La problematización de la masculinidad hegemónica como dispositivo de reproducción del machismo y la violencia llegó, finalmente, al prime time televisivo. Paradójicamente no fue por la militancia ininterrumpida de los movimientos feministas, la comunidad LGBTIQ+, y los diferentes organismos que luchan contra la violencia de género y la discriminación. El debate sobre los modelos de construcción de masculinidades se instaló en la opinión pública a partir de la polémica Azzaro vs. Maratea. Bienvenida sea entonces.
El punta pie inicial fueron las expresiones desafortunadas del periodista Flavio Azzaro en el Canal Crónica, mientras su colega Carolina Bisgarra relataba un ataque homofóbico a Maricafé, un Bar de la comunidad. "¿Qué significa un café GLGTV (sic)?", fue la reacción de Azzaro frente al hecho social de violencia. "A mí que me gustan las mujeres, ¿puedo ir?”, dijo luego. Después de su intervención pidió disculpas por haber banalizado el tema, pero siguió sosteniendo argumentos ligados a su experiencia personal. En el programa de Esteban Trebucq, el “pelado de Crónica”, llegó a poner en duda la legitimidad de la lucha del colectivo de la diversidad señalando que son temas que no lo sensibilizaban porque “hoy está de moda ser progresista”. Además acusó a miembros de la comunidad de victimizarse por su “condición sexual”. Como respuesta, el Influencer Santiago Maratea utilizó sus cuentas personales para cuestionarlo, identificar ciertos patrones ligados al machismo en su discurso, e introdujo el concepto de “masculinidad frágil”.
Masculinidad hegemónica o masculinidad frágil
Ariel Sánchez, Director de Promoción de Masculinidades para la Igualdad de Género del Ministerio de Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la Provincia de Buenos Aires, destaca que se comience a hablar de masculinidades desde el lugar de la divulgación y el debate en redes. “Lo que hay que entender es que el concepto de masculinidad es algo que tiene que demostrarse constantemente, y al mismo tiempo siempre está en peligro", explica. Y enfatiza: "La masculinidad está a la defensiva porque tiene que demostrarse para volverse una certeza, y como los mandatos son tan arquetípicos e imposibles, la única forma de demostrarla es fragilizando a otra persona”.
La construcción histórica y social de la idea de masculinidad hegemónica está inscripta sobre varios puntos fundacionales: en principio la reproducción del binarismo de género y el sostenimiento de la división masculinidad/feminidad. De esta manera se asocia la masculinidad directamente al varón, u hombre, constituyéndose la masculinidad como un atributo exclusivo y naturalizado de los “varones”, eliminando otro tipo de subjetividades, formas de ser y estar en el mundo no binarias. Todo lo que queda afuera, quienes por algún motivo no encajan en este modelo (hombres trans, homosexuales, afeminados, débiles…) están excluidos y por ende son discriminados, considerados poco hombres, o incluso feminizados. Por eso para un varón la posibilidad de ser “feminizado” o no considerado lo suficientemente hombre representa un juicio de valor sumamente dañino. La violencia hacia otrxs, el riesgo innecesario, los comportamientos temerarios, y el renegar de la propia vulnerabilidad, pueden reconocerse como mecanismos de defensa del propio dispositivo de reproducción patriarcal.
Políticas públicas para repensar y transformar las Masculinidades
¿Cómo se pueden producir formas de habitar las masculinidades por fuera de las complicidades y los silencios machistas? ¿Qué lugares pueden ocupar los varones en las luchas por la igualdad de género? ¿Cómo pensamos políticas de cuidado que incluyan a los varones cis heterosexuales?, son algunos de los interrogantes que movilizan el trabajo de la Dirección de Masculinidades que encabeza Sánchez para la puesta en marcha de políticas públicas específicas.
Una columna vertebral es la que se desarrolla directamente con varones que ejercen o han ejercido violencia y fueron denunciados: “Lo que hacemos ahí es formación para la creación de espacios municipales, para trabajos grupales y estrategias de abordaje no punitivas con varones. Son medidas complementarias a las punitivas establecidas por los juzgados”. En esas instancias se hace hincapié en los ejercicios de reconocimiento e identificación de la violencia, la transformación de las prácticas y la construcción de otro tipo de comportamientos. La Línea telefónica Hablemos es una línea de primera escucha, seguimiento, articulación y derivación dirigida a estos varones, y apunta a fortalecer la accesibilidad para quienes que se encuentren en la búsqueda de espacios de atención territoriales, ya sea por indicación judicial o demanda espontánea.
Por otro lado mantienen actividades para la prevención de las violencias por razones de género y promoción de modelos alternativos de masculinidad, con el objetivo de implementar instancias de formación con equipos técnicos y jóvenes: “Solemos trabajar con equipos técnicos de áreas municipales, con jóvenes, y también trabajamos con sindicatos, organizaciones políticas, y espacios laborales de la administración pública. Los puntos fundamentales varían dependiendo de quienes sean los destinatarios. Cuando lo hacemos con varones apuntamos a un espacio de desarticulación de ciertas formas de naturalización de la violencia, pensar el consentimiento, o desarmar lazos de complicidad machista”.
Obstáculos y resistencias socioculturales
Afortunadamente quienes trabajan masculinidades identifican que ha comenzado un cambio en la recepción del tema, aunque esto no implique que se hayan transformado los vínculos y prácticas cotidianas. “En nuestro país el hecho que se empiecen a pensar estas cosas ligadas a la masculinidad es producto de los movimientos feministas y de diversidad sexual, y la creación de ministerios y organismos con mirada de género. Cuando empezamos se produjo un proceso de legitimación de estos temas, pero todavía existían ciertas resistencias”, advierte Sánchez.
