(Por Ana Clara Pérez Cotten) En el marco de la última jornada del festival internacional de literatura Filba de Buenos Aires, la escritora franco marroquí Leïla Slimani participó del segmento En primer persona, en el que contó el cambio que implicó para su carrera literaria ganar el premio Goncourt en 2016 con la novela Canción dulce aunque aseguró que el éxito no es un buen aliado para los escritores y se mostró defensora de una escritura que pueda reparar las injusticias de este mundo.
La editora y traductora Anne-Sophie Vignolles decidió empezar la entrevista con una suerte de carta-confesión para Slimani que hizo sonreír, del otro lado de la videoconferencia, a la escritora. Leïla, me intimidas mucho. Sé que sos una experta en secretos. Tú no lo sabes pero somos amigas íntimas, he leído todo sobre vos, le dedicó y, en esas líneas, dejó en claro que el diálogo no iría por las rutas más habituales que transitan las entrevistas.
Después, presentó ante el público las líneas principales del trabajo de Slïmani a partir de los grandes temas que aborda en su obra: la ninfomanía de una periodista en El jardín del ogro, la muerte infantil en Canción dulce y la historia de una familia franco marroquí que lidia con el mestizaje en El país de los otros.
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Vignolles inició la entrevista al consultarle sobre el tema que este año articuló temáticamente el Filba: la ansiedad. Slimani se confesó ansiosa desde niña y aceptó que el síntoma había recrudecido a partir del trabajo intelectual que implica convertirse en escritora. Bebo para moderarlo, se permitió para burlarse de sí misma. Contó, además, (y mostró a la cámara) que hace listas de forma compulsiva para anotar a quién debe llamar, qué lugares quiere visitar y qué libros quiere leer. Después, asumió que el momento creativo que más ansiedad le genera es la corrección: Es el momento en el que nos enfrentamos al fracaso, a ver que no pudimos realizar exactamente lo que teníamos en mente. Por estos días, corrijo la última versión de la segunda parte de la trilogía que empezó con `El país de los otros´ y es exactamente así cómo me siento.
Slimani nació en Rabat en 1981. Su padre fue un político marroquí que llegó a ministro de finanzas y afrontó un largo periplo judicial tras haber sido acusado por malversación de fondos. Su madre, una médica franco-argelina. Al terminar su formación en el liceo francés de Rabat, se instaló en París, estudió en el Instituto de Estudios Políticos y, después, en la Escuela Superior de Comercio donde se especializó en medios de comunicación y, durante algunos años, trabajó como periodista. Esa biografía a mitad de camino entre África y Europa, entre el árabe y el francés y entre dos profesiones es una de las marcas que atraviesan toda su obra: el reconocimiento y el interés por el otro.
Con su primera novela, En el jardín del ogro, aborda la adicción sexual de una periodista recibió el reconocimiento de la crítica. Pero el reconocimiento llegó en 2016, cuando Canción dulce, su segunda novela, obtuvo el Premio Goncourt 2016, con solo 35 años. Fue importantísimo. Es el premio que más incentiva porque abre puertas, fabrica lectores y genera traducciones. Y yo lo disfruté muchísimo. Ocurre que el éxito no es un buen aliado para los escritores. El escritor tiene que trabajar solo y muy concentrado y el éxito genera compromisos, vanidades y cosas que te separan de la escritura. Entonces, hay que aprovecharlo pero volver rápido a la escritura, sostuvo Slïmani, quien después de recibir el Goncourt se convirtió en una de las autoras francesas más leídas.
Slimani contó cómo el hecho de que su padre estuviera preso entre sus 13 y sus 22 años por un delito que años después se comprobó que no había cometido le generó un contacto precoz con la idea de injusticia que, de alguna forma, se trasladó a su escritura. Entonces, citó a la escritora brasileña Clarice Lispector: Escribir es bendecir las vidas de aquellos que no han sido bendecidos. Identificada con ese rol de la literatura, la autora definió su escritura como una forma de reparar en las injusticias y darle dignidad a los humillados.
A pesar de que desde que era una niña supo que quería ser escritora, Slimani se reencuentra años después con algo de aquella veta política que heredó de su padre. Tras ganar el Goncourt, Emmanuel Macron le ofreció públicamente el Ministerio de Cultura. Ella rechazó el cargo al explicar, con ironía, que le gusta dormir hasta tarde y que quería dedicarse por completo a desarrollar su carrera literaria. Sin embargo, aceptó un cargo como representante francesa en el Consejo de la Francofonía.
Cuando Vignolles le pidió que nombrara a las autoras con las que se había formado, eligió a Virginia Woolf, a Toni Morrison, Svetlana Alexiévich, Marguerite Duras y Maryse Condé.
La entrevistadora eligió cerrar la charla de una forma poco tradicional, para ser consistente con las primeras líneas con las que había inaugurado o el encuentro. Eligió un ping pong de preguntas breves. ¿Un color?, le preguntó. Blanco, respondió. ¿Una canción? Detesto la música. Prefiero el silencio, sorprendió. ¿Un perfume? El cilantro. ¿A qué huele París? A las hojas secas que, en otoño, se pudren en las calles. ¿Un consejo para los jóvenes escritores? No piensen nunca en qué pensará quién los va a leer, cerró Slimani, en una frase que hace justicia a su obra.
Con información de Télam