La pandemia vino a cambiar el mercado laboral, a reordenar prioridades y a direccionar la búsqueda de empleo en un sentido diferente. Los jóvenes rosarinos ya no quieren trabajos que antes eran primer empleo, o una salida laboral rápida porque están mal pagos, hay altos niveles de informalidad y representan un sacrificio de la vida social que ya no están dispuestos a hacer. En el mundo post COVID-19, las personas revalorizaron los momentos de ocio, estar en sus casas, disfrutar de los feriados y los fines de semana, y trabajar sin patrones manejando sus propios tiempos, porque en muchos casos los salarios son iguales o más bajos que con algún emprendimiento propio.
Es que, mientras muchas paritarias quedaban atrasadas por la crisis de ese sector económico producto de las restricciones y la caída del consumo, durante la cuarentena aparecieron muchas formas de procurarse dinero que pueden hacerse desde los hogares, que evitan la pérdida de tiempo, el gasto y (en el caso de los empleos nocturnos) el riesgo de trasladarse hacia y desde los lugares físicos. También surgieron ciertos trabajos (como los delivery para apps) o que permiten disponer de la grilla horaria y en algunos casos ganar más dinero que en empleos tradicionales. E incluso, producto de la precariedad y el cambio en los proyectos de vida, se ha comenzado a romper la idea de trabajar en el mismo lugar hasta jubilarse.
SI bien no hay muchos datos duros, que siempre se construyen a posteriori de los fenómenos, ya pueden observarse tendencias que son acreditadas por la visión de empresarios, sindicatos y el Estado. Todos coinciden en que hay ciertos rubros, como gastronomía, taxis o panadería, que ya no son tan elegidos por diversas razones: los salarios son bajos, tienen altos niveles de subregistro y representan mucho sacrificio de la sociabilidad. "Con la pandemia quedaron rezagadas algunas paritarias. Y los salarios ahí necesitan ir recuperándose", comentó una alta fuente del Ministerio de Trabajo de la provincia de Santa Fe, que coincide con esta lectura.
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Mal pagos
Para ilustrar, un empresario gastronómico con acciones en una decena de bares de Rosario, desliza que es cada vez más difícil encontrar personas que quieran trabajar en el rubro, en especial de noche y los fines de semana. "La gente falta mucho el sábado y domingo. Los jóvenes ya no están dispuestos a perder su tiempo libre", detalla. Pero la razón también parece pasar por lo magros que son los sueldos: un sandwichero minutero que trabaja 200 horas mensuales se lleva hoy solo 48 mil pesos de bolsillo. Según el Indec, una familia necesitó en septiembre más de 70.500 pesos mensuales para no caer en la pobreza.
Un referente de la cámara que agrupa al sector comenta al respecto: "En un momento de la pandemia se cortó el laburo por los cierres, en especial para los camareros. Esa persona salió del círculo de la gastronomía por obligación. Cuando se encontró en otra actividad, por ejemplo cadete de aplicaciones de delivery, donde gana un dinero mayor y se maneja sus tiempos, no quiere volver a esa situación. En muchos casos ha pasado eso", admitió.
El dirigente gremial de los gastronómicos de Rosario, Sergio Ricupero, asegura que con la pandemia los sueldos quedaron atrasados entre un 50 y un 60%, y muchos trabajadores se fueron de los bares y restaurantes con retiros voluntarios en acuerdo con la patronal. "Como dijo Perón: uno puede amar la actividad, pero nadie trabaja por beneficencia, sino para su propio beneficio", indica el secretario general. Y define: "Es un rubro en el que no hay feriados ni domingos. Cuando todos se están divirtiendo vos tenés que trabajar, y encima muchos te anotan mal y te pagan peor".
Por eso, Ricupero dice que a la actividad se acercan por necesidad muchos jóvenes que estudian o buscan su primer empleo, pero al perderse la profesionalización y capacitación, en especial por falta de trabajo conjunto con la pata empresaria, dejan el rubro en cuanto aparece una oferta mejor y con más futuro. "Antes trabajaba gente más grande, eran profesionales de carrera, pero hoy la mayoría son jóvenes que prefieren ir al boliche el fin de semana y estar con su familia los domingos", revela.
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Sacrificados
El de los panaderos es otro rubro duro, ya que el pan se hace de madrugada en horarios que van de 2 o 3 de la mañana a 9 o 10, y la paga no es tan generosa. En un sector donde la informalidad es muy común, el sueldo promedio ronda los 52 mil pesos, más 10 o 15 mil extra que reciben a veces los empleados "cumplidores" en las panaderías que, según los referentes, "hacen las cosas bien". Todo esto conlleva un sacrificio que la generación de menos de 30 años no está dispuesta a hacer: "Los salarios no están acordes, pero es lo que podemos pagar. Hay muchas panaderías ilegales, y pocas inspecciones. Los que tenemos todo en orden no podemos competir en el precio con las que trabajan con todo en negro", lamentó Gerardo Di Cosco, de la Asociación de Industriales Panaderos.
