Medio Oriente ante el cambio de régimen político en Siria

13 de diciembre, 2024 | 21.48

El pasado fin de semana, el mundo se estremeció con la noticia de que Hay'at Tahrir al-Sham (HTS), conocido como el Comité de Liberación del Levante en árabe, logró tomar Damasco, la capital de Siria, mediante una ofensiva relámpago que se extendió por poco más de una semana. Tras días de intensos enfrentamientos, la captura de la capital forzó la salida de Bashar al-Assad, quien abandonó el país después de 24 años en el poder.

En un contexto de alta conflictividad en Medio Oriente, y tras más de una década de guerra en el país, el hecho adquiere una enorme relevancia. La salida de al-Assad parece abrir mil interrogantes, particularmente a partir del cambio de régimen político en curso para Siria. Las consecuencias geopolíticas de la llegada de HTS al poder, un grupo que supo ser la filial siria de Al Qaeda y luego de ISIS, no están claras. Sobre todo si se miden las consecuencias globales de la blitzkrieg que cambió las ecuaciones de poder en Siria y en todo Medio Oriente.

¿La salida de al-Assad responde a una maniobra del proyecto estratégico globalista —y de la administración saliente de la Casa Blanca— destinada a dejarle a Donald Trump un escenario mundial cada vez más conflictivo? ¿O, por el contrario, se trata de un movimiento que fortalece la acumulación de poder del proyecto neoconservador liderado por Trump, Vance y Musk? Incluso, ¿podría este hecho limitarse a un reacomodamiento de actores emergentes en Medio Oriente —como Rusia, Turquía e Irán—, sin generar beneficios claros para las distintas fracciones del gran capital angloamericano?

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Siria: Una guerra de 13 largos años

La guerra en Siria tiene sus raíces en las protestas de la llamada “Primavera Árabe” de 2011, cuando grandes manifestaciones exigieron una apertura política, la liberación de presos y el fin de la corrupción. La respuesta del gobierno, caracterizada por una fuerte represión, intensificó las tensiones y desató una crisis política que, entre otras consecuencias, provocó una fractura importante en las Fuerzas Armadas Árabes Sirias (FAAS). Una gran parte de los militares disidentes conformaría el Ejército Libre Sirio (ELS), que, con el tiempo y gracias a su ampliación y al apoyo turco, evolucionó hacia el actual Ejército Nacional Sirio (ENS). Paralelamente, en el noreste de Siria, el grueso de la población kurda, influenciada por el pensamiento de Abdullah Öcalan, organizó sus propias milicias: las Unidades de Protección del Pueblo (YPG) y las Unidades de Protección Femeninas (YPJ), estas últimas conocidas mundialmente como las "guerrillas de mujeres".

La guerra terminaría de definir sus contornos definitivos en 2013, con la aparición del Estado Islámico (ISIS) y su principal facción en Siria, el Frente al-Nusra, ampliamente pertrechada por Arabia Saudita. Este grupo, mediante una combinación de estrategias terroristas y operaciones militares, logró ocupar rápidamente amplias zonas del país, lo que provocó un profundo realineamiento de los actores en el conflicto.

En 2017, la batalla por la ciudad de Al Raqa marcaría la derrota militar de ISIS. Este triunfo fue liderado por Rojda Felat, Comandanta de las YPJ kurdas, quien encabezó el núcleo principal de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una alianza militar respaldada abiertamente por los Estados Unidos. En el plano estratégico, las FDS operaron de manera coordinada con unas renovadas FAAS, fortalecidas por el apoyo de Rusia, Irak e Irán, y la tácita colaboración de Turquía. Esta victoria militar estableció un equilibrio de poder que, a pesar de los constantes ataques de Israel sobre territorio sirio -y que mostraban que la guerra, aunque desescalada, no había terminado-, se mantuvo hasta el pasado 9 de diciembre.

En términos geopolíticos, la Siria actual se configuraba, entonces, como un espacio compartido por la influencia militar y política de Rusia y Estados Unidos, mientras que actores regionales como Turquía, Irán, Arabia Saudita, Israel, Irak y el Hezbollah libanés “participaban” del mismo en función de sus propios intereses.

