(Por Carlos Aletto) La nueva novela del escritor colombiano Juan Cárdenas, "Peregrino Transparente", retrata el siglo XIX como un espejo del mundo contemporáneo: la geopolítica de las mercancías, el racismo como táctica de dominación global, las representaciones coloniales del trópico y la destrucción de la naturaleza causada por un capitalismo irracional, pero a la vez se exploran con exquisita sutileza literaria las utopías y la imaginación del futuro de la especie humana.
La novela "Peregrino Transparente", publicada por la editorial Sigilo, está dividida en tres partes: La primera, "Gorgona 1850-1852", es la más extensa del relato. Cuenta la historia de Henry Price, un pintor inglés al servicio de la Comisión Corográfica, quien se encuentra en una expedición científica por Colombia en 1850. Durante la expedición, Henry sigue el rastro de un misterioso y hábil artista local del que apenas hay indicios y solo habladurías populares. Lo que comienza como un simple interés profesional, pronto se convierte en una obsesión, una aventura filosófica y un camino de aprendizaje para el pintor extranjero. En el relato, el narrador se pregunta: "¿Qué significa la ballena blanca de Moby Dick? Nada, por supuesto. Nada de nada. A riesgo de utilizar otra metáfora -otra alegoría- diré que los tripulantes del Pequod han emprendido una cacería del Significante. Y así les va, claro. Cada época busca su propio refugio contra la literalidad y en ello se cifra su ruina."
A medida que la expedición avanza, Henry se ve inmerso en la vorágine política de la joven república.
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La segunda parte, "El jardín de los presentes", es un texto rico de estructura poética. El nombre secreto de una casa y la catarata que cubre el ojo izquierdo de la abuela Fanny se despliegan durante los versos-párrafos. La importancia de la luz se conjuga con la importancia de las ideas filosóficas y literarias relacionadas con la vista y la percepción. Se trata de un texto lleno de ricas metáforas y juegos de palabras.
En la tercera parte, "Tigre Negro 1855", el estilo de Cárdenas es más descriptivo y detallado para transportar al lector a la ciudad de Panamá en 1855, con una gran cantidad de imágenes sensoriales que evocan la vida cotidiana en la ciudad creada por la intersección de dos espejos. La construcción del ferrocarril y la futura separación de Panamá de Colombia representan rituales de cambio importantes en la historia de la región.
Juan Cárdenas nació en Popayán en 1978. Ha publicado numerosas obras, entre ellas las novelas "Zumbido" (2010), "Los estratos" (2013), "Ornamento" (2015) y "Elástico de sombra" (2019). Además, ha publicado dos libros de cuentos, "Carreras delictivas" (2006) y "Volver a comer del árbol de la ciencia" (2018). También es reconocido por sus traducciones al español de importantes autores como Joseph Conrad, William Faulkner, Nathaniel Hawthorne, Norman Mailer, Eça de Queirós y Machado de Assis.
Télam: ¿Hay algún tema cultural que te obsesione como le sucede a tu personaje?
Juan Cárdenas: Muchísimos. No sabría responder con precisión a esta pregunta. Me interesa el mundo, me interesa nuestra relación humana con el tiempo, el origen religioso de nuestra organización del tiempo, me interesa entender la historia como una biología, en fin. Aunque, ahora que lo pienso, mi obsesión no es con los temas sino con las imágenes. Las imágenes son como criaturas, como animales, lugares donde encarnan los excedentes materiales de los conceptos, las palabras, las imágenes son escombros, sedimentos. Las imágenes nos piensan a nosotros, los humanos y esas imágenes se repiten obsesivamente.
T: ¿Cómo trabajaste para reconstruir los momentos históricos de la novela?
J.C: Estuve varios años hurgando en archivos y bibliotecas. Quería que el trabajo de invención de los espacios se acercara más a Balzac que a Netflix, es decir, quería evitar a toda costa la artesanía kitsch de la ambientación histórica, repartiendo pelucas, libreas y candelabros, entonces tuve que inventarme todo un aparato formal de dioramas dentro de dioramas. Y a la vez quería lograr una cierta sensación de ligereza muy propia de la novela del XIX, que tiene fama de ser pesada pero que en absoluto lo es. Stendhal o Flaubert o Stevenson nunca pierden la ligereza. También creo que esta es una falsa novela decimonónica. En realidad, es una novela barroca, donde los puntos de vista están refractados y la perspectiva lineal se multiplica, se vuelve trampantojo, aberración óptica, anamorfosis. También hay un juego muy evidente con la tradición latinoamericana de los textos fundacionales de nuestras repúblicas: María, de Jorge Isaacs, Las memorias póstumas de Bras Cubas, de Machado de Assis, Ricardo Palma, Sarmiento, Euclides da Cunha, Soledad Acosta de Samper o Candelario Obeso. Había una voluntad de leer con ojos radicales y muy contemporáneos esos textos para volver a cartografiar la tradición. Peregrino transparente es, al fin y al cabo, una novela de ciencia ficción especulativa.
