En una historia pensada y contada por hombres, la búsqueda de referentes para las mujeres fue tan necesaria como la propia lucha en nombre de los derechos diezmados y por conquistar. Sin saberlo, estas mujeres, morochas y argentinas, hicieron Historia en sus arenas, pero marcaron precedentes tanto en la manera de contar nuestra historia como en la osadía de vivirla pues torcieron las formas de vida de la época y se convirtieron en leyenda.
Hoy podemos ver cómo se dio vuelta la identidad que fue impuesta a lo largo de los años por parte de quien ha ejercido el poder sobre nosotras: el machismo. Con padres muertos o abandónicos, la necesidad constante y la falta de oportunidades marcaron la búsqueda de justicia en la que ser mujer fue más un desafío y una victoria que un impedimento para apoderarse del cariño de la gente y la memoria de los pueblos. Porque las habladurías fueron de la prensa, de la hipocresía y del mercado que no consiguieron verlas de rodillas. En este 8M, Día de la Mujer, las recordamos.
Tita Merello: “No hay que dar por el pito más de lo que vale”
La Mujer Moderna de la Argentina encontró en los espacios propios de los machos cuchilleros una ciénaga para la rebeldía y la contestación a la economía, a los hombres y al exilio. Pese a haber creado la modalidad vocal femenina en el rubro tanguero, Tita fue por más porque nada le era suficiente. Una memoria inviolable la llevó a compartir cada etapa de su vida sin una gota de vergüenza. Batalló al machismo sin ningún marco teórico y en cualquiera de sus formas: violencia, desamor y el mismísimo mercado artístico.
“Yo me revestí. Me hice un vestido para pelearla a la vida de prepotente. Pero te darás cuenta que soy un perrito. Yo debo haber sido en otra generación un perro porque me dan ternura y muevo la cola. He vivido toda la vida añorando ternura que es el mejor de los sentimientos porque comprende amor y pasión. A mí me tratan bien y consiguen de mi cualquier cosa. La vanidad, la estupidez, la prepotencia, no sirven para nada”
Primeros años
Laura Ana Merello nace el 11 de octubre de 1904, hija de un chofer y una planchadora, y creció en un conventillo de la calle Defensa en San Telmo. Su padre murió de tuberculosis cuando la niña tenía apenas cuatro meses de edad. Su infancia, sin dudas, fue marcada tanto por la pobreza como por la falta de cariño en una Argentina a la que le faltaba casi medio siglo para conocer la dignidad de sus desprotegidos.
“Mala cosa acostumbrarse de chica a no recibir afecto”, también dijo ya que antes de cumplir 5 años, su madre la dejó en un hogar religioso de Villa Devoto a causa, nuevamente, de la pobreza. No podía garantizarle a la niña ni comida ni abrigo y la tuberculosis que fue uno por uno allá por el principio de siglo, podría ir a buscarla a ella. Tita estuvo casi cinco años en el asilo y, antes de cumplir 10 años, fue trasladada con un tío a un campo ubicado en Bartolomé Bavio, cerca del partido de Magdalena, donde ordeñaba vacas y limpiaba los chiqueros. “Trabajaba como un hombrecito, entre los hombres. Pasaban los días, las noches. Nunca un gesto de ternura”, remarcó más adelante sobre esta etapa.
En su adultez, se definió nuevamente como “una chica triste, pobre y, además, fea”. “Presentía que iba a seguir siéndolo siempre. Después descubrí que no hace falta ser bonita. Basta con parecerlo. Soy insolente de nacimiento y temperamento. Y con capacidad para sostener una insolencia... No recuerdo si tuve una infancia precoz. Lo que sé es que fue muy breve. La infancia del pobre siempre es más corta que la del rico”, denunció.
Inicio del despegue de Tita Merello
Atrás quedaron los tambos, pero la necesidad económica la llevó a incursionar en el ambiente artístico nocturno y su carrera comenzó con creces en el Teatro Avenida. Luego el Teatro Bataclán del Bajo Flores que la vio crecer y catapultó hacia el Maipo. Interpretó con valentía y desparpajo personajes transgresores que demostraban que a la versión sumisa y silenciosa de las mujeres tenía fecha de caducidad.
