Christian Kupchik: "No me interesa escanear la realidad como una pintura hiperrealista"

12 de abril, 2022 | 16.12

(Por Claudia Lorenzón) En su nueva obra "Pranzalanz", Christian Kupchik se refugia en la poética de la alegoría, de la parábola y el misterio de lo mitológico para abordar historias que plantean interrogantes sobre la muerte, la violencia ancestral nacida con el primer ser humano, y otros relatos cruzados de realismo en los que rescata la figura de escritores como el francés Guy de Maupassant enfrentado al avance del progreso.

Con un relato en el que los habitantes de un pueblo se transforman en guardianes de la muerte; otro donde Buda ofrece su cuerpo para salvar una paloma del acecho de un halcón, o donde el vínculo amoroso entre una diosa y un gigante se vuelve asfixiante y nocivo, el autor ubica las historias "en tiempos y espacios indefinidos", inspirado en autores que "atacaron lo real desde la distorsión".

Lector incansable, periodista y editor del sello Leteo, el escritor manifiesta haber explorado el mundo de los libros de manera caótica y voraz, a tal punto que cuando comenzó estudios de psicología "leía los casos clínicos de Freud como si fuera literatura fantástica".

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Autor de siete libros de poesía, traductor del inglés, francés, italiano, sueco, noruego y danés, especialista en filología de lenguas nórdicas y literatura de viajes, Kupchik dialogó con Télam acerca de este libro, editado por el sello Dualidad.

- Télam: Muchas de las historias de "Pranzalanz" tienen una estructura relacionada con el relato alegórico y bíblico, ¿cuál fue el espíritu que te guió al escribir este libro?

- Christian Kupchik: Los relatos se nutren de ciertas fuentes fundacionales, que siento nos constituyen. No solo los textos sagrados y las cosmovisiones de distintas culturas, sino también mitos y leyendas, que tienen un registro que apela a la alegoría y la parábola. De los mitos griegos y romanos hasta el Popol Vuh y el Kalevala finlandés, de las Mil y una noches a las Eddas islandesas, hay un denominador común marcado por una serie de imágenes y una libertad expresiva que dejaron un legado más que importante. En el caso de los relatos de "Pranzalanz" tomé las referencias de estos textos sagrados o mitos como contexto, pero ninguna de las peripecias que se narran allí están vinculadas a esos textos. Son ficciones independientes. Ubicarlas en tiempos y espacios indefinidos me brindó la posibilidad de resignificar algunas obsesiones de lo real. No me interesa escanear la realidad como una pintura hiperrealista ni mucho menos someterme a una suerte de agenda programática. Me siento más cercano a autores como Swift, Novalis, Bruno Schulz, Walser, Kubin o los uruguayos (increíble: un país de tres millones con tanto talento) como Felisberto, Levrero, Armonía Sommers, Marosa di Giorgio o Felipe Polleri, entre otros, que atacaron lo real desde la distorsión, por fuera de lo que debía decirse o mirar.

- T: Los nombres que aparecen en el libro, desde el título, llevan al lector a trasladarse a otras culturas. ¿Cómo se juega tu literatura propia de los viajes y la musicalidad con la escritura?

- C.K: Desde muy chico sentí fascinación por algunos topónimos (Dinamarca, Transilvania, Samarkanda), e incluso llegué a ir a ciertos lugares sólo por el embeleso de sus sonidos. Tanto la literatura de viajes como la música se integran dialécticamente a la hora de escribir. Tengo cierta obsesión con la musicalidad, con el ritmo. La palabra "Pranzalanz", incluso, no es fruto del azar: busqué un término que al comienzo y al final uniera los dos polos y el ecuador del alfabeto (la conjunción anz), del mismo modo que nombres de personajes y espacios fueron premeditados en función del contenido. Juego con las aliteraciones y sonoridades.

- T: La muerte aparece de distintas maneras en varios cuentos. ¿Por qué te interesó hablar de un pueblo que se resiste a aceptar la finitud de la vida?

- C.K: Supongo que debe tener que ver justamente con la dificultad de aceptar la finitud. No obstante, "Camino a Pranzalanz" escrito hace 30 años, me proporcionó una sorpresa mayor: después de mucho tiempo sin leerlo, volví a encontrarlo para la corrección de galeras en plena pandemia. Y me pareció una suerte de procastinación. Sobre todo por lo ocurrido en el 2020, cuando existía una psicosis por no saber de dónde había llegado esa peste, ni cómo combatirla, ni protegerse, y parecía que todas las medidas para prevenir el contagio eran inútiles, salvo el aislamiento total. La Covid se planteaba como el "crimen perfecto". Encontré una especie de paralelismo con el relato que me impresionó mucho, aunque cuando fue escrito no había pandemias que acecharan.

- T:En "Tristes triunfos pasajeros" aparece el tema del asesinato, la dominación y el sentido de la vida. "El vacío comienza donde termina el sentido", dice.

