(Por Claudia Lorenzón) Con una historia que hace eje en la amistad y sus posibles desencuentros, la escritora Agustina Caride aborda en su novela, "Donde retumba el silencio", el vínculo entre dos mujeres que, desde lugares de pertenencia muy diferentes, construyen una relación de unión y hermandad que se verá jaqueada por diferencias ideológicas y derivarán en el contrapunto que en los últimos años tomó el nombre de "grieta".
Enclavada en la Ciudad de Buenos Aires, la obra reconstruye desde un presente enrarecido por la pandemia el derrotero de Elvira, una docente llegada, en su juventud, desde Rosario a la Capital Federal, y de Leonor, quien ha nacido en una familia de terratenientes ahora en descenso. Si bien en un primer momento esa pertenencia social no intervendrá en el vínculo, luego será definitoria en el destino de la relación.
Marcada por el ritmo de lo sugerido y con un tono intimista, la novela focaliza en la vida de ambas mujeres, de casi 80 años, y de la amistad que fueron cimentando desde los 70: el primer encuentro casual en una plaza, el crecimiento y destino de los hijas, las cenas compartidas en pareja, hasta el momento en que, por dichos en los que se deslizan diferencias políticas, se produce el distanciamiento.
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"No me interesaba tomar la palabra, sino la temperatura que genera esa palabra. De hecho, evité el término 'grieta' en toda la novela porque no era la intención hablar de política sino de humanidades. De cómo algo que no existe está ahí, latiendo en la cotidianeidad de las vidas. Cómo la intolerancia propia del país fue escalando", dice Caride, ganadora con esta obra del Premio Clarín Novela 2021.
Autora de las novelas "Y sin embargo no llovió" y de "No habrá sino ausencias", la escritora dialogó con Télam sobre esta novela, editada por Alfaguara, cuyas inicios dieron a luz en plena pandemia.
- Télam: La amistad entre dos mujeres atraviesa la novela. ¿Qué te llevó a abordar esta temática que implica un vínculo en el que se cuela la hermandad, la complicidad, la confesión, tan típica del ser argentino?
- Agustina Caride: Precisamente por eso, porque somos muy "amigables", es que quise hacer algo así como una oda a la amistad que solemos cultivar, sobre todo las mujeres. Esa hermandad que nos une a veces desde la infancia, otras que nos da la vida, pero que en nosotras se vuelve sagrada.
- T: Como en tu novela anterior, el tema de la familia está muy presente, es lo que le da ese clima intimista a la novela.
- A.C: Mis primeras amigas, las de la infancia, fueron impuestas, no surgieron en el jardín de infantes sino de la relación que mamá hizo en la plaza con otras mujeres que buscaban el espacio verde y al aire libre para sacarnos de los departamentos. El barrio fue un refugio y un personaje, fue cómplice de cada juego y delimitó el mapa de mi niñez. Lo intimista de la familia, creo, está ahí, en las casas (en la anterior novela el departamento donde vive la narradora cobra protagonismo), en el barrio, en la ciudad y por lo tanto, yendo de menor a mayor, en el país.
- T: Elvira, jubilada docente, representa al provinciano que llega a Buenos Aires. ¿Por qué te interesó que esa cuestión estuviera presente en la obra?
- A.C: Porque la novela iba a trabajar con distintos elementos históricos, como telón de fondo. Y las inmigraciones internas son definitivamente parte de nosotros. Por otro lado, quería marcar el contrapunto entre Elvira (Vira) y Leonor (Leo), marcar las diferencias en sus recuerdos de infancia y sus clases sociales. Una viene del interior, es la clase media que asciende (tiene título), la otra viene de campos heredados y ya perdidos (no terminó ni el secundario), es la clase alta que desciende y ahí, en ese momento que podemos llamar generacional, se encuentran, como equilibradas.
- T: La novela está atravesada por el contexto político de cada momento histórico al que se hace referencia, pero, por otro lado el tema de la grieta es central. ¿Desde qué lugar y por qué te interpela este tema?