Tita nunca fue a la escuela y fue analfabeta hasta los veinte años. De acuerdo con su testimonio que nunca mezquinó, sólo era capaz de diferenciar la A de la O, pero no se iba a quedar con esa limitación. Aprendió a leer y a escribir con la ayuda de un amante para gestar sus propios tangos con un registro único y llegó a colaborar con la revista Voces dándole rienda a su faceta como periodista.
"Me costó trabajo aprender a vivir, pero aprendí a leer y a pensar por mi cuenta; si fuera verdad que la inteligencia se desarrolla mejor cuando encuentra resistencia, yo tendría que ser la mujer más inteligente del mundo, fui resistida y resistente", ironizaba.
El reconocimiento público llegó luego de sus interpretaciones cinematográficas. El musical Se dice de mí la consagró como profesional. Mientras rodaba esta película, Tita demostró su determinación y valentía al lograr que el gobierno de Juan Domingo Perón levantara la censura que recaía sobre su coprotagonista, Pepe Arias.
Con su milonga Se dice de mí se puso en el bolsillo a la exaltación de la belleza hegemónica pues fue criticada, sin paz, por ser "fea", "gorda" y hasta "desafinada". Sin pelos en la lengua, le dio su respuesta bien filosa a los ideales imperantes con uno de los temas de la cultura popular que más fuerza inspira. Si bien la letra original fue pensada para un varón, Tita hizo su propia versión en 1954 y conquistó al mundo. "Si fea soy, pongamosle que de eso ya yo me enteré", definió.
Tita Merello no odiaba a los hombres
No era la desviada que odiaba a los hombres como muchas veces la presentaron sino todo lo contrario. Tita tenía memoria y una de las más fuertes de todas, la memoria del hambre. Por eso no olvidó a ese hombre que la encontró sucia y llorando por el ruido que se comía sus tripitas a sus cuatro años y que le llevó un sanguche que sabía a salvación.
Ese recuerdo tampoco taparía la violencia venidera ni cada uno de los incordios que tuvo que atravesar por causa de los hombres que si pagaban tenían derecho a todo, y si no también, porque lo que no podían comprar lo irían a buscar por la fuerza. Cansada salió del bulín de Avenida Corrientes en el que cantaba por dos mangos que no le alcanzaban para nada, al que iban los hombres a mirar y a dejar salir sus instintos más animales.
Muerta de frío, se encontró con uno que quería “enseñarle” cómo redimirse. Tita le metió un rodillazo en los testículos que lo dejó tirado, como herido de bala. Corrió desesperada y se refugió en una iglesia para pedirle a su dios que no la deje “en manos de estos tipos que se creen dueños”. “Así no termina mi vida, pobre y miserable de esta manera. Yo te juro que la gente va a saber de Tita Merello. Pero ahora salvame de esta, que te necesito. Amén”, prometió, se persignó y volvió a su pensión de Almagro para dormir y empezar al día siguiente un nuevo desafío. Mantenerse alimentada, abrigada y a salvo de una amenaza de los cuchilleros de siempre representaba cada día una victoria para esta tanguera.
"Más adelante, sabré cómo tratarlos para que no se pasen de vivos. Si no se aprende a pelear en la vida te pasan por encima", vaticinó y con razón. Si bien el actor Luis Sandrini fue su llamado "gran amor", se salió del vínculo tras volver de su exilio en México (por aparecer en una foto con Juan Domingo Perón) y decidió no acompañar a Sandrini a Europa para hacer un protagónico porque ella tenía que seguir brillando en Buenos Aires. Pero ante la negativa de la morocha de desistir de su papel para acompañarlo, Sandrini la dejó.
Más adelante le dedicaría algunos de sus tangos hasta que llegó el productor Daniel Tinayre, con quien mantuvo un romance que compartió al aire con Mirtha Legrand, viuda de Tinayre. “Se enamoró de mí, pero se casó con vos”, aclaró.
"Muchacha, hacete el papanicolau"
Tita fue la cara visible de un movimiento contra el cáncer de cuello de útero, originado en gran medida por el Virus del Papiloma Humano (VPH) que en muchos casos es contraído a través de las relaciones sexuales. Tras ser operada en 1980 de cáncer de útero, alzó su poderosa voz para advertir y alentar a miles de mujeres a realizarse el control, tan simple y seguro, para prevenir una de las principales causa de la enfermedad que se llevó, o condicionó considerablemente, la vida de millones de mujeres en el mundo.