Los taxis también sufren la sangría de trabajadores. El Destape publicó recientemente un informe que explica por qué hay tan pocos choferes en Rosario: ganan 60 mil pesos por turnos de 12 horas diarias, casi sin francos, y el gremio denuncia que el 60% está mal anotado. El cóctel ha provocado que falten muchos conductores en el horario nocturno, y es también el motivo por el que el promedio de edad es de 50 años: los jóvenes no quieren tomar el volante de las unidades negras y amarillas.
A contramano de estas realidades, el comercio minorista es una actividad que salió favorecida: el horario de 9 a 17, a veces con tiempo para almuerzo en el medio, los domingos libres y feriados opcionales y con doble pago se convirtió para muchos en una actividad seductora, dentro de un contexto de necesidad, y en el centro los titulares de los negocios afirman que llueven currículums de personas que quieren trabajar. "Vienen todos los días a pedir por favor para hacer cualquier tipo de trabajo", grafica un comerciante de calle San Luis. El sueldo promedio en blanco por 8 horas, de lunes a viernes y medio sábado, es de 70 mil pesos de bolsillo.
Lecturas
Para algunos, este panorama ciertamente desolador tiene que ver con una falta de visión de futuro que agobia a las nuevas generaciones. Mientras el salario antes era un ingreso para tratar de acceder a una vivienda, al ahorro y a determinados bienes, ese dispositivo hoy no está garantizado, porque los sueldos en dólares se han ido por el suelo y hace años que pierden con la inflación. "Una persona que antes trabajaba sin descanso para comprarse a 40 años una casa modesta, prefiere alquilar algo más cómodo y disfrutarlo hoy, o pagarse unas buenas vacaciones en cuotas", aportó un funcionario de la Secretaría de Desarrollo Económico municipal.
Esas perspectivas a largo plazo que justifican el sacrificio actual, entonces, se han desgranado y perdieron sentido. Disfrutar ahora, porque no se sabe qué deparará el mañana, parecer ser el subtítulo de este capítulo tan extraño que le toca vivir a la humanidad que de a poco sale a la realidad pospandémica. En off the record, nuestro hombre afirma que en este momento existe "una distorsión acelerada por la crisis que generó la pandemia similar a lo que sucedió después de la Guerra Mundial, en los llamados años locos, donde se dio un boom de consumo porque se generó una falta de certeza sobre la propia vida".
Pero hay otra cara del fenómeno. Para el investigador del Conicet Ezequiel Gatto, el reordenamiento de los tiempos y el incremento de la incertidumbre que introdujo la pandemia "no solo hizo que se intensifique el hedonismo, o el aprovechamiento inmediato de los momentos, sino que obligó a muchas personas a inventar cosas, al suspenderse las imágenes claras de futuro que existían". Esta situación, vinculada con "la virtualización casi absoluta de muchas esferas sociales y económicas, facilitó entonces la explosión de pequeños emprendimientos propios, porque la gente buscó maneras de sobrevivir y obtener dinero", analizó.
Gatto, que es especialista en estudios sobre el futuro, marca además una cuestión de fondo, que se nota hace tiempo en el trabajo fabril en general, como la industria automotriz, es que los jóvenes ya no piensan en esos lugares a largo plazo. "No solo por la precariedad, sino porque vivimos en una sociedad muy distinta a la de mediados del siglo XX de nuestros padres y abuelos, que se orientaban a partir de un trabajo fijo, un salario estable y un proyecto de vida que básicamente consistía en formar familias y educarse", define.
Para el investigador, el tiempo actual es "mucho más fragmentado, los intereses variaron, el dinero se consigue de otras formas, no solo trabajando bajo patrón, y los proyectos de vida se vuelven múltiples". No niega que ese deseo de trabajo estable y sueldo fijo aún permee fuerte en muchas poblaciones, pero afirma que también aparecieron "maneras diferentes de encarar la vida". Por todo esto, desliza que "la promesa o la oferta de pasarte toda la vida en el mismo lugar trabajando casi nunca funciona, y menos para los jóvenes".
Bajo este nuevo paradigma, considera que "el desafío político no es volver a construir una sociedad salarial con empleos para toda la vida, sino generar condiciones para que el deseo social de variar y cambiar no tenga que darse en la precariedad". Es decir: la pregunta no es cómo construir una sociedad en la que se cumpla el viejo sueño industrialista de que todos tengan puestos laborales fijos ad eternum, sino una en la que la posibilidad de hacer cosas diversas sea realmente viable.