra en Ucrania provocó un dramático aumento de los precios internacionales. Dado que el país produce pero no refina el crudo, importa todo su combustible. El precio de la nafta en el país aumentó más del 100% en muy poco tiempo y, cuando el Gobierno impuso un precio máximo, los distribuidores una vez más limitaron las ventas.
Tras las sanciones contra Rusia, los Gobiernos de Estados Unidos y Europa están en la búsqueda de un nuevo proveedor de energía. Nigeria tiene todo para ganar en este escenario. Además de ser el principal productor de crudo en el continente, es el mayor exportador de gas licuado a Europa. Sin embargo, cuánto más atractivos se vuelven sus recursos energéticos con la crisis, más queda al desnudo también su falta de desarrollo y protección frente a su dependencia externa.
Ola de huelgas
Mientras la presión política se siente en todo el mundo, en pocos lugares se tradujo en una ola de huelgas como en Europa. Luego de las medidas de fuerza del sector ferroviario en Reino Unido, Francia se encamina a un escenario similar. Los sindicatos que representan a los trabajadores de la estatal SNCF están reclamando un aumento salarial y, ante la negativa del Gobierno, iniciaron un paro que nacional en pleno verano europeo. En paralelo, lo mismo reclaman los trabajadores de los aeropuertos y amenazan con más huelgas.
Los paros no son una herramienta inusual en Francia. Sin embargo, esta ola de medidas de fuerza en plenas vacaciones de vacaciones amenaza con profundizar un contexto ya de por si caótico: desde principio del verano varios de los principales aeropuertos y estaciones de trenes del continentes se vieron sobrepasados por el aluvión de pasajeros que trajo la pospandemia y que dejó al desnudo los recortes de personal realizados durante la parálisis de 2020 y 2021. Uno de los casos que más retrasos y cancelaciones causó en Europa es el aeropuerto de Frankfurt, Alemania.
El difícil momento económico y la posibilidad que la suspensión total del suministro del gas ruso profundice el alza de precios de la energía en Europa hizo incluso que el Gobierno laborista de Noruega interviniera para terminar con una huelga de trabajadores del sector del gas y petróleo que frenó la producción de tres pozos y de 89.000 barriles por día. La sola noticia del paro había aumentado en 5% el precio futuro del gas, según la consultora Intercontinental Exchange, citada por CNN.
La ola de huelgas también se instaló en Australia. Las medidas de fuerza ya incluyeron a docentes, trabajadores de la salud y ferroviarios.
Elecciones
La creciente inflación y la falta de respuestas adecuadas de los Gobiernos también se reflejó en los recientes resultados electorales de Francia y podría suceder algo similar en próximos comicios, por ejemplo, en Brasil o Estados Unidos.
En Francia, Emmanuel Macron solo consiguió la reelección presidencial gracias al rechazo mayoritario a la extrema derecha en el balotaje, pero no pudo escapar al rechazo de millones de ciudadanos en los siguientes comicios legislativos. Perdió la mayoría en el parlamento y su fuerza ya no podrá gobernar sola, necesitará algún aliado, seguramente la derecha tradicional heredera de Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy. Pero el revés más importante que sufrió el mandatario es que a partir de ahora la oposición estará encabezada por la izquierda más combativa, que pide un Estado más intervencionista y una mayor distribución de la riqueza.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, podría sufrir un pase de factura similar en las elecciones legislativas de medio mandato de noviembre próximo. Pese a sus intentos por utilizar el shock social que provocó la anulación del aborto por parte de la Corte Suprema y ante la aparente indeferencia social a los buenos números de empleo y su exitosa gestión de la pandemia, la mayoría de los análisis pronostica que el tema más importante para el electorado estadounidense será la creciente inflación. De la misma manera, los efectos económicos de la crisis mundial actual podría golpear aún más al presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, un dirigente ya muy desprestigiado por su mala gestión de la pandemia, que ubicó al país como el segundo con más muertos del mundo.