Japón anunció la creación del Ministerio de la Soledad, noticia que trascendió las fronteras y generó cierta sensación de alerta, por el efecto espejo, en el resto del mundo. La medida fue tomada con el objetivo de abordar de forma integral el cuidado de la salud mental y generar políticas públicas para lidiar con el aumento de la angustia y la depresión. No es casual que la decisión del primer ministro Yoshihide Suga y el nombramiento de Tetsushi Sakamoto al frente del organismo se hayan concretado en medio de la pandemia del coronavirus, hecho social que como producto de las medidas de aislamiento ha afectado los vínculos y ha transformado por completo la vida tal como la conocíamos hasta 2020. En la conferencia de prensa inaugural Sakamoto explicó que uno de los asuntos más preocupantes era el aumento de la cifra de suicidios en dicho país, que en 2020 llegó a 20.919 personas, luego de once años de curva descendiente y sobre todo “la creciente tasa en mujeres bajo la pandemia”.
Si bien con el anuncio las miradas cayeron sobre el país asiático, hay algo de lo colectivo que allí se puso en juego. De hecho Japón no es el primer país visibilizar el tema y tomar acciones gubernamentales. En 2018 el Reino Unido había adoptado la problemática como política de Estado y Theresa May, quien era entonces la primera ministra británica, anunció la puesta en marcha de la misma Institución pero centrada en las poblaciones de mayor edad, atribuyendo relevancia a las condiciones de bienestar, salud mental y emocional en esa etapa vital. Según informes oficiales de 2017 más de 9 millones de británicxs se sienten solxs con frecuencia o siempre. Particularmente en lo que respecta a lxs adultxs mayores el 75 % viven sin acompañantes y 200 mil pueden pasar hasta un mes sin tener una sola conversación con un amigx o familiar. En este caso aparece la relación entre soledad e inutilidad u obsolescencia para el sistema. El adulto mayor, como trabajadxr jubiladx y como tal no productivx.
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Ya vemos entonces que la soledad es claramente un significante polisémico y debe ser analizado desde diferentes puntos de vista. Además, para agregarle mayor complejidad al asunto, como cualquier emoción plenamente humana, cada sujeto la atraviesa y siente de una forma diferente. La soledad no significa lo mismo en ningún lugar del mundo, y sus efectos varían en relación a las culturas, las condiciones socioeconómicas, las subjetividades, los ritmos de vida, las instituciones, las exigencias y mandatos, las tradiciones familiares, y por supuesto la presencia del Estado y las políticas públicas. Sin embargo, lo que sí podemos observar es que como nunca antes a nivel mundial la soledad empieza a generar sentidos ligados al sufrimiento y a las dificultades que implica estar con otrxs, y también estar con nosotrxs mismxs. En este sentido, la soledad puede ser abordada desde la multicausalidad de lo social y dimensiones que exceden lo meramente individual. ¿Cuánto de lo colectivo hay en una emoción tan íntima como puede ser la soledad?
Lo complejo de la soledad en un mundo hiperpatologizado
Santiago Levin, médico psiquiatra y presidente de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA) explica que en realidad la soledad es un estado pero también una emoción: “Como estado, su ontología es indiscutible; como emoción, habría que hacer un desarrollo fundamentando. La soledad podría ser concebida como una emoción si se la piensa desde la subjetividad y desde la construcción individual. La soledad no necesariamente debería ser una emoción negativa, lo que sucede es que está sancionada como tal desde el sistema productor de subjetividad de la época en la que nos toca vivir. ¿Definimos la soledad tomando en cuenta el aspecto cuantitativo o el cualitativo? ¿Connotamos la soledad como negativa, o lo dejamos librado a la evaluación de quien la define? ¿Existe un aspecto sanitario de la soledad? ¿Soledad es equivalente a aislamiento?”.
Uno de los mayores inconvenientes (o virtudes) a la hora de pensarla es que se vincula más a una emoción que a un padecimiento. Y lo cierto es que la mayoría de lxs humanxs no estamos acostumbradxs a convivir con emociones incómodas, aceptarlas, atravesarlas o comunicarlas. Además pareciera que ninguna profesión la siente como tema propio o tiene las herramientas para tratarla de forma aislada. ¿Unx va a terapia cuando siente soledad? “En principio la soledad no es un diagnóstico a tratar desde la salud mental. La soledad es una dimensión de la existencia humana, que tiene múltiples vías de acceso (vivencial, social, psicológica, religiosa, ética, artística) pero no psicopatológica. Son tantas las dimensiones humanas tomadas por la medicalización, que sería mi propuesta dejar a la soledad sola de diagnóstico y abordarla por otro lado”, sostiene el médico psiquiatra.
