De abogada y redactora de la ley de identidad de género a ser la primera piloto trans de Argentina: la historia de Mariana Casas

Tiene 64 años y es una referente por su rol clave en la redacción de la ley de identidad de género, pero además en otras de sus pasiones: el motociclismo, área donde también derribó barreras. Una historia de lucha y reivindicación.

13 de septiembre, 2024 | 00.05

Mariana Casas es la primera abogada trans en Argentina, también la primera piloto de motos trans del mundo. Esa niña que creció en Adrogué durante la última dictadura cívico-militar le parece muy distante hoy, con sus 64 años, después de haberse consagrado como una de las especialistas en derecho a la identidad sexual y representante de personas trans en la Justicia en una época en la que aún no existía la Ley de Identidad de género. A la par, no se bajó nunca de las motos y durante más de quince años trabajó en el INADI.

“Yo soy Mariana pero no sé cómo ser Mariana y quiero aprenderme”, le dijo a su psicóloga cuando tenía más de 30. Mientras lo cuenta se emociona y reconoce que es un tema que la conmueve cada vez que lo recuerda, porque le llevó mucho tiempo darse ese lugar. Ese paso le permitió cerrar algunas etapas de su vida, como por ejemplo sus estudios. “La cuestión de la identidad de género, te invade todas las esferas de tu vida, era algo que me afectaba en muchos sentidos, me sentía vacía por todos los tratamientos a los que me habían sometido para reprimir eso que me pasaba”, describe. 

De su pasado conserva muchas cosas, pero sobre todo su amor a las motos. Cree que eso viene de su abuelo, Manolo: “Era un tipo que arreglaba cualquier cosa y yo siempre estaba junto a él. Aprendí todo de él”, reconoce. Ya perdió la cuenta de la cantidad de motos que tuvo, trabajó 17 años como motomensajera, hasta que se recibe de abogada y comienza a trabajar exclusivamente de eso.Ser motomensajera fue algo muy gratificante en mi vida, cuando sueño a veces me voy a ese momento. Y ahora creo que tendré que hacerlo de nuevo”, reconoce sobre su situación económica actual. 

Su primera carrera, en Roque Pérez, la hizo sobre una Honda Twister 250 de color violeta, con el logo de la federación LGBT y una inscripción en su moto que decía “Transtornada” y  “La Diversa” en 2019. El nombre tiene un trasfondo de lucha: "A las personas trans en los manuales psiquiátricos nos calificaban como que teníamos el trastorno de identidad de género o trastorno de identidad sexual. Por eso resignifiqué el término ofensivo y estigmatizante. 'Yo soy la transtornada'”.

Todavía rememora cuándo fue la primera vez que se compró una moto. Tenía 13 años y pocos ahorros. No tenía ni casco ni papeles. Era tan joven que debió guardar ese secreto en la casa de un amigo para que su mamá no la retara. Su papá, que hoy teme que le pase algo si vuelve a las pistas, fue quien la escuchó y la dejó comprarla. Ese era el inicio de tantas aventuras.

Los recuerdos afloran sentada en su casa, un hogar que, para llegar, hay que atravesar un pasillo. La humedad y el frío se sienten en la sombra que recibe esa planta baja al fondo. Antes de abrir la puerta dos motos te saludan: una Honda Twister 250 y una Yamaha r3 300. A ambas le está haciendo arreglos porque la pasión que tuvo de niña no se abandona: la casa de Mariana Casas es también un taller de motos a cielo abierto, y el hogar de dos gatitos y un jazmín. Incluso las herramientas se pueden encontrar en cada esquina, si mirás con atención hay cascos, guantes y accesorios colgados en el perchero.

A la pasión de manejar motos la acompañó con la de estudiar Derecho. Se recibió en 2001, en la Facultad de la UBA y se convirtió en la primera mujer trans en graduarse en esa carrera.  Luego en 2004 logró el cambio registral de su DNI, mucho antes de que se aprobara la Ley de Identidad de Género, por la que ella militó activamente. Después de eso se dedicó a defender a aquellas personas que querían realizar el cambio de su identidad.

Su infancia, sin embargo, fue en un ambiente conservador. Comenzó en Adrogué y luego siguió en Recoleta. Es hija única de una madre ama de casa y de un padre que estaba casi siempre afuera trabajando. “Me enviaron a un colegio de curas, éramos una familia de clase trabajadora y no se hablaba de política. En el colegio que me mandaron tenía que ir con la firma de dos personas que dijeran que yo no era comunista”, recuerda sobre esos años en los que asegura no entendía muy bien lo que pasaba porque en su familia no se hablaba de ese tema. 

