(Por Ana Clara Pérez Cotten) Con una indagación profunda y curiosa al mundo del juego y la ludopatía pero también con la sensibilidad necesaria para indagar en las grietas y las complejidades de un vínculo amoroso, la socióloga y escritora Sol Montero cuenta en La verdad de una noche, su primera novela, la historia de Ana, quien avanza en su tesis de doctorado mientras elabora el duelo y la herencia de su padre jugador y se pregunta cuál es el riesgo de enamorarse de un apostador.
La lectura de Ana, la narradora, a partir de la experiencia de su padre y de Gino, es que el juego es pura destrucción, que ni aún ganando hay creación de valor. El dinero sirve en la medida que habilita otra ronda, que permite seguir, cuenta Montero, durante la entrevista con Télam.
La autora nació en Santa Cruz en 1980 y estudió Sociología en la Universidad de Buenos Aires. En forma paralela, se volcó a estudiar teoría literaria y lingüística, y cuando estaba por terminar la carrera decidió hacer un doctorado en Letras. Desde entonces, se dedica a estudiar el discurso político y el rol del lenguaje en la circulación de ideologías. Escribió una tesis sobre el discurso de Néstor Kirchner en relación con la memoria del pasado reciente, que terminó dos días antes de la muerte del expresidente. Sus investigaciones se ubican en un cruce de disciplinas: entre el análisis del discurso, la teoría política y la sociología. La literatura viene, como casi siempre, a complejizar la ecuación.
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La verdad de una noche integra la colección Cerca de la verdad, editada por Magalí Etchebarne dentro de Penguin Random House, que también publicó novelas como El año que debía morir de Natalia Moret o La Familia Exterior de Sebastián García Uldry, y que apunta a dar cuenta de nuevas y distintas voces dentro de la gran familia de la llamada autoficción.
Los acontecimientos son salvajes, desbocados, impredecibles. No están inscriptos en la estructura de las cosas. Pueden ser o no ser, y pueden ser de una forma o de muchas otras. Se revelan en la excepción, en la suspensión del orden normal, como un rayo en un cielo sereno. Por eso mismo no están hechos para ser objetos científicos. Son inclasificables, no entran en tipologías, no se los ve venir. El amor, la revolución, el arte y el conocimiento son los únicos acontecimientos posibles, siempre y cuando no se trate de un amor burocrático, de una revolución de escritorio, de un arte mercantil o de un saber en serie, reflexiona la protagonista, desde el campus de una universidad francesa en la que trabaja sobre su tesis doctoral mientras intenta darle un cierre a su relación con Gino, repleta de silencios y teñida por el escenario y la lógica del juego.
A medida que la historia avanza, Montero logra despegarse de su rol de socióloga y asume el de narradora, en un giro que al lector le permite conocer las contradicciones del personaje, pero también acceder a las historias y al engranaje de la vida universitaria con sus códigos, intrigas y leyes implícitas.
Télam: Sos socióloga y esta es tu primera novela. ¿Qué pasó en el camino para que decidieras hacer esta apuesta por la literatura?
Sol Montero: Es una pregunta que puede responderse desde lo biográfico porque, además del interés que tengo desde siempre por la literatura, ocurrió la muerte de mi viejo, algo que me descolocó. Porque más allá de todo lo que implica la muerte de un padre, para mí fue un movimiento que implicó abrirme: a leer, a pensar y a escribir de otra manera. Me acerqué en 2017 al taller de Virginia Cosin y empecé a escribir, en una primera instancia, de una forma medio compulsiva sobre ese tema que era sobre lo único que podía y que quería escribir. Era mi primera incursión en este tipo de textos y creo que de alguna manera el duelo de mi padre fue también una despedida de la rigidez de la escritura académica. Inicié una suerte de camino de dos vías, un duelo paralelo, duelo por mi viejo y duelo por la escritura. Porque empecé queriendo saber cosas sobre mi viejo, y tendía a una cosa muy explicativa. Y fue difícil, al principio, romper esos textos muy duros y repletos de información.
-T.: ¿Qué fue lo más complicado? ¿Qué cuestiones te marcaban?
