No se trata de una “gripezinha”, como minimizó Jair Bolsonaro. No es un virus más que con 48 horas de reposo deja de molestar. El coronavirus ataca con síntomas diferentes y más agresivos que la gripe de estación. No acostumbro narrar crónicas en primera persona, pero después de recuperarme del Covid-19 me pareció importante contar mi experiencia. Una más entre los casi 1,2 millones de recuperados desde el inicio de la pandemia.
Ser jóvenes, no fumadores, sin antecedentes de salud, con relativamente buen estado físico nunca nos hicieron creer a Lucía, mi pareja, y a mí la falsa ilusión que plantea la derecha de que “sólo deberían encerrarse los adultos mayores” porque si tenés menos de 60 “no te pasa nada”. Aunque los cuadros que tuvimos no calificaron como graves no necesariamente fueron gratos.
Molestia muscular mucho más fuerte que alguna vez sufrida, puntadas en la cabeza y el estómago, fatiga y presión en el pecho que genere dolor al respirar fueron apareciendo a lo largo de los 10 días aislamiento y fueron tratados de forma sintomática cuando se lo necesitaba. La mayoría se retiró de a poco, pero algunos nos acompañarán quizás por algunas semanas desde el alta epidemiológica, cuando uno deja de contagiar pero no necesariamente de combatir el virus.
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El “dio positivo” llegó como un baldazo de agua fría. Si bien teníamos nuestras sospechas del resultado después de un contacto estrecho, la mala señal telefónica y mis deseos me hicieron creer escuchar la palabra opuesta. Pero no. Ese día fuimos dos confirmados más entre 10.880 nuevos casos y 1,3 millones acumulados.
El “positivo” llegó menos de 24 horas después del test de Detectar y trajo consigo una catarata de llamadas oficiales y mensajes laborales y a las pocas personas a las que podíamos habérselo transmitido. Gracias a haber seguido siempre los protocolos y usado alcohol al 70% y tapabocas, esas no presentaron síntomas o dieron negativo una semana después.
Desde ese momento en que asumí que enfermé empezaron los contrastes. Por un lado, brilló el sistema sanitario público. Pese a años de desinversión y malos sueldos, el esfuerzo sobrehumano del personal y la rápida preparación al comienzo de la pandemia lo llevó a dar un servicio de excelencia. Los aplausos a las 21 no alcanzan para agradecer la dedicación que le ponen a la detección, seguimiento e internación de los cuadros graves.
Inmediatamente después de que se comuniquen desde el Ministerio de Salud de la Ciudad de Buenos Aires para explicarnos los cuidados que debíamos tener, nos contactaron primero desde el Hospital Fernández para luego darse cuenta que nuestros expedientes debían derivarse al Durand. La confusión se debió a no haber actualizado el domicilio en el DNI, un pecado común entre inquilinos.
Nunca nos dejaron solos, sin importar horario ni fin de semana. Siempre por teléfono porque el aislamiento es estricto. Cual trabajadoras incansables, las dos médicas del público nos contuvieron, aconsejaron y adelantaron que pronto íbamos a tener nuevos síntomas, como en efecto sucedió. Aclararon también que el sistema privado seguramente demoraría en responder. “A un paciente al que le hago seguimiento lo llamaron recién en el día 10, cuando ya estaba todo resuelto. Mientras, le hicimos seguimiento nosotras desde el hospital”, me comentó una doctora.
El caso de mi pareja fue una de las demostraciones de que no todo el sistema privado no se puso a la altura. La Obra Social de la Ciudad de Buenos Aires (OBSBA) no atendió el teléfono de contacto a afiliados y tampoco puso a disposición un número exclusivo para coronavirus. La línea de emergencias deriva a una prestadora subcontratada que se apura por cobrar un copago para enviar médico a domicilio sin que exista necesidad de ello y sin siquiera informarle a la obra social del estado de la paciente.
Esto se pudo resolver a los tres días, después de impacientes comunicaciones a las clínicas propias hasta conseguir un número de WhatsApp donde informarle a OBSBA del resultado del test y obtener a cambio una respuesta, insatisfactoria, pero respuesta al fin. De todos modos, al primer síntoma preocupante comunicado fueron rápidos de reacción y llamaron dentro de los 10 minutos. Desde entonces recibió un contacto telefónico diario, como se debe esperar de toda obra social.
Independientemente de la necesidad o no de utilizar el servicio, la falta de respuesta del sistema privado generó impotencia y desconcierto y los dos vivimos una experiencia similar. Cuento con la misma prepaga desde hace casi 15 años, cuando me la asignaron en mi primer trabajo formal, pero ni eso influyó para recibir algún tipo de reacción 72 horas después de darle aviso de mi positivo a Swiss Medical.
Debí recurrir a las redes sociales para que, recién ahí, me transmitan un número de WhatsApp al que tenía que escribir y donde un bot me iba a preguntar por síntomas una vez al día. Una respuesta digna de una empresa que no cuenta con personal suficiente, no de una de las prestadoras más caras del país que, encima, incrementará su cuota 10% desde diciembre.
Tras las quejas, llegó el llamado de un cardiólogo al que le asignaron mi seguimiento. Me monitoreó dos o tres veces al día para consultarme por síntomas y aconsejarme cuando se agravaron.
Visto desde afuera se dificulta quizás comprender la relevancia de la contención sanitaria, pero resulta clave tener a mano a un doctor o doctora que siga tu caso cuando aparece dolor en el pecho que dificulta la respiración y el miedo que esto trae aparejado. Un especialista que sepa de qué se trata y cómo guiar para que se realice un tratamiento sintomático desde el domicilio.
Si se pudiera elegir, preferiríamos nunca haberlo transitado. La deformación del concepto de “inmunidad de rebaño” que le dieron los anti-cuarentena en el mundo parte del desconocimiento. Aunque el Covid-19 genera muchos asintomáticos y es bajo el porcentaje que precisan internación por pulmonía, la alta contagiosidad y la agresividad de esta enfermedad obligan a tomar medidas excepcionales desde el Estado y los individuos hasta el desembarco de las vacunas. Pero también después, ya que la pandemia no va a erradicarse instantáneamente.
Siempre estuvimos a favor de la cuarentena, que tantas vidas salvó. Por su puesto que la enorme informalidad de la economía argentina y las oleadas de desempleo que generó el macrismo generan la necesidad de un acompañamiento estatal mucho más presente para que las familias vulnerables puedan cuidarse.
Con la mayoría de las tareas en modo virtual, nuestras salidas se limitaban a las actividades estrictamente esenciales. Sin embargo, por la naturaleza de este virus se puede aspirar a minimizar la exposición, pero nunca a eliminarla.
El porcentaje de azar en la ecuación no debe generar desaliento, menos a tan solo semanas del arribo de las vacunas. Por el contrario, respetemos los protocolos y sigamos todos los consejos de la OMS y el Ministerio de Salud. Cuidémonos, generemos consciencia y, si aún así algún día damos positivo, al recuperarnos donemos plasma. Son los mejores aportes que podemos realizar.