(Por Claudia Lorenzón) Considerado uno de los 25 mejores narradores menores de 35 años por la revista española Granta, el uruguayo Gonzalo Baz, aborda en su primera novela "Los pasajes comunes" una historia marcada por la violencia que tiene su correlato en la precariedad del edificio de departamentos donde viven los protagonistas, en el Uruguay posterior al 2002, "un período de degradación económica y social, con resonancias hasta el día de hoy", afirma el autor.
En la obra, editada por Criatura editora, el protagonista evoca desde el presente, como en una especie de memorias de la oscuridad, la adolescencia junto a sus amigos Sami y Lucas, con quienes en un intento por huir de la decadencia que se filtra hasta el corazón de las diferentes familias, ocupan lugares externos al edificio -no menos escabrosos, peligrosos que el interior de esas edificaciones- donde abunda la violencia policial, la indigencia y la muerte.
Con una narrativa despojada y un planteo de madurez compositiva, Gonzalo Baz (Montevideo, 1985) construye una historia donde lo colectivo ocupa un lugar central y recoge ecos de los tiempos de la dictadura uruguaya que persisten décadas después. "Aunque no puedo decir que sea una novela autobiográfica, mucho de lo que sucede, de los personajes, situaciones y, sobre todo, la atmósfera de la novela, surgen de haber habitado un lugar así en una época tan peculiar como fue la crisis del 2002, año en que se desmoronó la economía del país", dice a Télam, el autor.
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- Télam: ¿Cómo surgió esta historia atravesada por la idea de un universo narrativo en descomposición, que alude a la memoria?
- Gonzalo Baz: Las historias de "Los pasajes comunes" surgen principalmente del propio escenario que es un complejo de edificios de viviendas creado en los años 70 en Montevideo, Uruguay. Me interesaba pensar desde la propia arquitectura del lugar, qué relaciones tenía la historia del complejo y la organización del espacio con la forma en que estos adolescentes se relacionan y proyectan. El motor de la narrativa fueron algunos recuerdos de mi propia adolescencia viviendo en un complejo muy similar al de la novela. Aunque no puedo decir que sea una novela autobiográfica, mucho de lo que sucede, de los personajes, situaciones y, sobre todo, la atmósfera de la novela, surgen de haber habitado un lugar así en una época tan peculiar como fue la crisis del 2002, año en que se desmoronó la economía del país con todas las consecuencias sabidas.
- T: La novela aborda la degradación de lo edilicio a la par de la degradación de lo humano. ¿Por qué te interesó trabajar sobre este tema? ¿Qué contacto hace con el Uruguay del presente, símbolo de la opulencia?
- G.B: El período en el que suceden los hechos de la novela, que es un período de degradación económica y social, tiene resonancias hasta el día de hoy. Me interesaba explorar el universo afectivo de adolescentes que crecieron en ese contexto de depresión económica y que hoy tenemos treinta y largos. De cierta forma sí hay varios puntos de contacto con el Uruguay actual que se vende como un país en crecimiento, pero que por momentos recuerda a ese Uruguay posterior al 2002 con gente durmiendo en la calle, con miles de personas comiendo en ollas populares, con una violencia creciente, con la tasa de suicidios más alta de Latinoamérica. La opulencia es una mentira. Vivo en frente a un lugar donde cuatro veces por semana los vecinos organizan una olla popular que siempre está llena y así, en muchísimos barrios de Montevideo y de todo el país. Lo mismo con los casos de violencia policial, algo tan presente durante aquellos años en los que muchos barrios como el que aparece en la novela eran catalogados como zonas rojas, un discurso que habilitaba las prácticas policiales más rancias hacia los jóvenes. Hoy por hoy siguen sucediendo abusos, sigue habiendo casos de gatillo fácil, sigue habiendo persecución a los jóvenes.
- T: El espacio en que transcurre la novela tiene un peso determinante en la vida de los personajes. ¿Cómo concebís el espacio físico en el desarrollo de tu obra?
- G.B: Por lo general, cuando estoy escribiendo me pasa que a partir de un espacio recordado o imaginado, se empieza a desplegar lo otro, algo que subyace a las ciudades, los barrios, las calles No concibo el espacio físico como un escenario donde sucede la acción de los personajes, sino como entidad actante, con su propia historia y su propio deseo. Sea un complejo de viviendas, una casa en ruinas, una plaza o una ciudad, siempre hay algo latente que se presenta indescifrable para los personajes que los habitan. El lugar, además, es colectivo, tiene varias capas, materiales, mano de obra en caso de que se trate de espacios urbanos. Tener en cuenta todo eso implica una escritura no tan centrada en una mirada subjetiva que interpreta todo desde su propio bagaje, los lugares tienen su sensibilidad y su hermenéutica.
