(Por Carlos Aletto). En su libro "Lo que sobra", Damián Tabarovsky aborda varias ideas relacionadas con el arte y la lectura vanguardistas, partiendo de que estos objetos se hacen con lo que no tiene una función y escapando así de la influencia del capitalismo, donde el derroche se presenta como una estrategia intelectual y conceptual para boicotear la lengua del capitalismo.
"Creo que la vieja tradición anarquista del sabotaje continúa plenamente vigente", asegura el autor.
Una de las preguntas centrales del libro "Lo que sobra" es cómo se puede pensar la doble condición de hacer arte con lo que sobra y la capacidad del capitalismo de absorberlo todo en nuestra contemporaneidad. Tabarovsky, autor de libros como "El amo bueno", "Fantasma de la vanguardia" y "El momento de la verdad", se propone en el libro llegar a una respuesta a esa pregunta, una conclusión a ese horizonte conceptual para poder establecer una estrategia de resistencia y combate.
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Una vez parado sobre algunas certezas ideológicas, su objetivo es "repensar críticamente los modos de acumulación e intercambio, que son los motores de la época", asegura a Télam el escritor, académico graduado en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París y editor de Mardulce.
Ante la pregunta por cómo pensar una literatura que no se vuelva mercancía, aparece la idea del Caballo de Troya, "muy desarrollada por Héctor Libertella", explica Tabarovsky, quien aclara "tampoco es casual que se llamase así la colección fundada por Constantino Bértolo", la idea del pensador es la posibilidad de "entrar a la ciudad imprevistamente, poner un palo en la rueda, y volver al margen". "Creo que la vieja tradición anarquista del sabotaje continua plenamente vigente", sostiene.
Tabarovsky reflexiona en su trabajo sobre lo que comúnmente se conoce como "neoliberalismo", considerándolo más que simplemente un plan económico o una instancia política, como una forma de existir en el mundo. Identifica la existencia de un modo de vida neoliberal que permea todos los aspectos de la realidad, incluso aquellos que parecen ser más íntimos. Destaca que la cultura no queda excluida de esta ideología total y totalitaria.
Según él, el neoliberalismo se manifiesta a través de una guerra civil solapada, ocultando su naturaleza bélica al invertir el discurso y presentarse como libertad. Por lo tanto, plantea la necesidad de cuestionar las condiciones de producción cultural y literaria en este escenario. Asegura que el neoliberalismo no solo determina los modos de circulación de la cultura y la literatura (utilizando el modelo de Penguin Random House como metáfora del mundo), sino que también influye en las propias escrituras y estéticas. Por esta razón, considera que es una prioridad política volver a discutir sobre las estéticas. Para Tabarovsky, el debate sobre la frase, qué palabras se utilizan y cuáles se descartan, y cómo estas palabras se articulan en una frase que adquiere sentido, no es en absoluto algo ocioso o meramente esteticista, sino que se relaciona con la forma primordial de lo político en la literatura. En este sentido, plantea que la resistencia al neoliberalismo comienza por medio del lenguaje.
-Télam: ¿Por qué considerás que muchos escritores contemporáneos adoptan el vanguardismo académico como una forma segura de escribir?