- C.K: "Tristes triunfos pasajeros" toma su título del tango "Mano a mano", de 1927, de Gardel y Razzano con letra de Celedonio Flores, aunque en realidad en el mismo se utiliza el adjetivo "pobres" y no "tristes". Aquí trabajé más con la utilización del grotesco dentro del presente. Vivía en Suecia, por entonces uno de los países con los estándares más altos, pero a la vez no podía dejar de advertir que ciertos grupos de personas -no sólo inmigrantes, también nativos sumergidos en situaciones de marginalidad- habitaban una suerte de limbo marcado por el vacío más absoluto. La pregunta que surgió entonces, fue: ¿qué tiene para perder quién ya lo ha perdido todo? En sociedades menos desarrolladas, todavía queda un resto para algún gesto de rebeldía o agitación, aun cuando muchas veces resulta condenable. En el caso de los llamados estados de bienestar, esa rebeldía resulta anestesiada con una intervención que deja a los sujetos reducidos a una condición cuasi vegetativa. De allí que uno de los personajes del cuento decide entregarse por entero a la voluntad del otro. Y como esclavo, logra un reconocimiento de su humanidad que le estaba vedado anteriormente.

- T: "Vivir en la colina" es uno de los cuentos más poéticos. ¿Cómo llegó a vos esa historia del pintor y por qué te interesó en un juego poético, la historia de un artista atribulado por la pérdida del seno materno?

- C.K: Poco tiempo después de llegar a Suecia asistí a un concierto de cámara con obras de Schubert en lo que fue un palacio que perteneció al príncipe Eugen Waldemarsudde, un sitio bucólico, muy bello, y ahora es un museo. Lo recorrí y descubrí que cobijaba una colección de pinturas de Anders Zorn, un artista sueco del XIX de quien no sabía nada. Las pinturas me sedujeron de inmediato, tenían una luz subyugante y un manejo del erotismo singular. Las que más me sorprendieron mostraban enormes mujeres, unos cielos increíbles y el agua en movimiento. Estas imágenes se asociaron al tema del desarraigo, que va mucho más allá de la relación con una tierra. La distancia con el seno, con lo esencial, con lo que nos conecta a lo más profundo de nuestras inquietudes, me pareció que se vinculaban a las representaciones de Zorn.

- T: En "Un paquidermo en el placar" aparece la figura de Maupassant con una observación sobre la torre Eiffel . ¿Por qué te interesó la figura de Maupassant?

- C.K: Siempre tuve en alta estima la prosa de Maupassant, para mí uno de los mejores cuentistas del XIX. Pero no solamente me impresionaba su producción literaria, sino también su posición frente al mundo de las letras. Ahijado por Flaubert primero y por Zola después, pudo haberse beneficiado de sus respectivos influjos. Sin embargo, no creyó en nada, jugó y apostó por el instinto y, naturalmente, perdió. No estuvo en ninguna parte, no participó en nada nuevo, atroz o extraordinario, y no obstante desafió como nadie la intimidación de la vida burguesa, el mal aliento del progreso, las advertencias de la razón. No pretendía más que ser un animal. "Hay que estar poseído de un estúpido orgullo para considerarse otra cosa que ser un animal apenas superior a los demás", escribió.

De los cuentos de Pranzalanz es el más "joven" y desde un primer momento quise incluir a Maupassant como personaje. Muchas de las cosas que se cuentan allí son reales (sobre todo su oposición a la Exposición Universal y a la torre, también sus domicilios y la sífilis), pero la mayoría es ficción. Dos de mis obras predilectas son "Vidas paralelas", de Plutarco, y "Vidas imaginarias", de Marcel Schwob. Me fascina incursionar en esa suerte de biografías apócrifas, que acaban diciendo más que la hagiografía oficial de alguien.

-T: ¿Y cómo asocias esa búsqueda literaria con tu experiencia como periodista cultural?

- C.K: En una etapa de mi trabajo como periodista cultural entrevisté a músicos de rock que llegaban de gira al país. Las ruedas de prensa eran largas sesiones donde se repetían más o menos las mismas preguntas, y si te tocaba estar entre los últimos, los músicos respondían hastiados y mecánicamente. Se me ocurrió entonces algo que me había sucedido de casualidad con Tom Waits en Estocolmo: él no estaba de muy buen humor, respondía con gruñidos y monosílabos, hasta que en un momento acerté a preguntarle por su obsesión con los zapatos. Cambió radicalmente y creo que fue una de las experiencias profesionales más felices que recuerdo. De modo que apliqué el mismo principio con otros entrevistados: hablamos de astronomía con Brian May, de westerns con Joey Ramone (gran coleccionista y fanático de John Ford), de literatura con Mark Knopfler (estudió filología inglesa antes de ingresar a los Dire Straits). Al principio se sorprendían, pero luego se soltaban agradecidos. La literatura tiene que ver mucho también con eso: vivir la vida de otros. Ser otro en el otro.

Con información de Télam