“La construcción de mi de mi identidad de género fue muy complicada, yo no sabia lo que me pasaba, pensé que era la única persona en el mundo que se sentía así”, cuenta Mariana sobre los años de su adolescencia cuando su madre comenzó a cuestionar sus prácticas y su aspecto. Sin internet, ni televisión, fue escuchando lo que sentía e intentando ser quien deseaba ser, a pesar de la negativa de su familia. Cuenta que al no haber un espacio de escucha, la mandaron a psicólogos y psiquiatras para “enderezarla": “Yo tampoco entendía, y sentía culpa”, reflexiona sobre ese momento en el que siendo adolescente se sentía señalada por su familia, y sentía una fuerte necesidad de sacarse de encima eso por lo que estaba atravesando, que no era más que la necesidad de ser Mariana. 

“Todo lo que está por fuera de la norma, es revolucionario, ser trans ser gay ser lesbiana, salir de los cánones de los de lo establecido. Y en esa época no se podía hablar de eso. Mi única referencia era  la “Coccinelle” en alguna revista Gente, que me guardé y que mi mamá más tarde quemó”, recuerda sobre sus andanzas a escondidas. Mientras fuma y le abre la ventana a uno de sus gatos, se ríe recordando la recomendación del psiquiatra a sus padres: “A mis 14 les dijeron que tenía que hacer muchos deportes. Fui  timonel, instructora de esquí, jugué al pádel en Tercera masculina, al fútbol, al rugby, al tenis. No pasa por ahí. A mi me fascinan las motos y no quiere decir que por eso sea una mujer trans”, se ríe sobre los estereotipos de género que en aquel entonces eran mucho más marcados e inflexibles.  

Insiste en que hay gente que todavía habla de elección sexual, pero ella asegura que no eligió nada, nació así y agradece la escucha y el acompañamiento que recibió después de sus 20 que le permitieron encontrarse. Derribar prejuicios, superar barreras y convertirse en abogada no fue fácil. “Fue un camino doloroso, pero ser yo misma sirvió para ir consiguiendo avances y alcanzar objetivos, vivir sola,  mantenerme, comenzar y terminar una carrera universitaria y conseguir un trabajo. Terminar siendo abogada fue alcanzar un horizonte que me parecía imposible”, cuenta.  

Luego llegó el INADI donde combinó sus conocimientos en Derecho con activismo. Trabajó ahí hasta la actualidad, que fue despedida tras el desfinanciamiento del organismo. “El INADI era maravilloso para mucha gente y mucha gente nos llamó agradeciendo,  porque pudimos solucionar un problema o varios de personas que no sabían que hacer”, dice apenada sobre la situación actual.

Su participación en la ley de Identidad de género 

La activista asegura que su militancia siempre fue más allá de pertenecer a un espacio específico, porque todo lo que hacía trascendía la mera individualidad. “Los fallos que yo tomaba se replicaban en otras ciudades”, cuenta. Recuerda que la lucha por la Ley que hoy tenemos se dió gracias al trabajo colectivo de muchas personas. “Éramos un montón de gente trabajando, todo un equipo jurídico de personas atravesadas por este tema. A mí me emociona decir esto, pero fuimos un grupo enorme. Aprendí a trabajar en equipo; venía de trabajar sola, y aquí éramos un equipo discutiendo políticas que facilitarían la vida a miles de personas”, rememora con emoción. 

Ese paso hizo que muchas personas trans tengan visibilidad y puedan obtener su documentación entre muchas otras cosas. Sin embargo, para Mariana aún no es sificieinte, todavía hace falta un cambio cultural. “Es el cambio más difícil: hacerle entender a la gente que no somos monstruos, que no somos perversos, que no pretendemos que todo el mundo sea trans. A veces me planteo la fantasía de volver hacia atrás por el momento que estamos viviendo, pero no puedo; dejaría de ser yo y me causa mucho orgullo ser quien soy”.

La abogada cuenta que hace poco le pasó algo extraordinario que la hizo sentir muy bien y le recordó que vale la pena todo lo que hizo. Estaba en el taller de Pablo, un lugar en el que pasa gran parte de sus días, y un chico se acercó a ella para agradecerle: “Me dijo que gracias a mi él hoy puede tener su identidad, yo le dije que fue un trabajo colectivo. Porque para mi es muy importante decirlo, éramos un grupo con un objetivo en común: lograr la ley de identidad de género”.

Hoy ya no corre, solo sale a andar en moto y entrena. Se la puede ver en videos de YouTube haciendo ochos, tocando las rodillas con el suelo. Tuvo un accidente el mismo año de su primera carrera y le prometió a su papá que no volvería a correr. “A los 60 el cuerpo no se recupera de igual manera, te duele todo mucho más”, reconoce y asegura que sale con sus amigos a andar en moto y pasa mucho tiempo en lo de un mecánico amigo en donde se siente a gusto. 

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