Cuento historias. Y me gustaría contarles algunas historias personales sobre lo que llamo 'el peligro de la única historia'. Crecí en un campus universitario al este de Nigeria. Mi madre dice que comencé a leer a los dos años, creo que más bien fue a los cuatro, a decir verdad. Fui una lectora precoz y lo que leía era literatura infantil inglesa y estadounidense, recuerda Chimamanda Ngozi Adichie en El peligro de la única historia, la primera charla TED que dio y que suma 12 millones de reproducciones.
En aquellos veinte minutos que ensayó en 2009, la autora traza un manifiesto y un llamado a rechazar los relatos únicos.
Cuenta que cuando empezó a escribir sus primeras historias en Nigeria, a los cinco años, sus personajes eran blancos de ojos azules que jugaban en la nieve, comían manzanas y hablaban maravillados de los días en los que sale el sol. Poco podía decir su tierra natal donde se comen mangos y siempre hay un sol brillante. Esta paradoja, admite la autora, se daba porque su carrera como escritora empezó copiando aquello que había leído en la literatura europea. Los relatos nos definen, nos modelan, nos implican, sostiene tras haber descubierto la riqueza de la literatura africana años después.
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-T.: En aquella famosa charla TED advertiste sobre los peligros de la historia única. ¿Existe hoy una historia única en Estados Unidos?
-C. N. A.: Es una pregunta interesante. Quizás no haya una historia única, pero está muy presente esta idea de que la gente tiene que opinar lo mismo sobre todo. Eso promueve una historia única porque reprime cualquier diversidad de pensamiento. Lo que pasa hoy en Estados Unidos, y cada vez más en otras partes del mundo, es esta insistencia en una única mirada, muy ideológica, que a menudo carece de complejidad y de matices. En ese sentido, creo que es algo peligroso, no sé cómo va a terminar y me preocupa de cara al futuro.
T.: ¿Cómo impactan la censura en internet y la cultura de la cancelación en las universidades en la creatividad de los artistas?
-C. N. A.: Internet generó muchas cosas buenas en el mundo, obviamente. En Nigeria, por ejemplo, Twitter le permitió a los jóvenes tener voz propia. Pero lo que creo que está pasando -y esto se originó en Estados Unidos y se está exportando a todo el mundo por su poderío cultural- es esta idea de lo que no se puede decir y qué castigo tiene el decir algo que se considera incorrecto. Por cierto, esto lo originó la izquierda norteamericana. Hay que ser amable, inclusivo, no herir los sentimientos de nadie, lo cual siempre es una buena idea. El problema es que se abusa y ahora se convirtió en una forma de lograr que todos se ciñan a una ortodoxia particular, a una forma de pensar particular, y si no lo hacés, la gente te persigue, te agrede, son cancelados. Pero existen consecuencias reales y no son solo individuales.
La persona que es atacada y denigrada es un ser humano y a menudo la gente se olvida de esto. Cada vez que leo de alguien joven que se suicida porque recibió burlas en internet, se me parte el corazón: todos somos emocionalmente frágiles. Y, por otro lado, está el impacto en la creatividad: acercarse a la literatura desde lo autoritario es malísimo para la creatividad. Muchas personas tienen miedo de decir algo incorrecto o de ser canceladas y por eso no escriben lo que les gustaría escribir o no abordan cierto temas o lo hacen de formas que son ideológicamente correctas y esto es un verdadero desastre para la creación de literatura de verdad.
Con información de Télam