Tita buscó hablarle a la mayor cantidad de mujeres posible, principalmente a las suyas, ya que las que más riesgo corren con esta enfermedad son las menos informadas, las que no podían acceder tan fácilmente al sistema de salud para controlarse.
Isabel Sarli: “El único pecado que he tenido fue desnudarme. Que Dios me perdone”
Un mito llamado Hilda Isabel Gorrindo Sarli nace en Concordia, Entre Ríos, el 9 de julio de 1929. A lo largo de los años, pasó de ser la secretaria perfecta a una diosa y también un peligro para las buenas costumbres pacatas y milicas de la época. Fue abandonada por su padre, incursionó en el modelaje casi por accidente, participó de Miss Universo, fue negada como actriz por la Asociación de Actores aunque se presentó en el festival de cine de Mar del Plata como productora, alzó la voz por los derechos de sus colegas brasileños negros en el hall del nada menos Copacabana Palace durante el rodaje de Favela en el ’61, padeció la censura y la persecución de la Iglesia, la Triple A y la prensa humillante, hizo huelgas de hambre en Plaza de Mayo en la propia cara de Agustín Lanusse y fue devota de Perón quien la definió como la más importante de sus representantes en el mundo.
“La vida que llevábamos con mamá era realmente austera, no teníamos oportunidad de salir a divertirnos”, le confesó a Néstor Romano, autor de Isabel Sarli al desnudo. El propósito de María Elena Sarli, su madre, era hacer de su hija una mujer que pudiera valerse por sí misma. En el ’46 fue reconocida de manera absoluta como hija natural de María Elena, usando así hasta el último día el apellido materno.
Crece Isabel, nace la Coca Sarli
Isabel comenzó a trabajar en una agencia de publicidad como secretaria tras haber estudiado inglés y dactilografía, pero el destino hizo de las suyas: bastó que se enfermara una modelo para que le propusieran participar de todo tipo de afiches y bien dirán que la necesidad tiene cara de hereje. “Tímida por naturaleza, me costó mucho ponerme frente a las cámaras. Cuando me veía hecha una bola de nervios pensaba en las necesidades que habíamos pasado con mamá, en los sacrificios para que yo pudiera estudiar. No podía defraudarla”, definió. “Tanta lucha por sobrevivir es la que me llevó a esa audacia de convertirme en pionera del desnudo”, insistió.
La llamaron Coca por sus curvas similares a la gaseosa homónima. El éxito espontáneo de su exuberancia 98–60–98 se transformó en una convocatoria del cineasta Armando Bó para que participase del primer desnudo del cine nacional, debutando en la pantalla grande en 1958 con El trueno entre las hojas. La dupla sufrió la prohibición en prácticamente todas sus películas (29 de 34): o los perseguían las tijeras del Ente de Calificación Cinematográfica, o les iniciaban demandas penales… O, sin más, él pasaba el fin de semana en el calabozo.
Le tiró por la cara tanto café hirviendo como un cenicero a Bó que osó con no cumplir el guión pactado y defendió su trabajo como productora quedándose con el 50 por ciento de las recaudaciones de largometrajes que triunfaron en países impensados como Egipto o China… O incluso que llegaron de contrabando a la Unión Soviética. No aceptaba que los actores le dieran besos en la boca y las escenas de desnudos sólo reunían al personal necesario.
“Desde el 2 de octubre de 1958 en que se estrenó mi primera película (El trueno entre las hojas), me critican, me dejan de lado. Dicen que soy una nudista y que busco promoción”, denunció la actriz.
En la mayoría de los largometrajes, la Coca es observada, asediada y violada por los hombres que la rodean en historias que exhiben los defectos de una sociedad misógina, con rasgos auténticamente argentinos (machos con la piel curtida en caballerizas, yerbatales y hasta un frigorífico), se valen de la desnudez como un disfraz para la denuncia de las mujeres en el centro de tanta rabia masculina que evidencia al cuerpo femenino como una zona de conflicto.