-S.M.: Creo que un poco para hacerle justicia a ese proceso, las intervenciones de Virginia eran casi psicoanalíticas. Ella me proponía todo el tiempo que me animara a escribir sin saber. O, de otra forma: a escribir desde otro lado que no fuera el saber. Me proponía animarme a dejar vacíos, huecos y a no completar todos los blancos. A permitirme una narradora que no supiera todo, que no tuviera todo bajo control. Porque bueno, aunque yo supiera que ahí estaba la clave del discurso literario, no era algo que pudiera permitirme como académica. Creo que el duelo me ayudó a entender que también tenía que deponer esa actitud de querer asir el fenómeno, dar respuestas y estructurar. Virginia me propuso romper y empecé a ver cómo en el quiebre, en esas hendiduras, aparecía lo literario. Y además de sus devoluciones y de las de mis compañeros, la sugerencia de que leyera a Anne Carson cambió todo. Ella, toda una erudita, planteaba textos poéticos, fragmentarios, casi notas. Y bueno, ahí creo que entendí en qué medida era posible, me solté un poco y con la novela, le agarré el gusto a dejar de explicarlo todo.
-T.: Y más allá del registro ¿Cuándo supiste que trabajabas en fragmentos de una historia que podía convertirse en una novela?
-S.M.: Lo que me habilitó a pensar en un texto más orgánico fue la escena universitaria, un espacio que yo conozco como alumna y como profesora y en distintas instancias. Y bueno, Francia. Eso me daba un ecosistema muy rico para desplegar una historia de aprendizaje, en distintos niveles. Y a partir de esa escena, empecé a construir el personaje de Ana, su proceso de tesis, la historia del padre y su propia vida amorosa y el juego con la verdad.
-T.: Como socióloga, te especializás en discurso político. ¿Cómo fue, desde esa óptica, construir el discurso de tus personajes? ¿Cómo hacerlos creíbles?
-S.M.: Me costó la voz de la narradora. Aceptar que ella no necesariamente sabía todo o tenía el control y habilitar que se perdiera un poco. Ocurrió lo que pasa con todos los discursos, en esas mínimas grietas, dudas o contradicciones uno empieza a encontrar cierta riqueza. Y con Gino el desafío fue darle una voz y un cuerpo. Cuando tuve una primera versión de la novela, la trabajé en una clínica con Cynthia Edul y ella me ayudó a darle las últimas vueltas al texto. En esa instancia, fue muy importante trabajar la cuestión contundente del cuerpo de Gino. Y fue extraño porque creo que recién logré hacer eso cuando lo ubiqué sociológicamente dentro una clase alta venida a menos y cuando pude delinear una problemática moral alrededor del juego.
-T.: La protagonista, casi en una reflexión al pasar, se autodefine como Observadora participante una categoría que se usa mucho en la investigación en Ciencias Sociales. ¿En qué cambia su forma de mirar el mundo?
-S.M.: La voz y el foco son los de una persona que se acerca a un mundo muy oscuro a espiar pero que está de prestado, que logra sustraerse a eso. Y creo que es porque el personaje es bastante racional y autocontrolado. Tiene, entonces, todo el tiempo esa actitud de ser curiosa y estar atenta pero siempre de una forma prudente y medida. Usa incluso la metáfora de meterse en la selva porque siente que entra a un túnel salvaje del que sale transformada, es un aprendizaje.
-T.: Hay un tratamiento del dinero por su valor de cambio, pero no por su valor de uso, muy vinculado a la lógica del juego. ¿Qué cuestiones alrededor de ganar y perder dinero te interesó trabajar?
-S.M.: La lectura de la narradora, a partir de la experiencia de su padre y de Gino, es que el juego es pura destrucción, que ni aún ganando hay creación de valor. El dinero sirve en la medida que habilita otra ronda, que permite seguir. Por eso, en general, a los ludópatas no les interesa el dinero para hacerse ricos sino más bien para seguir alimentando la rueda del hamster que persigue algo. También trabajé alrededor de las otras formas de capital: existe el capital económico, pero también los dones que son lo más simbólico, lo que se da y se recibe y todo el problema de la herencia.
-T.: Que hayan premiado a Annie Ernaux con el Nobel de Literatura revitalizó el debate
alrededor de la autoficción y de la pertinencia sobre adoptar nuestras historias para hacer
literatura. ¿Cuándo y en qué medida te resulta válido hacer ese recorte?
-S.M.: Me genera mucha felicidad que la novela integre una colección que se llama Cerca
de la verdad. Creo que Maga Etchebarne entendió perfecto qué implica esta literatura que bordea lo real, que se asoma pero no es, que coquetea. Una literatura de aproximación. Creo que la literatura siempre es personal y busca la verdad: en mi caso, la narración está totalmente impregnada de mi propia vida. Me parece muy interesante, además, que en los últimos años esto esté tan vinculado a la voz femenina. Creo que a diferencia de las voces masculinas -durante mucho tiempo proclives a edificar novelas decimonónicas de gran estructura, potentes- las mujeres que eligen la autoficción hacen un camino más volcado al fragmento, al matiz y al recorte
Con información de Télam