El fútbol cómplice del fascista “Capitán Copa América”

06 de junio, 2021 | 00.05

 “¿Y ahora dónde colocamos la pelotita?”, dirigente de la AFA ante la suspensión de la Copa América.

Sumergidos en la niebla, el mundo parece estos días un lienzo de opacidades. Es el efecto colateral de la nostalgia. Extraviarse, dudar, plegarse, dejarse llevar, mantener las distancias, evitar la proximidad, la mezcla. Hay algo de poesía triste en este tiempo desapacible. La bruma estrangula el aire y el hechizo eterno somatiza los duelos como dolores. Es necesario detenerse un instante a escuchar las voces del silencio, a domesticar los demonios que nos habitan, a pedirle a la vida una pausa reflexiva, un deseo amable, una lágrima. Somos un racimo de vidas corrientes, con sus afanes menudos, con sus fulgores cotidianos, con esa invisible placidez que tanto añoramos cuando nos la arrebata la tragedia.

Vivimos un momento distópico y utópico a la vez, entre el miedo y la esperanza, en ese interregno del que hablaba Gramsci cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo está todavía por nacer. Una idea donde descansar ante tanto neoliberalismo rancio, comprimido en una servilleta de papel -como la falsa y famosa curva de Laffer-  y en un decálogo llamado Consenso de Washignton, lleno de desregulaciónes, privatizaciones, bajos impuestos, y el poder magnético de posibles mercados eficientes por encima de todas las cosas. 

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“Hemos de afrontar el hecho de que el mantenimiento de la libertad individual es incompatible con la plena satisfacción de nuestra visión de la justicia distributiva”, escribía en “Camino de Servidumbre” el economista austriaco Friedrich Hayek, padre del liberalismo moderno. Un abismo de políticas económicas de enorme vaciado social que dejaron a millones de personas colgando de las espaldas del mundo. La doctrina sentó las bases de las dependencias masivas que las obsesiones del mercado nos inyecta, abriendo de par en par las puertas al incipiente capitalismo de vigilancia. En el “ aquí y ahora” del que hablaba Walter Benjamín, Hayek se encontraría muy a gusto. El acrónimo FAANG, -Facebook, Amazon, Apple, Neflixt y Google- alcanzaba este año una valoración bursátil de 7 billones de dólares (con “b”), similar al PIB “per cápita” de los mil millones de habitantes más pobres del planeta. Para cuando la curación del mundo.

Las “FAANG” del reconvertido fútbol mundial también desean maximizar sus beneficios. La FIFA, UEFA, CONMEBOL, AFC, CAF y CONCACAF  se han transformado en sospechosos habituales del entramado financiero de fondos de inversión, plataformas televisivas, capital riesgo, fondos soberanos, magnates, jeques, expolíticos, monarcas petroleros, evasores fiscales, multinacionales, publicistas; todos juntos, como monjes negros opacos, agarrando la dicha aquí y ahora, con las manos llenas, sin que nadie les pida una explicación. 

Del fútbol de ayer tan solo queda el recuerdo. De este fútbol millonario nos sacaron a patadas. Ya “fuimos”. Nos borraron. Somos el olvido. Nos quieren invisibles, transparentes. Sin carnet, sin socios, sin hinchas “pelotas” que reclamen derechos, pertenencia, identidad. No será hoy, ni mañana, pero será. Ya lo está siendo.  Este deporte se resquebraja por donde más duele, en un baile bipolar de entretenimiento de masas y arte frívolo para millonarios. Su libertad financiera pasa por silenciarnos, por enmudecernos, por convertirnos en  hologramas de cartón piedra sentados en estadios vacíos, en caparazones huecos de vida. 

La muerte de Gustavo Insúa, chofer del micro de River fallecido por Covid, es un ejemplo de la inercia autoritaria de una Conmebol que se ha presentado como un espectro siniestro a habitar nuestra tristeza. Un fútbol entendido por la organización como un omnipresente dios del Parnaso, afilado, prepotente, que como en las ruinas de Micenas huele a sangre seca. 

El fútbol mundial hace tiempo que no vive de utopías. Dibuja sueños distópicos desde el “turbocapitalismo” del vaciamiento humano que es la televisión. El cerebro antidiluviano de la Conmebol debía decidir donde colocaba la “pelotita”, y apareció un devaluado “Capitán Copa América”, héroe del universo “fascistoide” de la posmodernidad, para defender la “libertad”, la cerveza de todos los días, el andar despreocupado, los contagios, las muertes, y ese fútbol tan necesitado de comprensión y de cariño. 

“Necesito dejar de ver la cara de Bolsonaro en las manchas de humedad de la pared”, reza un graffiti en una calle de Curitiba. Que talento. Uno se reconoce en la epifanía. Son “apariciones” recurrentes, paralizantes, que hielan la sangre. Debo confesar que en mi pared veo más a Patricia Bullrich, pero debe ser porque es más cercana. Necesitamos ya un espacio para refugiarnos.

Con paciencia la desolación cerca el paisaje. Sentados en medio de la soledad, como Alicia al otro  lado del espejo, solo queda el abismo de las vidas que se han ido. Hay un nosotros sagrado, amenazado, un nosotros que es un cuerpo colectivo que asedian, con furia, sin tregua, en esa insólita dureza de corazón, de rencor turbio, de negación del otro como ser humano. 

La vida que no podemos vivir podemos soñarla. Soñar es otra manera de vivir, más libre, más bella, más auténtica. Soñemos; refugiados en la brisa cálida de la poesía. 

                          “Ya somos el olvido que seremos  
                           el polvo elemental que nos ignora. 
                                                                 Borges.
 
 (*) José Luis Lanao, periodista y ex jugador de Vélez, clubes de España, y campeón Mundial Tokio 1979. Ex columnista del grupo multimedia español Vocento y Cadena radial COPE.
 

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José Luis Lanao

José Luis Lanao, periodista y ex jugador de fútbol. Vélez, clubes de España, y campeón Mundial Tokio 1979. Ex columnista del grupo multimedia español Vocento y radio Cadena Cope.