Que el imaginario colectivo es selectivo se evidencia en Carne (‘68), recordada falsamente por un erotismo que no existe: los desnudos fueron la instantánea de explotación, sometimiento sexual y violaciones en patota.
La sexy siempre trabajadora habla y dispone de su cuerpo porque nunca le faltó un amor correspondido. En contrapartida, el feo, el bruto que no es mirado por la protagonista no hace la cosa fácil y se empeña en castigarla por su desacato. La mujer consigue consagrarse como personaje, pero sigue reducida a un orden establecido.
En Fuego (rodada en el ’69, estrenada en el ‘71), Laura es una mujer joven catalogada, por deseante, de ninfómana. La crítica del diario Clarín sobre Fuego no es más que la cuestionable inteligencia del momento: “Las inevitables caídas de Laura en el pecado, y su necesidad de purificarse. Lo logrará con la muerte”.
Esos mismos dueños de la palabra, la llamaron “la higiénica” porque se bañaba en sus películas. También la llamaron “la amante eterna” o “la estrella de cine que amó a un solo hombre” sobre su relación con el director de cine quien fuera su pareja durante 25 años. Al igual que Tita, la Coca no se casó más que por accidente a sus 19 años.
La Coca Sarli atendiendo a la hipocresía a los cachetazos
La Coca fue la heroína que no tuvo que robar ni tomar nada prestado de los demás para erigirse como un mito de la cultura popular latinoamericana.
y Armando Bó no fue el único incorregible amedrentado por la actriz.
Tras la muerte de su madre, la Coca participó de una cena organizada por militares para actores. El sacerdote, Daniel Zaffaroni, anfitrión de La misa de los artistas, programa televisivo con vocación cristiana y aleccionadora, le negó el consuelo de Dios para su tristeza por “el daño que provocan sus películas en la gente”.
- La muerte de mamá me sigue afectando, Padre. ¿Cómo hago para soportar este golpe?
- Mire cómo anda. ¡No tendrá perdón de Dios!
No lo dudó. Nuestra heroína entonces anónima, le metió una cachetada en la cara mientras con la otra mano lo agarró del cuello y lo estampó contra la mesa de los sanguchitos. Suficiente. En el ’95, Isabel ratificaría: “El único pecado que he tenido fue desnudarme. Que Dios me perdone”.
Más atrás en el tiempo, la pequeña Isabel quedó al cuidado de una tía en Concordia mientras su mamá se instaló en Avellaneda con su hermanito que moriría a causa de una pulmonía. Su padre, Antonio Francisco Gorrindo, aprovechó el vaivén para abandonarlos sin un peso. A las semanas, María Elena e Isabel volvieron a estar juntas en Buenos Aires con el corazón hecho pedazos: los restos del niño desaparecieron misteriosamente en la Chacarita.
"¿Ahora se acuerda? Ya es demasiado tarde" le dijo la Coca a Gorrindo por teléfono cuando consiguió comunicarse con ella tras el éxito de El trueno entre las hojas. No conforme, le devolvió al arrepentido cada una de sus cartas sin abrir. Eso fue todo. “Mi madre me decía que los hombres eran unos desgraciados sin excepción”, aseguró.
El después
Isabel Sarli sobrevivió al poder de turno que aplicó el rigor de la censura, al desprecio de los hipócritas, a un tumor cerebral y un edema pulmonar porque su historia tenía que seguir siendo escrita. La dueña del primer desnudo en la pantalla grande en todo el continente, rechazó filmar en Hollywood, despreció contratos millonarios en México y se retiró voluntariamente tras la muerte de Armando en el ’81. En el ’96 regresó a la pantalla grande de la mano de Jorge Polaco con La dama regresa y en el 2010 participó con su testimonio del documental Parapolicial negro, apuntes para una prehistoria de la AAA.
En su casa de Martínez formó un zoológico, cuidando de perros, tortugas, papagayos y hasta un ciervo. Confesó tenerle fobia tanto a las peluquerías como al parto, por eso se convirtió en mamá adoptando a Martín y a Isabelita y, en un nuevo episodio de la Argentina de la estupidez y la discriminación, le ofreció su apellido a Flor de la V cuando tuvo que dejar de llamarse Florencia de la Vega tras ser enjuiciada.
