Tromben: "Descubrí a un Allende cercano, bromista y preocupado por la consistencia de las cosas"

10 de septiembre, 2023 | 14.58

(Por Ana Clara Pérez Cotten) A través de entrevistas y de documentación histórica, pero también de la memoria más emotiva de lo familiar y de los recursos de la ficción, el escritor chileno Carlos Tromben reconstruye en "Allende. Una novela en cinco actos" una ficción histórica que repara en la dimensión más humana del gran líder político, a cincuenta años de aquel 11 de septiembre de 1973 que significó el fin de la experiencia socialista en Chile.

Con destreza, investigación y los artilugios de la literatura, el autor explora en su última novela, publicada por Ediciones B, las zonas grises de la historia para buscar un relato que, en el amparo de la ficción, propone una hipótesis de cómo y por qué sucedieron los hechos.

Autor de otras novelas como "El vino de Dios", "Baquedano, la república militar" y "En Balmaceda: la guerra entre chilenos", Trombren apoya el relato en hechos reales, a los que añade ficción en partes más específicas, como ingredientes secretos para convocar la atención del lector, consciente de que la literatura puede tener "un efecto aglutinante" en el diálogo entre la realidad y la ficción.

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-Télam: ¿Por qué elegiste una narradora mujer para la novela, qué posibilidades narrativas te daba?

-Carlos Tromben: Siempre quise escribir una novela sobre tres hermanas que recuerdan a un padre. No sé por qué. Tal vez por la figura arquetípica de las tres hijas del Rey Lear. Las tres gracias, las tres moiras que entretejen el destino. Las tres brujas de Macbeth. Allende tenía también tres hijas. La voz femenina me permitió darle un tono de mayor intimidad a la novela, de cercanía, un arco más amplio de matices emocionales y de detalles cotidianos de los que me hubiera permitido, creo, una voz masculina.

-T.:Trabajás hace muchos años alrededor de la figura de Allende pero ¿Descubriste algo novedoso al iniciar el trabajo para "Allende"?

-C.T.: La voz de Allende, la voz del último discurso, la gestualidad de Allende en los registros audiovisuales que sobrevivieron de él. Esos fueron los puntos de partida de una relación que se remonta a mi infancia. Yo tenía 8 años el día del golpe de Estado y esa gestualidad, ese tipo de discursividad se parecían, en mi recuerdo infantil, a las de mi abuelo materno. Además tenía los mismos lentes y el mismo bigote. Una especie de tono pedagógico para hablar (mi abuelo era profesor) y de cuño masónico (Allende y mi abuelo eran masones).

-T.: ¿Cómo trabajaste el registro histórico? ¿Hiciste entrevistas o trabajo de archivo?

-C.T.: Claro, existen algunas biografías como la de Mario Amorós y algunos libros que publicaron posteriormente algunos de sus colaboradores más cercanos que leí

concienzudamente en busca de puntos relevantes o menos conocidos. Revisé la prensa de la época a través de periódicos de todas las tendencias, toda una aventura en la que se entrecruzaron en mi memoria hechos y días concretos, días de lluvia, de tormenta, accidentes fatales de tránsito, programas de esa televisión setentera tan precaria que yo veía. Por último (y en simultáneo), entrevisté a personas que vivieron la época o que conocieron a Allende de cerca: funcionarios de gobierno, un guardaespaldas... A través de ellas pude descubrir al Allende cercano, bromista, impaciente, preocupado por la consistencia de las cosas. A través de todo esto descubrí también ciertos rasgos de la personalidad de Allende que han pasado desapercibidos: por ejemplo, que probablemente tenía lo que hoy llamamos Trastorno de Déficit Atencional con Hiperactividad (TDAH): se aburría con facilidad, con el protocolo, con las sesiones en el congreso. Buscaba siempre emociones intensas en la política y en el amor. Confundía nombres propios y de lugares (Suiza con Suecia, por ejemplo) y era incapaz de memorizar una canción, el título o la letra de un tango. Pasó sus evaluaciones como médico con distinción, pero los pocos años que ejerció fue de modo poco convencional: en el hospital psiquiátrico o en la sección de autopsias del hospital de Valparaíso. No estaba hecho para la rutina.