T.: ¿Cómo ves reflejado lo decimonónico en el siglo XX y en el XXI ?
J.C.: En muchísimas cosas. De hecho, no creo que hayamos salido todavía de un largo ciclo histórico que arrancó en el XIX. Todavía estamos en el mundo que describió Marx en El Capital y en su obra temprana. Tengo también esta ocurrencia que vivo repitiendo por todas partes de que el siglo XX es la película, pero el proyector es el siglo XIX y el siglo XXI es el teatro en ruinas, abandonado. No sé muy bien qué implicaciones tiene usar esa imagen para pensar las relaciones entre los tres siglos, pero algo hay allí, me parece. Una intuición histórica con algún elemento de verdad, quizá.
T.: ¿Cómo se relacionan la pintura y la literatura?
J.C.: He escrito mucho sobre esa relación, en ensayos y en mis ficciones. En "Peregrino Transparente", por ejemplo, hay varias pequeñas teorías y discursos en torno a esos vínculos que yo procuro hacer visibles mientras los describo sobre el papel. La pintura se unta al mundo, a las cosas y creo que la escritura también procede por una vía similar: embadurnar una superficie, untar una materia con otra y esperar a que ese unto diga algo. La superficie empieza a decir cosas en ese proceso de embadurnado. Disfruto mucho de leer entrevistas con artistas, es uno de mis subgéneros favoritos. Me gusta ese trabajo forzoso, no tanto de explicar, sino de traducir unas prácticas en otras. Los artistas suelen ser reacios a hacer eso, en general por el mito moderno de que hay algo así como un núcleo inefable, sublime, en toda obra de arte y que las verbalizaciones "ensucian" esa pureza esencial. Pero lo cierto es que es ese núcleo de lo que no se puede decir, esa semilla radical y literal del Significante, lo que nos hace hablar. La pintura y la escritura se separan del mundo, pero crean a la vez una superficie de contacto con él y por eso sentimos la necesidad de hablar de lo que pintamos y de lo que escribimos. Es una necesidad muy primordial.
T.: En Argentina, los escritores tienen como faro que alumbra o encandila a Borges ¿Pasa algo parecido en la literatura colombiana?
J.C.: Para la generación anterior a la mía era García Márquez, pero no creo que ninguno de mis contemporáneos -mucho menos la gente más joven- sienta a Gabo como una presencia aplastante o como un padre castrador que devora a sus hijos. Es posible leerlo con la mezcla justa de irreverencia, cariño, ironía que un autor así requiere. En general creo que estamos en una época difícil y esperanzadora para la literatura. No porque se estén escribiendo grandes libros, no tengo esa sensación, a pesar del esfuerzo que le metemos todos para entusiasmarnos cada tanto con alguna novedad (el entusiasmo no dura mucho y nos toca pasar al forzado entusiasmo siguiente cada quince días). Pero sí es una época de desafíos y de posibilidades que se están abriendo mientras un montón de prácticas y costumbres asociadas a las viejas figuras autorales se resquebrajan, muestran su obsolescencia. Son los efectos benéficos de cuestionar la relación entre masculinidad y autoría. Pero a la vez estamos todavía a la espera de que irrumpan estéticas poderosas y verdaderamente nuevas en su relación dialéctica con la tradición. Eso de momento no ocurre y la norma es que los escritores hoy repiten muecas viejas y gastadas para contar historias con temas supuestamente novedosos. Tengo la sensación de que, ante la retirada de los espacios de la crítica, el mercado ha optado por predigerir los textos. Ya no hace falta ni leerlos. Con asomarnos al empaque mercadotécnico ya sabemos qué esperar en términos formales y temáticos. Los libros no se venden: se pre-venden. Y la lectura es algo totalmente accesorio, externo a todo el proceso porque, en últimas, la industria del libro no es la industria de la lectura. Con todo, creo que hay algunas señales, pequeños indicios en el ambiente, que nos permiten ilusionarnos con lo que viene, con lo que todavía no aparece. Confío mucho en la gente más joven, que viene con otros ojos.
T.: ¿Cómo pensás la novela, teniendo en cuenta que tu narrativa es un cruce de varios géneros?
J.C.: Las novelas tienen algo de organismo vivo, de monstruo de Frankenstein. O son como disfraces que uno va cosiendo pacientemente con los retazos que quedan de otros disfraces más viejos. Me gustan esas imágenes para describir el oficio, aunque quizá mañana te podría decir otras, dependiendo del ánimo y del tipo de proyecto.
Con información de Télam