Qué pasa en Siria: cayó el Gobierno y con él 53 años de poder absoluto de los Al Assad

Sobrevivió a una cruenta guerra civil de más de una década, pero terminó huyendo tras una ofensiva rebelde de apenas unas semanas. La mano de Turquía detrás de este cambio de poder histórico en Medio Oriente, el giro de Rusia e Irán como sostenes de Damasco y los efectos de la guerra en Ucrania, la escalada de Israel y la vuelta de Trump en Estados Unidos.

08 de diciembre, 2024 | 10.35

Dos crónicas son posibles para contar el final del poder absoluto con el que la familia Al Assad gobernó más de medio siglo Siria, una de las principales potencias en Medio Oriente. Por un lado, el análisis geopolítico de alianzas cruzadas y cambiantes que permitió la permanencia del poder de Bashar Al Assad durante más de una década de guerra civil desde 2011 -y que hoy parece haberse evaporado- abren un escenario futuro incierto para la cohesión interna de ese país. Por otro, están las historias de los sirios que festejan en las calles, ilusionados por lo que vendrá y embanderados detrás de una misma y unívoca promesa: "libertad"; o los que acaban de ser liberados de prisiones tristemente famosas por sus historias de tortura y deshumanización, y se reencuentran con sus familias, algunos después de décadas encerrados. 

Son las dos caras del fin de una etapa que comenzó en los años 60 con golpes de Estados y el ascenso al poder del partido Ba'ath y de Hafez Al Assad, padre del presidente que escapó del domingo a la madrugada de Damasco, la capital, con destino a Rusia, donde recibió asilo junto a su familia, según agencias estatales rusas. No fue una etapa marcada por una apertura democrática real, ni hace 53 años, cuando asumió Hafez con un golpe de Estado, ni hace 24 años, cuando Bashar asumió tras la muerte de su padre. No, siempre estuvo marcada por un principio político que suele primar en Medio Oriente, incluso cae bien entre las potencias mundiales que de la boca para afuera reclaman democracia y respeto a los derechos humanos: control absoluto del país, aún a sangre y fuego, para garantizar estabilidad y proyectar poder en el mapa de alianzas de una de las regiones más convulsionadas del mundo.

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De una larga guerra civil al derrrumbe final

En 2011, la región estaba siendo sacudida por revueltas populares que se conocieron en todo el mundo como la Primavera Árabe. Por primera vez en décadas, la gente salía a la calle en grandes números y desafiaba la represión segura con la que habían mantenido a rajatabla a las sociedades gobiernos que se mantenían en el poder durante décadas, algunos fingiendo elecciones en las que obtenían más del 90% de los votos, pese a tasas altísimas de pobreza y el creciente descontento social. Primero cayó Zine el Abidine Ben Ali en Túnez, luego Hosni Mubarak en Egipto y le siguió Ali Abdullah Saleh en Yemen. 

Estas revueltas exitosas contagiaron el entusiasmo en el resto de la región: Libia, Bahrein y también le llegó el turno a la Siria de Al Assad. En la Libia de Muammar Gadafi, la represión de las protestas devino en una guerra civil en la que la OTAN se metió de lleno. El país, clave en la producción mundial de petróleo, sigue siendo al día de hoy un caos, sin un poder estatal que controle todo el territorio. La represión al intento de Primavera Árabe en Siria también desató una feroz represión estatal pero Estados Unidos y Europa no se animaron a entrar directamente en ese conflicto. Sí apoyaron eventualmente a los militares y milicias rebeldes que decidieron dar pelea. Así comenzó la guerra civil siria.

Duró más de una década y hubo momentos en que parecía que Al Assad iba a perderla. Pero dos aliados internacionales cambiaron la balanza de poder militar: Rusia e Irán (y con este último, también la milicia libanesa Hezbollah). Entre 2015 y 2020, Moscú fue el gran ganador: sitió, junto con milicias apoyadas por Irán, los principales bastiones de la heterogénea oposición (apoyada a su vez por las potencias occidentales, Turquía y los países del Golfo, según el grupo), los ahogó, masacró y finalmente, salvo algunas excepciones, fue recuperando el control de la mayoría del territorio para Al Assad.