Con el apoyo de Rusia e Irán, Al-Assad logró controlar la mayoría del territorio sirio. El noreste sirio, por su parte, quedó coordinadamente en manos kurdas y su experiencia confederativa de “Rojava”, con el apoyo del resto de las FDS, los EE.UU. y su poderosa base militar de al-Tanf en el sur sirio, desde el cual protegieron una escandalosa extracción ilegal de petróleo. Por otro lado, la región de Idlib, en el noroeste sirio, quedó dominada por el extremismo fundamentalista, de lo que hoy se denomina HTS, con un evidente apoyo del ENS y Ankara, cuyos enemigos principales son los kurdos sirios, vinculados al PKK, el poderoso partido de oposición kurda en Turquía, que Erdogan ha ilegalizado como organización “terrorista”.

HTS, los “rebeldes” y los proyectos estratégicos en disputa

El 8 de diciembre del 2024, HTS inicia una ofensiva relámpago y conquista Alepo, la importante segunda ciudad de Siria. Luego de esta poderosa conquista, decidieron avanzar hacia Damasco, alcanzando las ciudades de Hama y Homs. Bashar al-Assad, enfrentando la amenaza inminente de ser capturado, huyó a Rusia, dejando el gobierno acéfalo.

Podemos identificar que, en el marco de este conflicto, se enfrentan cuatro proyectos estratégicos regionales, cada uno con una traza histórica claramente reconocible, una intrincada superposición de intereses y una red de alianzas geopolíticas extrarregionales marcadas por su complejidad, fragilidad y densidad.

Por un lado, el Proyecto de la Gran Israel, que tiene sus ambiciones en las fronteras que habría tenido el reino de Israel según la Biblia hebrea, y que, para los irredentistas israelíes, debería tener el moderno estado de Israel. Esto es algo que bien resumen las palabras de Muamar Gadafi, líder libio asesinado con respaldo de la OTAN: “Después de la eliminación del pueblo palestino, será el turno del pueblo sirio, después será el pueblo libanés, el pueblo egipcio y el pueblo jordano. Para Israel, su país es desde el río Éufrates hasta el Nilo, pero la dominación sionista llegara aún más lejos”.

Por otro lado aparece, el Proyecto Neo-Otomano, que pretende promover una mayor participación política de la moderna República de Turquía dentro de las regiones que antes estaban bajo el dominio del Imperio Otomano y que ahora constituyen sus estados sucesores. La apuesta del presidente turco, Recep Tayip Erdogan, de ocupar una franja del norte de Siria y sostener a los rebeldes sirios, ha demostrado una provechosa inversión. Turquía, reforzada después de dos décadas de desarrollo vertiginoso, se siente con el derecho de proyectarse en la región que el Imperio Otomano dominó durante siglos.

Estas dos visiones regionales chocaron frontalmente con el Proyecto Panarabista que sustentaba el poder de los al-Assad en Siria. La bandera siria de 1958 —hoy alterada en sus colores por los autodenominados "rebeldes" del HTS y sus aliados— simbolizaba la República Árabe Unida y la breve unidad sirio-egipcia, vigente entre 1958 y 1961. Este emblema, representativo de un proyecto político integracionista, revela lo que los grupos insurgentes buscan desmantelar, ya que una de sus primeras acciones fue restaurar la bandera previa a 1958.

El débil panarabismo estaba sostenido por Rusia y por el Proyecto de la Unidad Musulmana que sostiene Irán, y el denominado “Eje de la Resistencia” islámica, a nuestro entender, el gran derrotado regional con el inicio de un cambio de régimen político en Siria.

Hechos recientes

El 7 de diciembre, un día antes del ataque de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), Turquía lanzó un ataque con drones contra una vivienda en las afueras de Ain Isa, ciudad controlada por los kurdosirios en el noreste de Siria, según informó el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. El 8 de diciembre, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) bombardearon instalaciones en Siria donde sospechaba que el régimen de al-Assad almacenaba armas químicas y misiles de largo alcance, con la excusa de evitar que estos arsenales cayeran en manos de los rebeldes. Además, la aviación israelí atacó buques militares en el puerto de Latakia y emprendió, en los días sucesivos, una ofensiva terrestre desde los Altos del Golán, argumentando que el acuerdo de retirada firmado con Siria en 1974 había colapsado tras el abandono de los puestos por parte de las tropas sirias. El 9 de diciembre, la marina israelí destruyó la totalidad de la flota naval siria, según confirmó el ministro de Defensa, Israel Katz, durante una visita a la base naval de Haifa. Según datos del Observatorio Sirio de Derechos Humanos, el ejército israelí realizó más de 250 bombardeos desde el derrocamiento del mandatario, alcanzando unos 320 objetivos estratégicos y reduciendo en un 70% las capacidades militares del país.

