(por Julián Gorodischer).- Paquito, la cabeza contra el suelo es una particular versión de las memorias de Paco Jamandreu, el modisto de Eva Duarte de Perón, publicadas en 1975, que el sábado último reestrenó su segunda temporada bajo dirección de Juanse Rausch en la sala porteña El Galpón de Guevara donde permanecerá hasta el 14 de octubre.
Cuando apenas llegaban noticias de la moda europea, Jamandreu aprovechó para casi inventar la moda argentina. Fue famosísimo sin limitarse a coser, lo calificó María Moreno -escritora y directora del Museo del Libro y de la Lengua- en una entrevista que le realizó para la revista Siete Días, en 1980.
Con siete únicas funciones -tras una primera temporada en el CC 25 de Mayo- la obra dirigida por Rausch, que antes creó Las toallas y Les Invertides (obra performática que revisitó Los Invertidos, de J. González Castillo), narra la vida y el trabajo de Jamandreu por fuera de una lógica cronológica y lineal.
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Su estructura es de relato estallado y con saltos de continuidad para articular la trama, que ubica primeramente al personaje en la tarde en que nació, cuando el niño encandiló, en un tono poético marcado por el estilo neobarroco del argentino Néstor Perlongher y la narrativa melodramática comprometida del chileno Pedro Lemebel.
Rausch focaliza en un personaje que, por primera vez, no aparece centrado en la figura de Evita, la excusa que motivó previamente su aparición en producciones previas, sino en sus desventuras sentimentales y en el rol de confidente y acompañante de otras grandes presencias del cine y la cultura argentinas.
¿Cómo se narra una vida?, es la pregunta que surge de representaciones mitológicas antes que de personajes realistas, desde Luisa Vehil a Amelia Bence -las estrellas que vistió Paco- pero también de las estrellas de la noche de su pueblo, en un juego de espejos entre infancia y madurez que se aúnan en un permanente reclamo de ternura.
La soledad y la sensación de estar fuera de sitio por su homosexualismo cambian de signo durante la función, ya que serán reconvertidos en pertenencia a una comunidad y en mariconería, como se define al pasaje del escarnio al orgullo queer, al que continuamente se alude de diversas maneras.
Se asiste a una vida desarmada, desordenada que hace presente una letanía representada como una nubecita, un humito violeta. Las escenas magnifican la sensación de melancolía, ante el tango de un amante en Santa Fe y Pueyrredón lugar emblemático de encuentros gays de la generación de Jamandreu-; y las historias de otros desaires de amantes intercambiables: el de gran sonrisa y poco respeto o el que amaneció y se fue.
En el espectáculo, Paquito resume una arque-tipología del hombre gay sufrido, robado, estafado emocionalmente por una multitud de nombres y hombres tan hermosos como rapaces.
La obra recrea un universo de tías de pueblo que no se casaban, maestras que reían. No te reprimas, Paco -lo invoca una de ellas, Pepa, la menor de sus tías-. Va a ser tan marica mi sobrino, trazando una versión positiva sobre ser gay en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, que constituye una posible biografía anhelada.
En ese marco, las tías de Paquito son un coro compasivo y abrazador, que sobrevuela las historias del desamor, configurando el recuerdo insistente de lo que no sucedió pero podría haber sido mejor.
El relato avanza con menciones a figuras del cine de los 50 y, bajo la forma de los monólogos de un personaje tan histriónico como grandilocuente, una vedette de la moda, el modisto performer, se plasma el pastiche, un género que genera sentido a partir de una acumulación plena de artificio y sentimentalidad.
Creo en Santo Tomás y en Marilyn Monroe, enuncia Paquito, en un momento, y se erige como revancha de la mariconería, asumiendo una representación colectiva que llega a su clímax en un duelo verbal con una Zully Moreno -representada como una homófoba- a la que acusa por ser mala actriz.
Con reminiscencias a show de transformismo y atmósfera de vodevil aunque la del Galpón sea una sala de teatro convencional-, Paquito se hace fuerte en la salida y el ingreso continuos de la trama de parte de los actores, que hacen auto-comentarismo irónico y dan la sensación de estar en un show para pocos pero ante 160 localidades colmadas.
En ese camino, se destaca la potente interpretación de Maiamar Abrodos, durante un solo actoral dedicado a Isabel Sarli, como síntesis de otros y otras para una genealogía de íconos queer, drag queens y drag kings de la cultura argentina, que también incluye a Azucena Maizani y Fanny Navarro.
Maiamar Abrodos es una de las cinco primeras personas que recibió, en la ciudad de Buenos Aires, una nueva partida de nacimiento con el nombre que concuerda con su identidad autopercibida, de acuerdo con lo dispuesto por la Ley de Identidad de Género; antes de actuar en Paquito, se lució en piezas como Siglo de oro trans, Buscando a Vassa y Un hembro.
Completan el elenco de la pieza que los sábados a las 22.30 se ofrece en Guevara 326, Nicolás Martin -en la piel de Paco -, junto a Matías López Barrios, Lucía Adúriz Bravo y Paola Medrano, idóneos intérpretes de musical y café concert, con la labor compositiva de Teo López Puccio, y Sebastián Sonenblum en el piano.
Con información de Télam