-D.T.: Desde mi libro "Literatura de izquierda", hace ya casi 20 años, vengo discutiendo sobre estas cuestiones estético-políticas. En ese momento -y muchas veces todavía hoy- se trataba de escritores políticamente progresistas pero que llevaban a cabo una escritura totalmente conservadora que, además, colocaba al mercado como horizonte final de la literatura. Incipientemente, ya ahí aparecía otro fenómeno concomitante, que luego se desarrolló mucho más, y es lo que llamo "vanguardismo académico". Hoy casi no hay forma de escribir una novela que no sea inteligente. Por lo tanto, la inteligencia se ha vuelvo una forma más de la estupidez. Circulan los saberes académicos y técnico-profesionales (en el sentido de las técnicas de la escritura) como nunca antes: ya casi no existen escritores que no hayan ido, o a la universidad, o a talleres y cursos de "escritura creativa", o a ambas cosas a la vez. Pues, en sintonía con el sentido común progresista que sigue colocando al mercado como horizonte último para la literatura (y que entonces se imbrica plenamente con lo neoliberal: hay que entender al progresismo insulso como al hermano bobo del neoliberalismo) es muy sencillo escribir una novela con unas gotitas de experimentación aprendida de la tradición del siglo XX, dos vasos de cuestiones de género, un poco de ecología, 10 centímetros de distanciamiento, una dosis de temas de moda en la academia (el cuerpo, la enfermedad, el deseo, la tecnología, u otra vez las cuestiones de género) y listo el pollo: he aquí una novela de hoy que tendrá, probablemente, muy buena recepción. De hecho, salen de imprenta con el manual de instrucciones de uso: por el mismo precio vienen con los "papers" ya escritos para los congresos, las reseñas ya listas para los suplementos, las reservas ya emitidas para los viajes, las tapas ya resplandecientes para las librerías, y los textos ya óptimos para que los lectores despistados piensen que están ante una novela "vanguardista" pero que, por arte de magia, logran comprender fácilmente sin tener que hacer el menor esfuerzo....
-T.: ¿Cuál es la importancia de invocar el fantasma de la vanguardia en el presente?
-D.T.: Un fantasma es algo que ya murió, pero que de alguna manera está. Algo con lo que podemos dialogar. No es como los zombis, que son la muerte después de la muerte, la muerte de la muerte que camina, y con los que no nos es posible conversar. Un fantasma, en cambio, está ahí, flotando, entrando y saliendo, apareciendo y desapareciendo. El fantasma es la ambigüedad misma. Y mucho más aún el fantasma de la vanguardia. Y por eso conversamos con él en el malentendido: a veces el fantasma nos habla y no lo escuchamos. A veces le hablamos y no nos responde. No obstante, ese dialogo imposible sigue siendo un horizonte imprescindible para la literatura contemporánea. El arte de la literatura es también y sobre todo, el arte de hablar de un modo imposible con el fantasma.
Entonces, ¿qué trae el fantasma de la vanguardia para nosotros? ¿De dónde viene? Es una voz venida de otra parte, como una especie de monólogo exterior en el que se superpone el narrador, los personajes y la narración misma. Es una ruina. Una huella. La retirada del fantasma llama a las huellas, y las huellas a las ruinas: estamos ya en el terreno de la literatura. O mejor dicho: de lo literario. Porque si lo político del fantasma, al menos desde "Hamlet", es esa retirada, ese fundar fallido, su traducción entonces se vierte en la narración literaria: habría que establecer una distinción entre lo literario y la literatura. Si en nuestra época lo que se retira es lo literario, si su ausencia encandila, es precisamente porque lo que rebalsa, lo que llena, lo que colma es la literatura (hay que entender aquí a la literatura como un sistema de gestión administrativo). Nuestro tiempo se vacía de lo literario y se atesta de literatura. Por donde vamos nos topamos con la literatura: es la escritura sin interés, la sintaxis sin atributos de la mayoría de las novelas del presente, la novedad que no renueva nada del mercado editorial.
-T.: ¿Cuál es tu visión sobre el papel de las redes sociales en la difusión del vanguardismo académico en la literatura?
-D.T.: "Escribo para no ser escrito", decía Fogwill, y yo podría agregar que no pienso demasiado en las redes para no ser pensado por ellas. Si bien intento evitar en todo lo posible caer en categorías morales, sobre este tema no puedo no señalar que las redes tienen algo que ver con el mal. Podríamos decir, también y acertadamente, que el mal forma parte de la existencia humana y que, una de sus expresiones o derivaciones -lo maldito- ha sido inmensamente productiva para la literatura, la cultura e, incluso, para la ética (es un tema demasiado extenso como para tratar aquí: solo quiero dejar constancia del interés ético que existe en la tradición del malditismo estético, en una ética que desafía, aún a riesgo de coquetear con el precipicio, las convenciones del humanismo y el progresismo). Pero nada de eso ocurre con las redes. No hay un ápice de interés intelectual o estético en su desarrollo. Solo, nuevamente, formas de control y dominación social publicitadas como libertad y autonomía personal.
Con información de Télam