Control de daños

El plan de estabilización no debería postergarse y debería sumar componentes heterodoxos y ortodoxos.Entre los primeros se destaca un acuerdo de precios y salarios, ingreso universal de emergencia de amplio espectro (con los puntos del PIB que se ahorren en el subsidio a las tarifas) y mecanismos de “desindexación de shock”. Entre los segundos políticas monetarias y fiscales restrictivas que frenarían inicialmente el crecimiento del PIB permitiendo fortalecer las reservas internacionales.

19 de junio, 2022 | 00.05

En momentos en que aumenta la incertidumbre para tomar decisiones es recomendable concentrarse en unos pocos datos clave. El primero es que seguramente el gasoducto Néstor Kirchner, si a partir de ahora todo sale extremadamente bien, recién evitará importaciones de gas a partir de 2024. Ya está, para los tiempos del actual período de gobierno no mejorará las cuentas externas. Recién le servirá a la próxima administración, cualquiera sea su color. Es el dato y, para el análisis presente, no importa de quién es la culpa. Buscar culpables aporta poco a las soluciones, aunque quizá sirva para no perpetuar los errores.

El segundo dato, más fuerte, es que la economía se encuentra dentro de un proceso de aceleración inflacionaria. Acá tampoco importa, como algunos parecen creerlo esencial, encontrar culpables. Una porción de la coalición cree que la culpa es de los oligopolios o de la fuga de capitales, los que serían fenómenos que al parecer sólo ocurren en la economía argentina, otros en cambio creen que, además de los efectos de la pandemia y la guerra, deben repasarse con más detenimiento los lineamientos de la política económica. Pero otra vez el punto es el dato: la economía entró en niveles de inflación peligrosos que pueden terminar definitivamente con la moneda propia, es decir terminar en una dolarización de hecho y no sólo en la perpetuación del carácter bimonetario de la economía.

Y lo que es más preocupante, en el camino hasta podrían registrarse escenarios “pre-hiperinflacionarios”. ¿Qué es sino una inflación de, digamos, el 100 por ciento anual? La inflación actual, que se proyecta por ahora en torno al 70 por ciento, abre ya un escenario de incertidumbre. La hiperinflación, que es muy difícil que suceda con exportaciones en torno a los 85 mil millones de dólares, es en todo caso una explosión, pero una explosión con gran efecto disciplinador que vuelve absolutamente incierto el futuro de un proyecto nacional y popular. No son fenómenos nuevos en la historia económica local, no debe olvidarse que la hiperinflación de las postrimerías del alfonsinismo abrió las puertas a una década larga de menemismo que transformó, profundamente y para mal, la estructura económica e ideológica del país. 

La pregunta inmediata es por qué son tan peligrosos los niveles inflacionarios actuales. Lo primero que suele responderse es porque profundizan la distribución regresiva en contra de los salarios y, en consecuencia, el descontento social, lo que obviamente se traduce en un aumento de la inestabilidad política y de las fuerzas centrífugas al interior de la coalición de gobierno. Sin embargo, los citados son sólo efectos. El riesgo económico reside en que los actores locales están altamente entrenados para sobrevivir en contextos de alta inflación y, en consecuencia, la economía local desarrolló múltiples instrumentos indexatorios. Los contratos tienen cláusulas de actualización cortas, las paritarias redujeron sus tiempos y el aumento de tarifas forma parte del acuerdo con el FMI, amén de que los costos de producción y distribución siguen aumentando. A ello se agrega que el capital comercial es experto en aprovechar a su favor los aumentos generalizados de precios. Dicho de manera rápida con la alta inflación la economía local acelera su indexación provocando una retroalimentación desestabilizadora.

La lectura del Ministerio de Economía es que el shock de precios internacionales provocado por la pandemia primero y por la guerra después ya sucedió, que los aumentos que vienen no tendrán la magnitud de los ya producidos y que, en consecuencia, el cambio de nivel ya se produjo. En este contexto, si se mantiene una política monetaria y fiscal ordenada, es decir sobre la base de los lineamientos acordados con el FMI, la inflación debería comenzar a frenarse. Cuando se le señala a los hombres de Guzmán que el freno no parece estar a la vista suman el argumento etéreo de “las expectativas”. El conflicto político al interior del Frente de Todos afectaría las expectativas de los actores. Aquí aparece el problema del huevo y la gallina, no se sabe qué es primero, pero el dato duro es, como se dijo, que la alta inflación se mantiene y los mecanismos de indexación la aceleran. Llegado a este punto parece volverse indispensable un plan de estabilización.

Pensar en un plan de estabilización es políticamente muy complejo, primero porque no hay forma de que no sea inicialmente desagradable. Un programa de estabilización es eso que también se conoce como “ajuste”. Incluso si no es un programa completamente ortodoxo, la estabilización supone siempre un período que, en el mejor de los casos, congela la foto de la distribución del ingreso. Buscando en la historia reciente dos planes de estabilización “exitosos” muy recordados fueron el Austral y la Convertibilidad, ambos funcionaron al principio y fueron expansivos después del shock inicial. La razón de este carácter expansivo post shock fue que lograron el objetivo inicial principal: frenar la inflación. Ambos, además, contenían lo que debe necesariamente contener cualquier plan de estabilización: mecanismos de desindexación.

Por otra parte, cuando la economía llega al momento de necesitar un plan de estabilización es porque su fragilidad macroeconómica aumentó y, el peor dato, si no se aplica un plan conducido por el gobierno, el ajuste suele producirse de todas maneras, pero de forma desordenada. Por definición un plan de estabilización no es precisamante música para la militancia, sino simplemente “control de daños”.

A la actual administración le queda poco menos de un año y medio. Es poco para transformaciones profundas, pero es un tiempo infinito si no se consigue estabilizar la macroeconomía. Podría presentarse una situación de creciente fragilidad e inestabilidad política con consecuencias peores a perder las elecciones. No debe olvidarse que existe una oposición furiosa y con real capacidad de daño. El plan de estabilización no debería postergarse y debería sumar componentes heterodoxos y ortodoxos. Entre los primeros se destaca un acuerdo de precios y salarios, ingreso universal de emergencia de amplio espectro (con los puntos del PIB que se ahorren en el subsidio a las tarifas) y mecanismos de “desindexación de shock”. Entre los segundos políticas monetarias y fiscales restrictivas que frenarían inicialmente el crecimiento del PIB permitiendo fortalecer las reservas internacionales.

De nuevo, el objetivo es que el gobierno conduzca el proceso y no que se produzca solo y desordenadamente. La supervivencia indica que se necesitará el consenso de las principales figuras de la coalición, ya que un potencial fracaso de la actual administración no le convendrá a ninguno de sus sectores. 2016-19 es una muestra del daño que puede provocarse en apenas un breve interregno. Y no debe olvidarse que cuanto peor salgan las cosas más a la derecha estará el gobierno venidero, en tanto que una estabilización exitosa es la última chance para el movimiento nacional y popular.