Para este fin de semana, cuatro millones de personas alrededor del planeta habrán testeado positivo por el nuevo coronavirus desde que se reportó su existencia, en diciembre del año pasado. Tres cuartas partes de ellos, el equivalente a tres millones de personas, fueron detectados en los últimos cuarenta días. La progresión indica que lejos de estar perdiendo impulso, la pandemia aún no encontró su pico a nivel global. Mientras China apuesta a un regreso paulatino a la normalidad, España e Italia observan cierto alivio en sus cifras y los Estados Unidos se llevan la peor parte. Más cerca, Brasil ya está entre los países más castigados por la enfermedad, que sigue revelando facetas desconocidas. La carrera hacia una cura o la vacuna tiene avances inéditos pero todavía estamos lejos de una solución que permita un regreso a algo similar a la normalidad.
Los efectos globales de la pandemia también se sienten en la economía. A lo largo y ancho del planeta los gobiernos buscan mecanismos para prevenir el cierre masivo de empresas y la caída de millones de familias en la pobreza. Cada cual encuentra una solución acorde a sus posibilidades y condiciones, pero exceptuando casos como el del norteamericano Donald Trump o el brasileño Jair Bolsonaro, la enorme mayoría de los países prefieren errar por el lado de la prudencia: desde que comenzó la pandemia, se calcula que más de la mitad de la población mundial vivió en cuarentena o bajo restricciones severas. Algunos países, los primeros en tomar esas medidas, en lejano oriente, ya están relajando los controles, aunque persiste el temor de un segundo brote. En Europa están comenzando a explorar ese camino, con resultados todavía inciertos.
Lo cierto es que incluso los países que establecieron políticas de aislamiento de forma parcial, con el objetivo de cuidar la actividad económica, están siendo arrastrados a la recesión al igual que el resto. El caso paradigmático son los Estados Unidos: las decisiones de Trump, que resistió el lock-down todo lo que sus poderes le permiten, sumergieron al país en una crisis sanitaria sin precedentes, con un millón y medio de positivos y casi ochenta mil muertes por Covid-19 confirmadas, aunque el número real en ambos casos es bastante más alto, según el consenso científico. Sin embargo, la performance económica no fue mejor: ayer se confirmó la destrucción de más de veinte millones de puestos de trabajo, más que triplicando el índice de desocupación, que en dos meses pasó de su punto más bajo en medio siglo al récord desde la gran depresión de 1930. Y puede seguir cayendo.
En Europa, el epicentro se movió a Gran Bretaña, mientras que la curva en Italia y España, los dos más castigados, se dobla paulatinamente. Rusia, que comparte con China la frontera terrestre más grande del mundo, también muestra signos de haber caído en la espiral pandémica, después de varios meses en los que mantuvo a la enfermedad bajo control: terminó la semana sumando más de diez mil casos a un total que ya supera los 200 mil. En países donde el pico parece haber quedado atrás se está ensayando el regreso a la normalidad en ciertas actividades. Ayer, en la liga de Corea del Sur se disputaron los primeros partidos de fútbol después de la pandemia; la semana que viene se reanuda la liga alemana. Sin embargo, las alarmas están encendidas y la menor señal de rebrote hará retroceder todo a su estado anterior.
América Latina transita una etapa anterior de la pandemia, que llegó a este continente algunas semanas más tarde que a Europa. La demora dio tiempo a que algunos países reaccionaran: además de la Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Colombia muestran datos de contagio alentadores. Por el contrario, casos como los de Brasil, Ecuador y Perú parecen ir detrás de la progresión que ya mostraron los lugares más afectados por el coronavirus. El caso brasileño es particular: a la crisis sanitaria se suma una situación política límite, con un presidente desacreditado, contrario a cualquier medida de prevención y que coquetea con la idea de un golpe de Estado, al que no responden ni los gobernadores, ni el Congreso ni el Poder Judicial. Esta semana superó a Gran Bretaña y después de los Estados Unidos es el foco más importante de la enfermedad en el mundo.
A medida que pasan las semanas, científicos de todo el mundo avanzan en sus estudios sobre el nuevo virus, del que se van conociendo a diario nuevos detalles. La evolución de la enfermedad, a medida que afecta más gente, por más tiempo, también revela síntomas novedosos y manifestaciones que resultaban desconocidas. Mientras que en un primer momento se creía que la enfermedad afectaba únicamente al sistema respiratorio, a medida que se estudiaron nuevos casos se descubrió que puede tener complicaciones que van desde la pérdida del olfato hasta infartos cerebrales, pasando por problemas gastrointestinales. También se comprobó que el Covid-19 puede afectar gravemente a adultos jóvenes y a niños, aunque la enorme mayoría de los casos graves, las hospitalizaciones y las muertes ocurren en personas de más de setenta años.
Todavía son muchas las cosas que no sabemos. La forma exacta en la que se contagia, por ejemplo, aún es incierta: está comprobado que es a través de pequeñas gotas de saliva que emitimos al hablar, al respirar, cuando tosemos o estornudamos, pero resta por saberse cuánto tiempo permanecen en el aire, a qué distancia pueden desplazarse y exactamente cuánto sobreviven sobre una superficie. Por ahora, al parecer, es más frecuente la transmisión en lugares cerrados y mediante un contacto sostenido en el tiempo. Las grandes congregaciones de gente, las fiestas y las ceremonias religiosas ya demostraron ser focos importantes con varios casos de conglomerado por causas como esas en todo el mundo. Conocer más detalles sobre la forma de contagio permitirá tomar medidas más precisas y dejar de lado precauciones excesivas.
Cuanto más conozcamos del virus más avanzará también la carrera para descubrir una cura, una vacuna o un tratamiento preventivo. Más de trescientos laboratorios de todo el mundo investigan la solución a esta crisis, con avances significativos en Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel, entre otros países. Esta semana, en Washington se aprobó la utilización del fármaco remdesivir, diseñado originalmente para combatir el Ebola. Las pruebas indicaron que reducen el tiempo de internación de pacientes graves de manera consistente. Por su parte, científicos en Tel Aviv anunciaron avances importantes en terapias con anticuerpos mientras que la Universidad de Oxford está estudiando adaptar una vacuna que ya existe contra otras cepas de corona, lo que permitiría ahorrar varios meses de evaluación de seguridad y comenzar a producirla, si se demuestra efectiva, antes de fin de año.