-T.: En una novela de ficción histórica ¿Qué rol juega para vos la ficción? ¿Es, acaso, por donde crece el texto?

-C.T.: La ficción en esta novela es como el aglutinante que da coherencia en los entresijos de los histórico-documentado. Se instala y fragua allí donde no hay archivo, como relato plausible de lo que "pudo haber ocurrido". Por ejemplo, con los militares que se pasaron a la izquierda radical y fueron sus guardaespaldas, en particular uno de los personajes más fascinantes que encontré y que en la novela se llama Pedro Pozo Morales. Un militar de fuerzas especiales que además de simpatizar con la revolución habría sido homosexual y en una época muy homofóbica incluso en la izquierda.

Sabemos que el proyecto tecnológico e informático de Allende consistió en diseñar la primera intranet estatal del mundo (Cybersyn), pero dos de mis entrevistados confirmaron que en ese proyecto se clonó una computadora modular. ¿Cómo, dónde? Como era imposible sostenerlo a través de archivos, "invoqué" a la ficción.

-T.: En la novela relatás la visita de Foucault a Chile en 1971. ¿Por qué lo elegiste a él?

-C.T.: "Invité" a Foucault (y con él a Derrida y a Hélène Cixous) a mi novela como "observadores externos", miradas filosóficas que se pudieran sorprender con el paisaje humano tercermundista, la prensa amarilla, las contradicciones del proceso. En el caso particular de Foucault, para que tuviera una aventura sexual con un joven abogado ultraderechista y conservador como aplicación empírica de sus conceptos de biopolítica. El lector por momentos dudas, pero cuando se entera que nunca ocurrió, tampoco se te cae como dispositivo narrativo (espero).

-T.: La novela repara en que la reticencia de Allende a armar al pueblo era tan auténtica que signó su propio destino personal y político. ¿Qué crees que decía eso de él?

-C.T.: Eso es una paradoja enorme. Los militantes de ultraizquierda (el MIR) siempre lo criticaron por eso, por no estimular y cortar de plano los intentos de armar milicias paralelas, por no llamar a retiro a los militares golpistas y respetar la jerarquía militar. Del otro lado, los militares golpistas lo supieron siempre, que había algunas armas, pero sin un parque de munición adecuado. Armas que no servían para nada y que no se distribuyeron masivamente. Pero aún así instalaron la falsa perspectiva de una guerra civil y la amenaza de grupos armados que no existían. No contentos con eso, armaron un relato ficticio de Allende promotor de la vía armada que muchos chilenos de hoy siguen creyendo. Solo porque en su residencia había armas (sin munición) para una eventual defensa, o porque una vez se sacó una foto disparando una ametralladora Ak-47 por diversión. Llegaron a decir que había 10 mil hombres armados en Chile antes del golpe, sabiendo que un contingente así habría resistido al golpe durante semanas, quizá meses.

-T.: La novela se publica en la Argentina en el aniversario del golpe en Chile pero también en un clima interno donde aflora el negacionismo de la dictadura argentina e incluso otra vez se vuelven a escuchar las narrativas de "los dos demonios". ¿Por qué crees que reflotan estas cuestiones, como fantasmas, y que es tan complejo llegar a un consenso democrático en nuestras sociedades aún décadas después?

-C.T.: El golpe brasileño fue la antesala del uruguayo, y el uruguayo del chileno, y el chileno del argentino. Creo que asistimos a un nuevo ejemplo del "regreso de lo reprimido". Nos queremos ver, necesitamos vernos como sociedades democráticas y civilizadas, donde imperan el derecho y la ley, y nos cuesta aceptar que sectores importantes nutrían hasta hace poco en privado niveles asombrosos de odio, violencia y desprecio por el otro. Hoy lo hacen públicamente, eso es todo. Más que una polarización política (que es el síntoma) lo que nos dividió ayer, hoy y probablemente mañana, sean estructuras de personalidad. El Pinochet que posa con lentes oscuros y expresión de perro es una estructura de personalidad. El Allende que ese mismo día habló por radio y se despidió del pueblo "que confió en nosotros", "de la mujer modesta que supo de nuestra preocupación por los niños", es una estructura de personalidad completamente distinta. Cuando se caen las máscaras y asoma lo real, son incompatibles.

Con información de Télam