A pesar de las declaraciones israelíes de actuar únicamente por motivos de seguridad fronteriza, figuras internacionales como el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores catarí, Majed al Ansari, denunciaron que estas acciones vulneran la soberanía siria.

El Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, calificó, por su parte, a la incursión israelí como una violación del acuerdo territorial entre ambos países, y advirtió que la inestabilidad en Siria no debe ser aprovechada por las naciones vecinas para invadir su territorio, instando al respeto de la soberanía nacional en medio de el delicado escenario político interno. Arabia Saudí también condenó los ataques israelíes, señalando que constituyen una flagrante violación del derecho internacional.

Por otro lado, Donald Trump, describió el avance de las fuerzas opositoras en Siria como un movimiento “altamente coordinado”. En un comunicado, Trump destacó la aparente incapacidad de Rusia para detener este avance debido a su implicación en Ucrania, donde, según afirmó, han perdido más de 600.000 soldados. Trump también arremetió contra la administración de Barack Obama por no cumplir su compromiso de proteger la “línea roja” en Siria. “Siria es un desastre, pero no es nuestro amigo. Esta no es nuestra lucha. ¡No te involucres!”, subrayó.

Por su parte, Turquía, un actor clave en el conflicto sirio, ha respaldado a los grupos opositores desde el inicio de la guerra civil en 2011. Con una frontera de 911 kilómetros compartida con Siria y tres millones de refugiados sirios en su territorio, se posiciona como uno de los principales beneficiarios de la caída de al-Asad. El presidente Recep Tayyip Erdogan recordó los intentos fallidos de diálogo con el exmandatario sirio: “Hicimos un llamado a Assad, pero no obtuvimos respuesta”. Aunque Erdogan celebró los avances, advirtió que “estas marchas problemáticas que continúan en toda la región no son lo que queremos”.

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu calificó el derrocamiento de al-Assad como un “día histórico para Medio Oriente” y una victoria contra el “eje del mal” de Irán. Además atribuyó este desenlace a las acciones militares israelíes contra Irán y Hezbolá, y destacó el control temporal tomado por las FDI en los Altos del Golán. “No permitiremos que ninguna fuerza hostil se establezca en nuestra frontera”, afirmó durante una visita a esta región estratégica.

Desde Teherán, el ministro de Exteriores, Abbas Araqchi, se mostró sorprendido por el colapso del gobierno sirio, atribuyéndole errores a las FAAS, que tuvieron una “incapacidad para defenderse”. Según Araqchi, “tanto las noticias como los análisis ya indicaban que se daría tal paso, como sabíamos que existía un designio de EE.UU. y el régimen sionista, estaba todo bastante claro. En términos de inteligencia, nuestros aliados (Siria) eran plenamente conscientes de los acontecimientos en Idlib”. La portavoz del gobierno iraní, Fatemé Mohajerani, informó que 4.000 ciudadanos iraníes han sido repatriados en los últimos tres días, mientras continúan los esfuerzos por evacuar a los restantes.

¿Quién gana y quién pierde en este escenario?

Siria ha sido, históricamente, el gran punto de tensión y confluencia de fuerzas en la región. Su ubicación estratégica conecta el petróleo de Irak con el Mediterráneo, a los chiítas de Irak e Irán con Líbano, y a Turquía, con los desiertos de Jordania y el Golfo Pérsico.

Tras la caída de Bashar al-Assad, surgen interrogantes sobre cómo se desarrollará el conflicto, dependiendo de quién logre mantener la iniciativa estratégica e imponer sus intereses en algo que podemos definir como el “nuevo escenario de Medio Oriente”.