La soledad como cuestión social
Desde hace décadas que vivimos en sociedades que desplazan cada vez más las realidades hacia un mayor índice de mediación por internet, lo virtual y el ciberespacio. Si bien este contexto se nos presenta como positivo ya que nos propone un mar de nuevas posibilidades de conocimiento, herramientas de comunicación, y un acceso ilimitado a la información, nos acostumbra a ciertas formas específicas de atención y lenguaje inmersas en las pantallas y los formatos digitales. En el ejercicio de la repetición permanente reproducimos en casi todos los ámbitos de la vida el acto consumista. Consumimos imágenes, deseos, expectativas, noticias, emociones y personas. La nueva dinámica de vinculación inter personal a través de, por ejemplo, las redes sociales se parecen más al consumo en un supermercado, donde elegimos los productos en una góndola, que a una relación humana auténtica o consciente. En las redes vemos muchas personas, lo que nos genera cierta sensación de cercanía, pero en realidad no vemos a ninguna. La soledad en este tipo de sociedades aparece como correlato de la individualidad conectada y consumista.
“En las últimas décadas ha habido un fuerte cambio demográfico a nivel mundial, una de cuyas características es el pasaje desde el ámbito rural hacia las ciudades, cada vez más grandes, impersonales y anómicas. Está claro que este cambio ha producido importantes consecuencias en el modo de vivir, en los modos de ser, de amar, de trabajar, y de relacionarnos los unos con los otros - analiza Levin – además la irrupción de los medios electrónicos de comunicación y de las redes sociales ha hecho, también, su parte. Si hasta hace pocos años la arquitectura urbana se dedicaba a pensar espacios de encuentro, de encuentro real entre personas, hoy estamos todos y todas atravesados por la virtualidad, es decir, por una nueva forma de soledad que consiste en estar con todos y con nadie al mismo tiempo”.
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Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) la dinámica instalada por las redes sociales, que funciona como refugio y al mismo tiempo catalizador de la soledad, afecta en mayor medida a lxs niñxs y jóvenes de entre 10 y 19 años. De hecho entre 2005 y 2015 aumentó un 50% la prescripción de antidepresivos a menores en el mundo. Con respecto a esto y en sentido crítico Levin advierte que la soledad es un concepto flexible, y debe ser definido por cada “usuario”: “no debe ser la misma para lxs mayores de 40 o 50 que para lxs nativxs digitales. Hubo cambios importantes en la subjetividad a partir de los cambios en los modos de vida y de relacionarse, que impactan en las generaciones hoy jóvenes. Lo que lxs de mi generación llamamos ‘compañía’ podría llegar a ser una molestia para un nativx digital”. El buen uso de las redes sociales y las plataformas digitales pueden conducir a una experimentación enriquecedora de la comunicación. Incluso podemos llegar a comprender su practicidad ante realidades diferentes como el caso de “personas muy fóbicas que vivieron el aislamiento por la pandemia como una maravillosa oportunidad de no tener que esforzarse por acercarse a nadie”.
Como manifiestan Eva Muchinik y Susana Seidmann en su texto “Aislamiento y Soledad”, “la soledad, como sentimiento, adquiere significado y se define dentro de un contexto social que enmarca la naturaleza y las expectativas en las relaciones sociales. Siguiendo el pensamiento de P. Ariès y G. Duby (1989), la emergencia de lo privado delimita la aparición de nuevos dominios que toman en cuenta al individuo. Surgen nuevas relaciones entre el individuo y la colectividad. El individuo puede verse excluido y proscripto del espacio colectivo configurando un modelo de marginalidad social, doloroso, pero también puede excluirse a sí mismo a fin de arraigarse en un espacio reservado” .
El sufrimiento y la soledad de los desechados del sistema
Posiblemente la experiencia de la soledad japonesa no pueda extrapolarse a la región latinoamericana. Como indica Santiago “Japón es un país insular, muy antiguo y tradicional, económicamente rico, post industrial, con una composición y una problemática sociológica muy diferente al nuestro. La soledad que se observa allí es la soledad anómica post industrial, en un país envejecido, severo en tradiciones y con poco espacio para pensar un proyecto creativo”. Sin embargo, según el Presidente de APSA, “la soledad en nuestros países se trata de la soledad de la pobreza, de la soledad de lxs excluidxs del sistema, que pueden llegar a caer en el desánimo y en el asilamiento por motivos opuestos a lxs japoneses. No por exceso de recursos sino por abandono social”. Desde esa posición también es necesaria y urgente la participación activa del Estado a través de la contemplación, con un abordaje interdisciplinario, de todas las dimensiones de la existencia humana que pueden dar lugar a sufrimiento.
“En una palabra, y para resumir, pienso que la soledad como fenómeno social debe ser analizada como un síntoma, es decir, como un elemento que indica la existencia de un problema mayor que debe ser desentrañado. Y ese problema, ese generador de soledad, es un orden de cosas que no respeta la diferencia, las necesidades de cada individuo, que no reparte equitativamente y que genera un estado de sálvese quien pueda y-que-se-jodan-todxs-lxs-demás, en definitiva, un mundo mal concebido en el que pocos son lxs que pueden sentirse parte”, concluye Levin. La experimentación de la soledad termina poniendo en evidencia una contradicción permanente entre el sujeto individuo y la sociedad, la exclusión de la parte en el todo, y una suerte de crisis de los modelos de bienestar social y solidaridad como base de la supervivencia colectiva.