- A.C: Si tomamos la historia de nuestro país, la intolerancia existió desde su nacimiento. Podemos recordar frases históricas como Matemos a Dorrego, dicho en una carta por Del Carril a Lavalle, o a José Mármol hablando sobre Rosas -Ni el polvo de tus huesos la América tendrá- o la frase de Perón Al enemigo, ni justicia y así podríamos hacer una larga recopilación de esa imposibilidad de acuerdos que sufrimos. La novela arranca en los 70 y desde ahí avanza hasta el presente con la historia como telón de fondo, de modo que esto a lo que hoy llaman grieta es el propio presente de las protagonistas, cómo no ser preponderante si es el hoy. Sin embargo, no me interesaba tomar la palabra, sino la temperatura que genera esa palabra. De hecho, evité el término grieta en toda la novela porque no era la intención hablar de política sino de humanidades. De cómo algo que no existe está ahí, latiendo en la cotidianeidad de las vidas. Cómo la intolerancia propia del país fue escalando. Y molestando. Molesta hablar de grieta. Molesta que alguien haya designado la palabra y tal vez sea porque la palabra esté connotando. Escribo porque tengo preguntas, y pretendo en la literatura encontrar las respuestas. ¿Qué hay detrás del término? ¿Qué no señala? ¿Qué dice en los que la usan y qué no dice en los que la niegan?
- T: En cuanto a los aspectos formales, en la novela hay cosas no dichas, imágenes que hablan. ¿Cómo fue la construcción de esos silencios?
- A.C: Un desafío y por otro lado una realidad. Escribir es, para mí, no decirlo todo. A mis alumnos les hago la comparación con el cine y les hago siempre la misma pregunta: cuando recordás una escena en una película, ¿recordás el diálogo? Y la respuesta suele ser no. No solemos acordarnos de lo que se dice, sino lo que se hace. En la cabeza tenemos a los personajes en acción, vemos sus caras, sus gestos, la actuación, el espacio donde están. Es la imagen la que habla y entonces en esta novela en particular, el recurso era en sí una herramienta literaria, era la materia misma de la escritura y me permitía evadir eso que no se dice, eso que molesta, eso que incomoda, eso que si ellas decían podía arruinar la amistad. La pregunta fue: y el silencio ¿la salvó?
- T: Comenzaste a trabajar en esta novela en pandemia. ¿Cómo te impactó en lo personal esa situación?
- A.C: Al trabajar desde casa no me cambió la rutina diaria. Tengo la suerte de tener hijos grandes, desde la ventana veía familias con chiquitos en los balcones y agradecía a los míos semi adultos e independientes. Por supuesto que no fue todo un lecho de rosas, dudo que lo fuera para alguien y eso está también en la novela. Tengo una tía de 88 años que en varias ocasiones creí que se me desmoronaba, la dificultad tecnológica, no poder explicarle cómo meterse a un Zoom, cómo mantenerse activa aunque fuera por la pantalla. Un alumno cumplió los 80 en la pandemia y me impactó mucho ver cómo envejecía semana a semana. Falleció el año pasado, y uno se pregunta si no fue el encierro el que lo terminó enterrando. Eso sí me preocupaba, los opuestos, las infancias cortadas y la vejez prematura, acelerada o impedida. Porque a cierta edad, quedarse sin un año debía ser fatal.
El menor de mis hijos se pasó el 2020 tocando un teclado, descubrió que le gustaba la música clásica y musicalizó mi escritura al punto que escribí esa escena en la que Vira escucha a la hija de Leo tocar mientras el mío me tocaba a mí. Sin embargo, durante la pandemia no pude escribir ni una palabra, trabajé mucho, pero la situación mundial me había dejado en un desierto imaginativo, no tenía cabeza para construir, supongo que solo era aguantar, esperar a que se terminara para recuperar la pulsión de escribir. Fue recién cuando empezamos a salir, que las letras aparecieron. En diciembre, con menos trabajo, con otro clima en todo sentido, me senté a escribir lo que durante la pandemia simplemente había esbozado en la cabeza.
- T: Cada inicio de los capítulos del libro cuentan con epígrafes en los que reproducís pensamientos de escritoras. ¿Cómo resultó ese trabajo de búsqueda de frases que hicieran de espejo de lo que sucedía en cada capítulo?
- A.C: Muy divertido! Al principio hubo hombres también, pero pocos, y entonces pensé que siendo una historia de amistad entre mujeres, donde los hombres estaban muy de costado, como desdibujados, merecía la novela que los epígrafes fueran femeninos. Empezó como un juego, me divertía la idea de que uniendo los epígrafes pudiera existir otro texto, algo así como un poema, o un resumen de lo que dice el libro. Que el lector haga la prueba, y ver qué lee en eso.
Con información de Télam