Este escenario cambió dramáticamente hoy. Hace 10 días exactos, el mundo se sorprendió cuando una milicia islamista apoyada por Turquía y que es heredera de un grupo que hace años había roto con Al Qaeda, Hayat Tahrir al Sham, tomó la segunda ciudad más importante del país, Aleppo. Durante la guerra civil, la batalla por Aleppo había sido larga, cruenta, inhumana. Esta vez duró horas. Las fuerzas del Ejército y aliados se retiraron ante la llegada de los rebeldes. No hubo oposición.

La sorpresa no cesó. Las milicias siguieron avanzando sin freno hasta llegar el sábado a la noche a Damasco, la capital y uno de los pocos bastiones de Al Assad que nunca estuvieron bajo riesgo real de caer en manos opositoras durante la guerra civil. Medios internacionales informaron de algunos combates y tiroteos, pero la realidad es que no se vio una resistencia armada real de las Fuerzas Armadas y de los aliados iraníes, que sabían que si caía la capital, caía el régimen. Cayó, miles de sirios salieron a las calles a festejar, irrumpieron en el Palacio Presidencial y tiraron abajo todas las imágenes de Al Assad y su padre que encontraron a su paso, y también ocuparon la embajada iraní y la saquearon.

Al Assad se quedó sin aliados

Tras la toma de Aleppo por los islamistas, el gobierno de Al Assad y sus aliados internacionales se movieron rápido para frenar lo que consideraban era una ofensiva puramente orquestada desde afuera del país. El canciller iraní, Abbas Araghchi, visitó Turquía el martes pasado para intentar convencer al gobierno de Recep Tayyip Erdogan de negociar. Medios turcos dieron a entender que el encuentro terminó irritando a Erdogan ya que los iraníes no habían llevado una propuesta de Siria. De ahí, Araghchi se fue a Moscú.

Mientras Rusia e Irán no anunciaban un renovado apoyo militar o una nueva movilización para ayudar a su socio siria, ambos gobiernos sí empezaron a llamar a una negociación "entre el gobierno y la oposición" (ya no terroristas, sino oposición) con el correr de los días. Negaban haber mandado armas, pedían "diálogo interno" y el "fin inmediato de los combates". El mensaje ya era totalmente diferente al de una década atrás y le quedó claro a Turquía. Apenas dos días atrás y ya sin darle demasiada vuelta al asunto, Erdogan dijo que esperaba que los rebeldes marcharan sobre las ciudades de Homs y Damasco. "Llamamos a Assad. Le dijimos: 'Vamos a definir el futuro de Siria juntos'. No recibimos una respuesta positiva", contó ya sin esconder su rol en la ofensiva. 

El sábado, cuando la toma de Damasco parecía inminente, medios occidentales contaron que Al Assad se comunicó con Estados Unidos e intentó negociar un apoyo desesperado de último momento. La versión periodística sostuvo que ofreció romper todo vínculo con Irán, Hezbollah y todos sus aliados, y cooperar con Washington (eso implica, inexorablemente, un acercamiento a Israel).

¿La oferta se la hizo al gobierno saliente de Joe Biden o al presidente electo Donald Trump? No se sabe a ciencia cierta, pero el republicano respondió -sin ningún eufemismo- ese mismo día desde sus redes sociales. "Rusia, porque está ocupado en Ucrania y sufrió la pérdida de más de 600.000 soldados, parece no ser capaz de detener esta marcha literal a través de Siria, un país que protegió durante años", escribió, dio por seguro que Al Assad caería y concluyó en su tuit: "Siria es un caos, pero no es nuestro amigo y ESTADOS UNIDOS NO DEBERÍA TENER NADA QUE VER CON ÉL. NO ES NUESTRA PELEA. DEJÉMOSLO QUE SIGA SU CURSO. ¡NO NOS INVOLUCREMOS!"