En el trabajo con varones cis heterosexuales se pueden reconocer una serie de resistencias simbólicas e institucionales que dificultan los procesos deconstructivos. El más importante es el desconocimiento que predomina acerca de la masculinidad como construcción social: “Hay cierta invisibilidad de esa forma de hacerse varón, entonces ni siquiera se reconocen un montón de prácticas como los lugares que ocupan en espacios laborales, políticos, o sus vínculos cotidianos, como por ejemplo en una casa, o como hijos, hermanos o pareja. Un lugar alejado de las prácticas de cuidado, desentendido de cierta empatía. Eso ni siquiera lo ven como parte de la formación por prácticas generizadas, y es un obstáculo a desarmar”.
En segundo lugar otra forma de resistencia colectiva es el silencio. Gran parte de las prácticas de violencia vinculadas a los dispositivos de masculinidad se sostienen por formas naturalizadas de complicidad machista, conformadas en los grupos de pares, que son difíciles de desarmar. Como señala el Director “quedar como el que denuncia o pone en evidencia algo en su grupo de pares es poner en riesgo la etiqueta de masculinidad. Eso contribuye al silencio, a la minimización de las situaciones de violencia, y que las prácticas nunca se desarmen”.
Existen otro tipo de resistencias que ya no se trata de comportamientos individuales sino de reacciones organizadas, como sectores conservadores del arco político que suelen cuestionar las políticas de género y de igualdad. “Para ir desarmando estos movimientos hay que poner en evidencia que las políticas de igualdad de género son políticas de justicia social, y tienen el objetivo de hacer más vivible la vida de los varones. No son políticas destinadas solo a mujeres o a un grupo de la sociedad”, insiste Sánchez. En este sentido se busca re pensar los mandatos de masculinidad como factores de riesgo haciendo foco en que sus prácticas, como fueron educados y socializados, puede provocar riesgo y daño en los otros, sean mujeres, personas LGBTQ+, u otros varones.
La ESI como herramienta clave para el trabajo con jóvenes
Entre las prioridades está sin lugar a dudas el trabajo directo con los jóvenes que se lleva adelante en espacios educativos, clubes, espacios de práctica deportiva, y en los territorios, a partir del brazo articulador del área de juventud de la Provincia. Para la consolidación del proceso que se desarrolla resulta fundamental la implementación de la Ley de Educación Sexual Integral como política del cuidado y como política de igualdad social.
“Desde ese lugar podemos habitar nuevas formas de masculinidades, desarmando los mandatos vinculados a la potencia y la impenetrabilidad, es decir la imagen de que los varones no tienen fallas o fisuras. La ESI es una herramienta política fundamental para trabajar en una masculinidad más vinculada al cuidado – analiza el Director de Promoción de Masculinidades para la Igualdad de Género - el núcleo duro de la desigualdad en quien cuida y quien no, es producto directo del patriarcado y condiciona la distribución desigual en los hogares, pero también en términos económicos y políticos en general. Educar en las prácticas de cuidado y realizar ejercicios de reconocimiento de la violencia, del consentimiento y del placer, es una herramienta fundamental”.
Rugby, masculinidades y grupalidad
El 18 de enero se cumplieron 2 años del asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, por parte de un grupo de jugadores de rugby. Los ataques de estas patotas y las peleas entre grupos se repiten en nuestro país con muchísima frecuencia. En 2020, cuando se produjo el hecho violento, el rugby quedó en primer plano y se instaló en la opinión pública el debate acerca de qué rasgos de la disciplina potenciaban este tipo de fenómenos y funcionaban como mecanismos reproductores de la violencia. Pero como suele pasar, el tema se diluyó y en este lapso de tiempo se volvieron a repetir episodios similares. En noviembre último Santiago Elio Pintos, un joven tucumano estudiante de Educación Física, fue brutalmente agredido y herido a la salida de un bar por una patota de rugbiers del Club Huirapuca.
Sánchez ha estudiado el hecho social y analiza que particularmente en el rugby se cruzan género y posición social: “Los clubes y la formación del jugador de rugby tienen una particularidad que no se da solo dentro de la cancha. Hay cierta identificación que trasciende el campo y pasa al lugar que pueden ocupar en una ciudad, o un boliche. Es una práctica que se basa en la distinción y diferenciación, y genera formas naturalizadas de violencia y silencio al interior de los grupos, muy arraigadas. Desde los clubes nos plantean la necesidad de que esa educación para la cancha no traspase más allá de ese momento”.
Apuntando directamente a transformar esta problemática la Dirección de Promoción de Masculinidades para la Igualdad de Género del Ministerio de Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la Provincia de Buenos Aires, inició un programa sostenido en clubes en general y clubes de rugby, en particular, donde se trabaja sobre todo con entrenadores y referentes. El punto a desarmar es el vínculo que se ha naturalizado entre grupalidad y violencia, y las formas de competitividad y la eliminación del otro.
Además desde la Dirección, la Secretaría de Promoción de políticas de género, y la Subsecretaria de Deportes, se ha conformado una mesa de monitoreo y estrategia de erradicación de las violencias que cuenta con la participación de la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA). El objetivo de la mesa es ir profundizando el trabajo para que no quede en la instancia burocrática de un taller o un curso: “No se trata de un tema de formación técnica. Se trata de cambiar la forma o la educación deportiva en general, ya que está atravesada por mandatos de masculinidad aunque ni siquiera se lean así: fuerza, eliminación del otro, potencia, mostrarse impenetrable, los lazos de complicidad. La práctica de callar y silenciar situaciones de violencia por no traicionar al amigo o al grupo, por ejemplo. En las lógicas de grupalidad entre varones se pondera más el silencio, la complicidad y la reproducción de la violencia, que el tratar de transformarla. Eso hay que desarmarlo”.