Con el mismo honor, le pidió a la prensa que no perdiera tiempo en plantear comparaciones entre actrices, dejando sin efecto ese plan eterno de dividir y oponer a compañeras. “Con respecto a las rivalidades entre sexies, no admito comparaciones. Sólo pido que me vean en mis próximas películas. No entro a discutir, pero los diarios no miden bien lo que dicen”, sentenció.
Gilda: “No me verás llorando atrás de la puerta”
Miriam Alejandra Bianchi nació el 11 de octubre de 1961 en Devoto. Si bien parecía encomendada al destino previsto y gestionado por los hombres, con un padre que fallece en su adolescencia dejándole a cargo una familia completa, con un matrimonio contraído apenas entrando en la adultez. Corrían los ’90 y la historia de la movida tropical dejó de ser escrita solo por los hombres, por los pelilargos trajeados que contaron de mil maneras cómo ser infiel o sobrellevar la borrachera. Se alejó de la docencia para ir de bailanta en bailanta hasta la radio, el disco de doble platino y los escenarios del Mercosur y alrededores.
Se hizo llamar Gilda por el personaje homónimo de Rita Hayworth. Hablaba de elegir, de tener un sueño, de emborracharse de amor, de la incertidumbre, de no ser correspondida, de romper cadenas con las botas de cuero que sólo le correspondían a las sexies bailarinas. Les cantaba a todas con un anhelo de libertad: a no conformarse en el universo tropical y machista, bregando por la independencia, a saltar del escrúpulo infundado a la sensatez del deseo, a no estimar la opinión de papá o mamá a la hora de amar, de salir por la ventana para irse al baile a seguir el ritmo de alguna que otra piel. Invitaba a sacarse de encima al inmaduro y al mezquino, al que no piensa hacer cambiar.
A los 18 años se casó con quien le dio infelicidad y dos hijos: Mariel y Fabrizio. Otro hito en el que el destino de Miriam es gestionado por los hombres: postergación de sueños y la cuestión de hacerse cargo de la manutención del hogar.
A partir de un anuncio clasificado, Miriam se convierte en Gilda
Fue criada con la música con una madre profesora de piano. Por eso no le fue indiferente un aviso clasificado que convocaba vocalistas femeninas para un grupo musical. Tenía 29 años y se hizo presente pese a la oposición de su madre y su marido pues consideraban menester que Miriam se repartiera entre el jardín de infantes donde era maestra y el cuidado del marido y los hijos en su casa. Allí conoció a Toti Giménez, tecladista y quien fuera su pareja hasta el momento de su muerte.
Después de una década de un matrimonio que se venía desgastando, en el '94 ella decidió comenzar su carrera artística y se separó de Raúl Cagnin, quien no compartía el sueño y la audacia de la cantante. Ella se quedó en Villa Devoto con sus hijos mientras Cagnin regresó a lo de sus padres firmando el final de la estructura "felices para siempre".
A Miriam le dijeron que no daba mandarse sola, mucho menos encabezar un grupo musical porque el siglo XX seguía corriendo y el mercado tropical era íntegramente patriarcal y obsceno, pero la prueba fue exitosa y pudo romper las cadenas propias y del mundo del espectáculo. Gilda comienza su carrera como cantante y grabó demos que superaron las expectativas de los gestores de la cultura tropical. En el ’93, después de ser rechazada por diferentes discográficas, porque en el mercado de la bailanta no había cabida para las mujeres (sólo para las mujeres voluptuosas), gracias a Magenta sale a la luz De corazón a corazón.
Corazón herido lo editó Clan Music, una compañía de más problemática por las intenciones del productor que pretendía acercarse íntimamente a Gilda a como dé lugar. Pero las relaciones profesionales de la artista con la discográfica no tardaron en romperse pese a las amenazas del productor tanto a Gilda como a su familia.
Después vino Pasito a pasito”, el tercero con el éxito No me arrepiento de este amor. Leader Music produce “Corazón Valiente”, el disco más vendido y el último cantado por Gilda antes de su trágica muerte. Con él llegaron los shows, las giras por todo el continente y la fama indiscutible. La tapa del disco la tiene a Gilda envuelta en una capa azul y coronada con flores. Lejos de ser una colorida compilación musical, maduró, sin pretenderlo, en forma de manifiesto para los corazones de las mujeres en particular que, históricamente, fueron reclusos de la pedagogía del macho.