En primer lugar, la derrota de al-Assad representa un golpe geopolítico significativo para Irán, que pierde control sobre el corredor estratégico hacia Líbano, debilitando el eje de la resistencia. En este contexto, Siria se perfila como un territorio en disputa, con perspectivas de reparto estratégico del territorio sirio entre Turquía e Israel, con el río Eufrates como “región de frontera” entre Tel Aviv y Ankara. Esto aseguraría una expansión colonial para Israel, al tiempo que desarticula la principal conexión territorial del “Eje de la Resistencia” promovido por Teherán, mientras que Erdogan podría convertirse en el proveedor energético de la Unión Europea con la construcción de un poderoso gasoducto entre Qatar y su país.

Al trascender las fronteras de Medio Oriente y analizar las implicancias geopolíticas del cambio de régimen en Siria, la lectura se complejiza. El desarrollo de los eventos, ya ocurridos y los que están por venir, podrían ser el resultado de tres iniciativas, aún no completamente reveladas por el conflicto, que plantean interrogantes sobre lo que, en términos estratégicos, representa el nuevo gobierno sirio, encabezado por un grupo político originado como una escisión del terrorismo fundamentalista de Al Qaeda. Estos son:

  1. Iniciativa globalista: Una coalición liderada por el proyecto estratégico globalista del gran capital angloamericano, en alianza con el proyecto estratégico germano-francés que conduce la Unión Europea, con el necesario apoyo del neo-otomanismo de Turquía, podría estar impulsando un realineamiento de Siria como parte de una apuesta para abrir nuevos frentes de tensión antes de la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Este escenario tiene como objetivo desestabilizar posibles acuerdos entre Trump y Rusia, dificultar la paz en Medio Oriente, y socavar la posibilidad de que Trump se convierta en el gran mediador mundial, destruyendo sus aspiraciones de imponer un “armisticio global” que llegue a todos los conflictos del planeta.
     
  2. Iniciativa neoconservadora: Una facción interna del proyecto neoconservador, al cual pertenece Trump, podría estar avivando el conflicto para consolidar la hegemonía del complejo militar-industrial estadounidense, fortalecer el proyecto sionista, y aislar a Irán del resto de Medio Oriente. Este enfoque incluiría un posible intercambio de territorios: Rusia podría obtener el control estratégico definitivo de Ucrania, mientras Estados Unidos, bajo el liderazgo de Trump, aseguraría una posición estratégica dominante en Medio Oriente, en beneficio del sionismo radical de Benjamín Netanyahu.
     
  3. Iniciativa rusa: En medio del conflicto sirio, Rusia habría desplegado una iniciativa compleja para frustrar los intentos del globalismo y del sionismo de arrastrar a Irán y Rusia a una guerra prolongada en Medio Oriente. Este escenario emergente toma forma cuando, en paralelo, al-Assad habría mantenido negociaciones secretas con Estados Unidos e Israel, en busca de aliviar las sanciones a cambio de una retirada de las fuerzas rusas e iraníes de su territorio. Al enterarse de estas conversaciones, Moscú reaccionó estratégicamente, movilizando a sus aliados, incluidos Turquía y sus fuerzas proxy del ENS y a los yihadistas del HTS, desbaratando los planes de Washington y Tel Aviv. El plan de Rusia se habría articulado en torno al mantenimiento de sus importantes bases militares en Siria y a la manipulación de las tensiones internas de ese país con un gobierno desgastado, utilizando la ofensiva de los yihadistas ligados a Erdogan como una jugada maestra para evitar que al-Assad entregue el control estratégico de su país a EEUU e Israel. Este movimiento posicionaría a Rusia como un actor clave en ésta verdadera reconfiguración geopolítica de Siria y Medio Oriente, probablemente contando con el respaldo de China.

 

El conflicto en Siria se inserta en un complejo entramado de relaciones políticas, económicas y militares, cuyas dinámicas se reconfiguran constantemente. El contexto global, añade aún más dinamismo y complejidad a este entramado de intereses. Cualquier análisis que se presente como definitivo podría pasar por alto estas variables, por lo que es esencial seguir observando de cerca los acontecimientos de Siria. Este seguimiento continuo es crucial para desentrañar las iniciativas y las estrategias en conflicto, que nos permitan, en última instancia, comprender el mundo en el que vivimos.