- T:¿Cuánto de la animalidad o de la vida de los insectos se filtra en esta historia?
- G.B: Lo animal irrumpe de una forma un poco perturbadora. Para algunos personajes aparece como señal o presagio de que algo está sucediendo o por suceder. La mayoría de las veces son elementos de extrañamiento, porque los animales tienen su propia forma de habitar el complejo y también reaccionan a las cosas que suceden a su alrededor. A las personas nos asusta constatar que habitamos con otras criaturas que no solemos ver, como las ratas o los insectos. La irrupción en público y a plena luz, muchas veces genera conmoción. Hay algo de esa relación entre ciudad y animalidad revelada presente en toda la novela y también en mi libro de relatos anterior que se llama "Animales que vuelven".
- T: El desarraigo está muy presente en la obra. ¿Esta historia y estos edificios serían el ejemplo de los lugares que expulsan a sus habitantes o en los casos más límite, son escenarios de muerte?
- G.B: Son lugares que no están pensados para lo común, por la esencia autoritaria de la planificación del espacio, por la atomización de familias que conviven en un territorio reducido, por la forma y los materiales con los que están construidos los edificios. Es por eso que los tres protagonistas de la novela terminan apropiándose de espacios intersticiales, de pasaje, periféricos a la dinámica del lugar.
- T: La violencia policial, el gatillo fácil están muy presentes en la historia, al punto que los policías terminan matando varios jóvenes. ¿En qué medida esa realidad se vincula con los abusos cometidos por la dictadura?
- G.B: Las formas que toma la violencia es uno de los temas de "Los pasajes comunes". La violencia policial es la más evidente, pero también hay otros tipos de violencia más solapados que están en el propio lugar, en la arquitectura, en la administración de lo común. Si bien los hechos no transcurren en dictadura, hay réplicas de ese período que afectan a los personajes. El complejo es creado por militares durante los años 70, aunque ahora pasaron casi dos décadas y quienes habitan el lugar siguen contándole historias de espionaje militar a vecinos comprometidos con ideas políticas de izquierda. Todas esas historias se contaban en mi barrio cuando yo tenía 16 años, muchas veces se exageraban, se les adicionaban cosas para hacerlas más interesantes, se cambiaban contextos.
Siempre me interesó la ficción que nace del malentendido, suele ser una ficción colectiva, de teléfono descompuesto, pasa en las historias familiares que nos cuentan y también en el barrio. De ese material está hecha la novela.
- T:¿Cómo concebís la escritura, la creación literaria, hay intención de dejar testimonio?
- S.B: La práctica de la escritura es ese lugar al margen, un poco extraño, al que le puedo inventar una historia y ponerle un nombre, al igual que Sami y Lucas le ponen "el infinito" o "el diluvio" a los lugares que se apropian. No tiene nada que ver con dejar un testimonio, sino con construir un lugar habitable, abierto y articulado con otros espacios. Lo que le sucede al narrador es algo que tiene que ver con eso, al intentar volver al barrio de su infancia, se da cuenta de que las vías de acceso están dinamitadas y que el camino lo lleva a otro lugar, un poco onírico, un poco fantaseado, solapado con otros lugares en los que vivió.
- T: En la novela hay episodios relacionados con la atracción por el fuego como un elemento que posibilita la destrucción, por un lado, y que produce fascinación.
- G.B: Hay una fascinación con el fuego y con incendiar todo lo que genera degradación. Es una forma de exteriorizar el deseo, hay algo de potencia, de voracidad y de peligro que el fuego simboliza y que es la forma en que, por decisión propia o no, estos personajes viven su adolescencia.
- T: Las pérdidas son otro tema en el marco de esta historia. Pero hay un caso inocente, risueño, pero arriesgado, de una mujer que perdió su cafetera y la recupera al romper la ventana de un negocio donde estaba expuesta. ¿Fue un pequeño lugar para la esperanza, entre tanta muerte de gente joven?
- G.B: No lo pensé así, simplemente es un relato que podría ser parte del libro de Augusto. Es un libro bastante invertebrado, por lo que sentí la libertad de agregar algunos relatos que los lectores podrán conectar o no con el resto.
Con información de Télam