Trump puso en palabras no solo una respuesta al presunto pedido de Al Assad, sino el análisis que estaba en boca de todos los analistas hace días: el avance de los rebeldes sin resistencia oficial y la decisión de Erdogan de jugar a fondo (luego de haber aceptado años atrás que solo controlaría parte del norte de Siria) no se pueden entender sin el costo político, económico y militar que tuvo para Rusia los últimos casi tres años de guerra en Ucrania y, para Irán, los certeros ataques de Israel que descabezaron a Hezbollah en el Líbano y a Hamas en Teherán, nada más y nada menos que la capital iraní. A esto se podría sumar el asesinato del comandante iraní a cargo de las milicias aliadas en las región, Qasem Soleimani, en Bagdad en 2020 ejecutado por Estados Unidos.

El sueño de la libertad y lo incierto del futuro

"El tirano Bashar al Assad fue derrocado. Todos los prisioneros fueron liberados de la cárcel de Damasco. Esperamos que todos los combatientes y ciudadanos preserven el Estado de Siria", anunciaron un grupo de milicianos rebeldes en una declaración en la televisión pública el domingo a primera hora. Era la confirmación oficial que los sirios -y el mundo- esperaban después de varias horas de rumores y dudas. Inmediatamente después, las redes -la prensa internacional presente es escasa- se llenaron de imágenes de festejos en las calles, relatos personales emocionados y hasta de presos sorprendidos porque recuperaban la libertad después de años, algunos, décadas.

La Cancillería rusa confirmó que Al Assad había renunciado y huido del país: "Decidió renunciar a la Presidencia y abandonar el país. Dio instrucciones para llevar a cabo una transferencia de poder de manera pacífica". Más tarde, agencias estatales como Sputnik y Tass informaron que había llegado a Rusia y recibido asilo. Mientras nadie cree que pueda volver a su país en el futuro cercano, su primer ministro, Mohamed Ghazu al Jalali, dijo en una entrevista con la cadena de noticias saudita Al Arabiya que está dispuesto a cooperar con cualquier fuerza "elegida por el pueblo". En paralelo, se lo vio en imágenes "escoltado" por milicianos opositores en la capital.

Es muy temprano para saber cómo será el futuro de Siria. El líder del Mando Militar de Operaciones -como se bautizó a los dirigentes de la milicia HTS y aliados-, Mohamed Abu al Golani, pidió que se protejan "las instituciones y los bienes públicos", en medio de las imágenes de saqueos y furia hacia los símbolos del poder de la familia Al Assad. Antes, el líder islamista Al Golani había prometido que ninguna minoría sería agredida, un mensaje dirigido a traer tranquilidad especialmente entre la minoría alawita -a la que pertenecen los Al Assad- y las comunidades cristianas. Esta tarde, el Mando Militar de Operaciones anunció su primera decisión: un toque de queda en Damasco hasta el lunes a la mañana. 

Pero no son las únicas milicias activas en Siria. En el norte y este del país, los kurdos siguen fuertes y ya hubo combates con los islamistas de HTS. Pocos dudan que Erdogan no busque aprovechar el viento a favor para derrotar completamente a esta minoría que también está presente en la vecina Turquía y es identificada en su país como uno de sus principales rivales. Al mismo tiempo que Damasco caía, la milicia HTS anunciaba que había entrado a la ciudad de Deir Ezzor, que está bajo control de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), encabezadas por la milicia kurda Unidades de Protección Popular (YPG).

Para quienes miran lo que está sucediendo en Siria con una mirada externa y geopolítica, la preocupación es que el país -que limita con Turquía, Líbano, Irak, Israel y Jordania- se convierta en un nuevo Libia. Es decir, que quede sumido en un vacío de poder, sin un poder estatal que controle realmente todo el territorio, lo que habilita la multiplicación de organizaciones criminales, crisis humanitarias, flujos incontrolables de personas desplazadas que buscan refugio fuera de las fronteras. Pero esta dimensión, aunque real, no puede ignorar la otra, la interna, la de los sirios que festejan el fin de una era definida -para muchos- por el miedo y por la imposibilidad de reclamar derechos básicos, y la alegría de los sobrevivientes de una guerra civil que habían perdido y que dejó cientos de miles de crímenes de guerra, desaparecidos, presos políticos y asesinatos impunes.