Son muchas las personas que se acuerdan del momento exacto en el que se enteraron de aquella noticia: dónde estaban y qué hacían cuando el 11 de septiembre de 2001 dos aviones impactaron sobre las Torres Gemelas.
Se trató de uno de los atentados más grandes que sufrió Estados Unidos, el cual tuvo un saldo total de 3000 víctimas y marcó un antes y un después en la vida de sus habitantes. Una de esas personas es David, oriundo de Nashville, Tennessee, que aquella mañana, momentos antes del ataque, había estado en el subsuelo de una de las torres.
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La razón por la que se encontraba allí tenía que ver con la línea de subte que pasaba justo por debajo del World Trace Center que lo llevaba a su trabajo. “Yo trabajaba en un edificio casi al lado de las Torres, y todas las mañanas pasaba por ahí. Esa mañana llegué temprano y fui a mi oficina a buscar un contrato muy importante para mi carrera”, cuenta David a El Destape, que hasta ese momento no tenía ni la menor sospecha de lo que estaba por suceder y cómo todo lo programado se vería interrumpido.
Al fin del mundo
Después del horror y la tragedia que dejó aquella mañana de verano boreal, el norteamericano cuenta que se instaló un clima de miedo muy fuerte en todo el país y rápidamente supo que no quería eso para su vida. Comenzó a pensar hacia dónde podía trasladarse y recordó que algunos años antes, en 1998, había visitado la Patagonia. Fue en ese momento en el cual, según sus propias palabras, “quedó en mi corazón un pedazo de Argentina”.
“En esa experiencia me enamoré de la Argentina, de las costumbres y los olores acá, desde la tarta de ricotta hasta el asado, el mate y la sobremesa”, enumera, y sintetiza en que en un país donde la gente se saluda con un beso “eso habla mucho sobre los valores de las personas, la importancia de los vínculos”.
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Así fue cómo dejó atrás Nueva York y construyó una nueva vida sobre el suelo mendocino, provincia que no eligió al azar. “Mendoza es muy linda y con oportunidades de desarrollar negocios. La elegí muy a propósito porque es un lugar que ofrece muchísimas cosas y en ese momento había muy poco pensado para el turista extranjero. Y yo no soy el único, varios extranjeros llegaron después de 2001 para poner negocios acá”.
David cuenta que al principio el choque cultural fue fuerte: “La cosa más difícil fue saber cómo y cuándo besar a otro hombre, porque en Estados Unidos eso no se hace nunca. A veces ni siquiera entre un padre y un hijo”. Además, agrega a esa lista “la informalidad, el tiempo que lleva hacer trámites, la burocracia, que es una palabra que nunca puedo pronunciar”, dice entre risas. “Todas esas cosas fueron muy chocantes porque yo estaba acostumbrado a una cultura más estructurada”.
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No obstante, casi a modo de confesión, reconoce que también tuvo que acostumbrarse a la sobremesa, una costumbre argentina tan incorporada que resulta prácticamente imposible evitarla cuando nos reunimos con otros. Pero en un lugar donde una de las frases más populares es “el tiempo es dinero”, quedarse hablando después de la comida es simplemente algo impensado. “En Estados Unidos todos están ansiosos para irse después de comer”, señala David, y aclara que en algunas ocasiones especiales como el Día de Acción de Gracias puede generarse ese momento.
Un argentino nace donde quiere
Completamente inmerso en nuestra cultura, David reconoce que en cuanto se aleja de Argentina, enseguida quiere volver. Su última visita a Estados Unidos fue en julio por algunas semanas, “pero a los dos o tres días ya quería volver a acá. Mi lugar en el mundo es Argentina”, afirma en un español que a esta altura ya tiene una clara tonada argenta. “Allá a todos lados hay que ir en el auto, nadie camina por ningún lado. Eso me vuelve loco. Y la vida en los barrios es más fría. La interacción entre los vecinos es mucho menor que acá”.
Respecto a los festejos por el Mundial, los define como “un momento increíble”. Salió a la calle a festejar junto a su hijo Benji que tiene 13 años, su abuela y su mamá, “¡y hasta la perra también!”.
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“La única vez que yo he visto algo así en fotos de Estados Unidos fue después de ganar la Segunda Guerra Mundial, el día que se declaró la victoria sobre Alemania. Es el único otro momento que yo conozco de tanta alegría y de tanto patriotismo”, cuenta David, al mismo tiempo que se sorprende de los contextos tan dispares.
Ahora bien, respecto a lo que más y lo que menos le gusta de Argentina, David lo tiene claro. “Lo que más me gusta es la pasión de la gente, las costumbres, los vínculos entre las personas. Y lo que menos me gusta es que el argentino se autocritica mucho sin ver o sin reconocer las cosas lindas que tenemos en este país. Siempre todo es malo y no se puede”, reflexiona.
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En este sentido, aclara que “no niego los problemas graves que tenemos, pero hablar de eso todo el tiempo y enfocarse tanto en lo externo no me gusta. En comparación con Estados Unidos, asegura que en ambos países hay “una adicción, una obsesión por las noticias y por lo macro, cuando la prioridad debería ser lo micro, el individuo, la familia, la comunidad”.
De la Gran Manzana a la uva mendocina
Actualmente tiene dos emprendimientos, por un lado se dedica junto a su socio a organizar pasantías en bodegas para estudiantes universitarios de Estados Unidos. A su vez, también trabaja con inversores extranjeros que necesitan asesoría en cuestiones contables, legales y bancarias. “Mi equipo y yo somos como un nexo entre inversor extranjero y Argentina”, explica.
De cara al futuro, cuenta que si bien ha tenido la suerte de conocer la gran mayoría de las provincias, le queda pendiente conocer Paraná y en cuanto a su tiempo libre, le gusta acampar y jugar al softball con su hijo, ir al gimnasio, leer sobre psicología, los sábados salir a bailar y juntarse con sus amigos a comer un asado. Además, dice que disfruta mucho la música y que “como Soda Estéreo no hay otro”. Día a día, se las ingenia para combinar las dos culturas que lo atraviesan.