Corazón valiente marca el fin de la Historia cumbiera escrita por el patriarcado: por esos tipos infieles, tramposos, inconformes, rencorosos y vengativos. Nos invita a plantarnos y, sin falsos rencores, habla de cerrar la puerta y de abrir otras que saben de amar y del amor verdadero que no lastima. Corazón valiente nos invita a hablar con el corazón en la mano sin fracasar en el intento.
Aparece el Yo soy Gilda, marcado a fuego en las hojas de la cultura popular. Corazón valiente contiene Paisaje, el cover del italiano Franco Simone que llegó a nuestra región con la voz de la cantante que comparte su mayor dulzura en esas estrofas. El track Corazón valiente corona la declaración de principios de Gilda en donde explica la entrega con palabras más que atinadas para la rebeldía que inspira: “Y no me importa nada porque no quiero nada, tan sólo quiero sentir lo que pide el corazón”.
Porque amar, en cualquier momento de la Historia, implica pararse frente batallón enemigo que matiza violencia y pobreza estructural. El riesgo, Gilda lo alza cual estandarte: “Prefiero amarte, después perderte”. Por su parte, Un amor verdadero se plantea como una plegaria que puede ser escuchada.
El trabajo de hacer milagros
No conforme con ubicarse y echar raíz en un sistema productivo propio del macho dominante, no conforme con morir y ser un recuerdo, su trabajo por excelencia terminó siendo el de conceder milagros cuando la muerte la encontró yendo a trabajar. Una mártir nacional, una trabajadora que no iba a jubilarse adentro de la casa, atendiendo full time al marido y a los hijos desoyendo la voz que le pedía a gritos cantarle a todo un continente.
Gilda hablaba de amor envuelta en flores que ya hacían creer en milagros cuando ella, simplemente, se inspiraba en Corazón valiente, su película de cabecera. En la banquina de la Ruta 12, se encontró un casette con su voz cantando a capela que “toda persona tiene una misión en la vida” y tenía razón.
Sucede que los milagros fueron dos mil años propiedad de los hombres. Los seguidores de Gilda, más que encomendar sus milagros al Dios de todos, mandón y cuestionable, se encomendaron al amor de ella. Si sus canciones ya esperanzaban a miles de terrestres, bastante obvio fue que se convirtiera en una intermediaria entre la incertidumbre y el milagro, en una mensajera entre Dios y los mortales. Más que una santa, Gilda fue una obrera de los sueños de los desposeídos.
El 7 de septiembre de 1996, en el kilómetro 129 de la ruta 12, un camión embistió al micro donde viajaba todo el equipo de Gilda. Ella, su mamá Tita, su hija Mariel y tres de los músicos de la banda murieron. Fabrizio, su otro hijo y Toti sobrevivieron. La venta de los discos aumentó exponencialmente tras su muerte, a la par de su respeto y reconocimiento que le valieron la edición de 12 álbumes póstumos mientras que en vida sólo lanzó cuatro. Gilda fue ganadora en la categoría “Mejor Artista Tropical Femenina” en los Carlos Gardel del ’97.
Una muerte inexplicable y trágica por demás hizo crecer una mística más que especial y surrealista. El colectivo en el que murió fue movido algunos metros para crear un monolito devenido en santuario junto con los necesarios puestos de chori y souvenirs para los fieles. Adentro del colectivo calcinado, cubierto de banderas, rosarios y flores plásticas -para que sean eternas-, una familia le agradece con una bandera bordada de lentejuelas la adquisición de un Fiat 147; otra, la estabilidad en un trabajo con una estampita de San Cayetano o haber podido sacar la licencia para camión, pegar algún numerito en la Quiniela, que el nene empiece con salud el jardín de infantes o, simplemente, protección con ofrendas simples: un encendedor, cigarrillos, un labial. Objetos tan personales como necesarios, que sólo representan un deseo.
La mediatización de los milagros concedidos la ubicó al lado de la Difunta Correa y del Gauchito Gil.